Todos hemos sido testigos de la caída y el descrédito de Jordi Pujol, que encarnaba la personificación de un catalanismo evidentemente nacionalista, en todos sus posicionamientos extremos, pero que quedaba momentáneamente aplacado, cuando el Estado le confería alguna nueva competencia o alguna ventaja fiscal.
A esta forma de hacer política se la denominó "pujolismo", y se presentaba como una semblanza de un domador-Estado, que para calmar al león, procuraba que esté bien alimentado, antes de enfrentarse con él en la jaula de la pista circense. Este "dame dinero que yo quitaré nación" -como ha relatado recientemente un ex presidente del Congreso de los Diputados, en una conversación privada con el presidente de la Generalitat, Sr. Artur Mas- ha funcionado más o menos bien en Cataluña durante treinta años, hasta el advenimiento del llamado "procés", en el que el león ya no quiere la carne que le da su domador, porque lo que quiere es la carne del domador, o sea, devorarlo.
Ahora ya no vale sobornar a los gobernantes nacionalistas con subvenciones y prebendas. Lamentablemente hemos llegado a un punto, en el que el enfrentamiento con el separatismo debe de ser radical
De esta forma el "procés" independentista ha sustituído en Cataluña al "pujolismo", como forma de hacer política. Ahora ya no vale sobornar a los gobernantes nacionalistas con subvenciones y prebendas. Lamentablemente hemos llegado a un punto, en el que el enfrentamiento con el separatismo debe de ser radical, con una radicalidad similar a la que ellos han mostrado históricamente con todo lo español, ya sea en su vertiente cultural, popular o estatal.
El 9 de noviembre supuso un desafío en toda regla al Gobierno de España, y pese a que se nos repitió por activa y por pasiva, que "el 9 de noviembre no se votaría", se votó, y además se votó pacíficamente y con la cobertura del propio cuerpo de Mossos de Escuadra, que sorprendentemente patrullaban en el exterior de los recintos de votación, para asegurar el transcurrir pacífico de la jornada. Si en algo han estado de acuerdo los políticos de Madrid y los del Palau de la Generalitat, ha sido tildar al 9N como "consulta", con la salvedad de que si se hubiese conseguido una participación superior al 51%, los separatistas nos habrían dicho que era un referéndum, y a estas horas, la independencia seguramente ya estaría proclamada. Ahora el próximo desafío son las elecciones autonómicas convocadas para el próximo día 27 de septiembre, que se nos anuncian como plebiscitarias, de forma que si consiguen una mayoría suficiente, el proceso secesionista, según ellos, será imparable.
Según mi modesta opinión, el escenario es necesariamente malo, por la sencilla razón de que, si en unas elecciones se presentan en coalición electoral el partido de gobierno con el partido de la oposición, la victoria, salvo algún extraño descalabro electoral que no se prevé, parece evidente, por una simple cuestión matemática, consistente en sumar los votos del partido ganador, con los del primer partido de la oposición. Pero no hay escenario malo sin que se pueda presentar otro escenario peor, que sería la consecución de los sesenta y ocho diputados, que conforman la mayoría absoluta del Parlament de Catalunya.
Nos encontramos por tanto ante una situación, en la que de ganar las elecciones sin mayoría absoluta, tendremos un Govern de la Generalitat que implantará estructuras definitivas de Estado, activando las que ya ha han creado, como la agencia tributaria catalana y las embajadas exteriores, llevándonos inexorablemente hacia una independencia "en diferido", o en el difícil supuesto de conseguir la mayoría absoluta, proclamar la independencia "en directo" mediante la declaración unilateral de independencia (DUI).
La democracia es sagrada porque articula y fundamenta nuestro sistema político y el propio Estado de derecho. Utilizar maliciosamente unas elecciones autonómicas para proclamar la independencia es una forma de perversión de la democracia. Aunque en España ya hemos tenido una experiencia similar, cuando el Comité Nacional Revolucionario surgido del pacto de San Sebastián utilizó las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 para proclamar la República. Sin embargo, los integrantes de ese Comité, Miguel Maura, Gregorio Marañón, Francisco Largo Caballero, entre otros, tuvieron la habilidad política de no anunciar públicamente que iban a proclamar la República si ganaban las elecciones. En el caso de las elecciones del 27S se nos anuncia, sin ningún rubor, que son plebiscitarias y lo que se vota es la independencia.
Se anuncia que el 27S se vota la independencia; es como si Tejero o Milans del Bosch hubiesen estado anunciando meses antes del 23F lo que iban a hacer
Cualquier politólogo o cualquier persona con un mínimo sentido común sabe que unas elecciones municipales son para escoger alcaldes y concejales y no para proclamar repúblicas, como también sabe que unas elecciones autonómicas están conformadas para escoger diputados autonómicos que, a su vez, eligen el nuevo Gobierno de la Comunidad Autónoma. Todo lo que no sea eso, y todo lo que signifique utilizar torticeramente esas mayorías para proclamar la independencia, constituye un golpe de Estado. Golpe que se nos está anunciando desde hace ya varios meses. Estableciendo una analogía, es como si el teniente coronel Tejero o el general Milans del Bosch hubiesen estado anunciando meses antes del 23F lo que iban a hacer.
Los separatistas han engañado al PSOE y al PP durante toda le etapa pujolista pero ahora, en la situación política actual de desafío al Estado, se han quitado definitivamente la careta mostrando sus auténticos objetivos políticos: destruir el Estado español en Cataluña y suprimir las libertades de los catalanes no nacionalistas.
Para evitar males mayores y para articular una nueva política, nuestros representantes tienen que aprender definitivamente tres lecciones básicas:
1) La primera es que con el separatismo no se pacta nunca porque la única solución es derrotarlo en las urnas.
2) La segunda lección es que los partidos nacionalistas no son partidos políticos como los demás, son otra cosa. Los partidos llamados constitucionalistas comparten entre sí valores comunes, como son la unidad de España, el cumplimiento de la Ley, de las resoluciones de los Tribunales, la solidaridad y la igualdad entre españoles, el respecto a las instituciones, etc. y estos valores comúnmente compartidos les permiten establecer pactos y coaliciones.
3) La tercera lección es que no existe diferencia alguna entre nacionalistas moderados y radicales. Unos llevarán traje y corbata, y otros camiseta y chancletas, pero la estructura mental del pensamiento político de unos y de otros, es exactamente la misma.
En la película "El exorcista" cuando el veterano padre Merrin (Max von Sydow) llega a la casa para practicar el exorcismo, le pregunta al joven sacerdote padre Karras ¿cómo está la niña? y éste le responde que "la niña presenta varias personalidades diferentes". El exorcista padre Merrin le responde con una lacónica y taxativa afirmación: "Sólo hay una".
Salvando las distancias, el separatismo presenta algunas cualidades diabólicas, como podrían ser la apariencia bondadosa, la utilización de la mentira como instrumento político, mostrar actitudes diferentes en Barcelona y en Madrid, y sobretodo poseer al cuerpo social catalán, desviándolo de lo que siempre ha sido. Josep Pla al ser entrevistado por Joaquín Soler Serrano en el programa de TVE "A fondo", en los inicios de la transición, lo definió diciendo que "el pueblo catalán que tradicionalmente ha sido 100% español, ahora nos dicen lo que tenemos que ser".