“¿A quién le interesa que Cataluña quede fuera de la UE?”. Esa es la pregunta que me hizo reiteradamente el pasado 28 de julio en El Món a Rac1 Oriol Amat, catedrático de Economía, exconsejero de la CNMV y ahora -nada más acabar su lucrativo mandato en el organismo público del Estado- flamante número 7 de la lista independentista Junts pel sí. Lo más preocupante es que, al formular la pregunta, Amat pusiera cara de acabar de decir algo de lo más perspicaz.
“Tú sabrás. Eso no me lo has de preguntar a mí, que no defiendo la idea de una Cataluña fuera de España y de la Unión Europea, sino que sois vosotros, los independentistas, quienes tenéis que afrontar y explicar las consecuencias que conlleva vuestro proyecto político”, le respondí con tranquilidad. Y es que, a juzgar por su pregunta, cualquiera diría que era yo, y no él, quien defendía la separación de Cataluña del resto de España y por tanto su autoexclusión de la UE.
Cataluña solo es parte de la UE en la medida en que forma parte de España
Digo autoexclusión porque conviene recordar, una vez más, que en el poco probable caso de que la secesión llegara a producirse nadie expulsaría a Cataluña de la UE, entre otras cosas por algo tan elemental como que Cataluña no es miembro de la UE, pues nunca firmó los tratados de adhesión sino que lo hizo el Reino de España. Cataluña solo es parte de la UE en la medida en que forma parte de España. La UE como tal no tiene territorio, sino que el ámbito de aplicación espacial de sus normas se corresponde con el territorio de los Estados miembros.
Del mismo modo, los catalanes somos ciudadanos europeos solo en tanto que ciudadanos españoles. No existe una ciudadanía europea al margen de la ciudadanía de los Estados miembros. Parece mentira que a estas alturas del proceso haya que seguirles recordando a sus promotores cosas tan elementales. Y que encima, cuando lo haces, en seguida te digan que eso es “discurso del miedo”, que “esa pantalla ya la hemos pasado”, etcétera.
Otras veces tratan de impugnar la evidencia, pero curiosamente lo hacen aportando ejemplos históricos que en la práctica no hacen más que constatar la realidad que pretenden negar. Esa peculiar autorrefutación se observa con claridad cuando esgrimen la reunificación de Alemania como antecedente para justificar la peregrina tesis de la ampliación interna que entre otros defiende Junqueras, según la cual Cataluña podría constituirse en Estado y convertirse ipso facto en miembro de la UE. “Mira lo que pasó con la reunificación de Alemania”, repiten sin molestarse en explicar lo que pasó.
El proceso de reunificación de Alemania fue en realidad un proceso de absorción de la República Democrática de Alemania (RDA) por la República Federal de Alemania (RFA), miembro fundador de la UE. Con la absorción no se produce la entrada de un nuevo Estado miembro en la UE, sino que un Estado que ya es miembro procede de conformidad con su Derecho interno -la reunificación estaba prevista en el artículo 23 de la Ley Fundamental de Bonn- a la ampliación de su territorio y población. Es decir, los ciudadanos de la antigua RDA se convierten en ciudadanos de la UE en el momento en que dejan de ser ciudadanos de la RDA y se convierten en ciudadanos de un Estado miembro, la RFA.
No resulta fácil entender el mecanismo intelectual que lleva a los independentistas a presentar como prueba confirmatoria de sus planteamientos lo que en realidad no es más que su completa refutación
No resulta fácil entender el mecanismo intelectual que lleva a los independentistas a presentar como prueba confirmatoria de sus planteamientos lo que en realidad no es más que su completa refutación. Por no hablar de las evidentes diferencias políticas y aun morales entre un proceso de reconciliación nacional como la reunificación alemana, basado al igual que la construcción europea en los principios de solidaridad e integración, y otro de desintegración como el que plantean los independentistas, basado fundamentalmente en la deslealtad y la insolidaridad.
Claro que, al final, siempre les quedará apelar como hizo Junqueras a la doble nacionalidad española y catalana, lo que según él permitiría la continuidad de Cataluña en la UE, pretensión que demuestra nuevamente la confusión que preside el discurso independentista.
