Si este artículo lo leyeran todos los catalanes que no quieren lo que Artur Mas desea, doy por hecho que la noche del 27S el Molt Honorable president de la Generalitat se pondría colorado como los tomates maduros de Montserrat. Colorado, y con el rabo entre las piernas, diría "Adéu, m'he equivocat, me'n vaig a casa". Repito, bastaría que todos los catalanes que no comulgan con su pretensión, leyeran estas líneas...
Como decía en mi último escrito ('Artur Mas necesita para ganar a 750.000 idiotas'), la participación media en las diez elecciones catalanas celebradas desde 1980 ha sido del 60% del electorado.
Los independentistas son conscientes de que una masiva participación ciudadana les llevaría a la derrota. La resaca sería inasumible y brutal
Artur Mas ha planteado las elecciones de otoño como un plebiscito para arrancar la Independencia, sin disimulo.
En septiembre del pasado año Escocia votó en referéndum si se independizaba o no del Reino Unido. Quien viajara en ese mes a Dublín tenía la sensación que la independencia iba ganar. Ganaba en la calle, pero perdió en las urnas por diez puntos de diferencia.
¿Qué ocurrió? Pues algo tan simple como que los escoceses tuvieron conciencia de lo que se les planteaba y no quisieron jugar a la ruleta rusa que pretendía el SNP con su discurso del mundo feliz que les prometía su autóctono Artur Mas, y la noche electoral Alex Salmond declamó, en inglés, su "Adéu, m'he equivocat, me'n vaig a casa".
La forma de tomar conciencia fue la pragmática y flema británica: el 85% de los electores votaron, y pinchó la burbuja de la independencia. Si sólo hubieran ido el 60%, que es lo que ocurre en las catalanas, hoy Escocia iría a barlovento, camino de la independencia.
El secreto de la victoria o la derrota está en la participación. Los separatistas lo saben y por eso la consellera de Governació, Meritxell Borràs ha dicho que el dinero que la Generalitat gastará en las elecciones del 27S será un 40% inferior a la del 2012. En concreto, se pasa de 25 millones a 15.
Esa declaración de ahorro suena bien a los oídos de la inmensa mayoría, que no entendería más gasto en unas elecciones adelantadas (tres elecciones en cinco años), cuando la Generalitat no tiene dinero para pagar a las farmacias.
Hay que ser muy crédulos para creerse el discurso del simple ahorro. Nos toman por tontos. No tiene sentido cuando Artur Mas se juega su futuro político a cara o cruz.
Un futuro que descubrió en septiembre del 2012 cuando a los 56 años se encarnó en el Ulises de la Odisea del ciego Homero y vio que Ítaca era el Paraíso donde nos esperaba Penélope con los brazos abiertos tras una larga travesía de otro mito: trescientos años y un día de espera.
Aunque a veces lo parezca, no están embebidos de ambrosía. Son conscientes de que una masiva participación ciudadana les llevaría a la derrota. La resaca sería inasumible y brutal. Saben que su electorado está excitado y movilizado, pero no quieren despertar al otro, que parece que está durmiendo la siesta con otra mona menos divina.
Que el secreto está en la participación no lo digo yo, sino el CEO (Centre d’Estudis d’Opinió), el CIS de la Generalitat. A final de la primavera preguntó si queríamos o no un Estado independiente. y ganó el 'no' con el 50% de los encuestados. El 'sí' obtuvo un 42,9%. El resto, hasta llegar al 100%, no lo tenía claro. Aclaro: esta encuesta está hecha con dinero público por los promotores de la independencia. Es decir, no es neutra.
Si los catalanes se lo tomaran como de boquilla reclama Mas, un plebiscito, la respuesta catalana no sería menor que la escocesa.
Si un 85% de los electores ejercieran su derecho y no hicieran el 'idiota' (les vuelvo a remitir a mi artículo anterior), Artur Mas diría la noche del 27S: "Adéu, m'he equivocat, me'n vaig a casa".
Y yo le diría: bon vent.