En el improbable supuesto de que Cataluña se constituyera en un Estado independiente los catalanes tendríamos que optar, al menos de entrada, por una u otra nacionalidad. Al fin y al cabo, se supone que la secesión vendría precedida por una votación en la que la mayoría de los catalanes habría elegido esa opción, y en principio parece claro que independizarse de España supone dejar de formar parte de España. Aunque vete tú a saber. No deja de resultar insólito que quienes promueven que Cataluña deje de formar parte de España aboguen al mismo tiempo por que los catalanes preservemos la nacionalidad española. Independencia a la carta, ¡claro que sí!
Siguiendo con la lógica invertida de la pregunta que da pie a este artículo, uno de los argumentos más insólitos que utilizan los independentistas es el de que la nacionalidad es un derecho individual ¡reconocido por la Constitución española!, por lo que, una vez declarada la independencia, el Estado español no podría privar a los catalanes de preservar la nacionalidad española. Lo suyo es librarnos de nuestras obligaciones como ciudadanos españoles preservando nuestros derechos como tales. Dejamos la solidaridad, pero por si acaso mantenemos la nacionalidad. Así de fácil.
Ya está bien de esa lógica invertida que pretende hurtarnos a los catalanes nuestro derecho a conocer las implicaciones de nuestros propios actos, endilgándoles a otros, ya sea el resto de los españoles o de los europeos, la responsabilidad de nuestras decisiones. No hay duda, señor Amat, de que a nadie le interesa que Cataluña quede fuera de la UE, así como que nadie tiene ningún interés en privarnos a los catalanes de nuestro derecho a ser españoles. Bueno, casi nadie. Está claro que a los partidos independentistas les trae, en el mejor de los casos, sin cuidado, pues su propuesta implica necesariamente ambas cosas por mucho que traten de ocultarlo.
“Llevas tres años diciendo lo mismo; este debate ya lo hemos tenido mil veces”, me recriminan a menudo mis contertulios, como si no tuviera sentido responder siempre lo mismo a la misma proposición. Vamos, que soy un pesado por no dejarles disfrutar de su entelequia, y que después de tres años aguantando la misma matraca ya podría claudicar y dejar de recordarles lo obvio, que todo eso ellos ya lo saben pero que se trata precisamente de que no lo sepa mucha gente.
De hecho en la misma tertulia en la que coincidí con Amat estaba también otro miembro de la lista Junts pel sí, el undécimo. Toni Comín, que, cuando volví a insistir en que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE, en un arranque de sinceridad soltó: “Sí, eso ya lo sabemos... Lo que no sabemos es cuánto rato” (sic). Que Dios nos coja confesados en caso de que el próximo 27 de septiembre a los de Junts pel sí les dé por considerar que han ganado en las urnas.
En efecto el debate resulta repetitivo, pero quienes lo plantean desde presupuestos mendaces son los propios independentistas que se niegan a reconocer obviedades
Reconozco que, después de tres años de monotemático debate, de cuando en cuando uno tiene la tentación de resignarse y dejar el camino expedito para que los independentistas culminen su viaje a Ítaca. Dejar de insistir cada día en los medios en las ventajas de formar parte de España y de la Unión Europea y renunciar a advertir de los más que probables perjuicios de la separación.
Da igual que Ítaca no exista. Tampoco existía la ínsula Barataria, y alguien por lo demás tan juicioso como Sancho Panza necesitó tomar posesión como gobernador para darse cuenta del artificio y renunciar a su cargo para recuperar su “antigua libertad” y “buscar la vida pasada”. También es verdad que Sancho solo necesitó una semana para reconocer el ridículo. “Bien se está San Pedro en Roma”, admite Sancho escarmentado.
En efecto el debate resulta repetitivo, pero quienes lo plantean desde presupuestos mendaces son los propios independentistas que se niegan a reconocer obviedades como que la secesión nos dejaría irremisiblemente fuera de la UE, y por muy agotador que nos resulte recordarlo a diario algunos lo consideramos un ejercicio de responsabilidad. De todas formas, si tan molesto les resulta a los separatistas oír las verdades del barquero, estoy dispuesto a llegar a un acuerdo con ellos. Parafraseando a Adlai Stevenson, si los independentistas se comprometen a dejar de contar milongas sobre la independencia, yo prometo dejar de decir verdades sobre ella. De lo contrario, seguiré importunándoles. Por lo menos hasta el 27S.