Voy a la ópera en El Escorial. Voy al Don Carlo de Verdi, montado por Albert Boadella dándole toda la vuelta a la intención del libreto original, basado en un drama de Schiller que a su vez buscaba llevar hasta lo gótico o directamente gore la leyenda de la España negra. La idea es que Felipe II era un monstruo y su reinado la happy hour de la Inquisición, matizada apenas por la trágica rebeldía del hijo del rey, el infante don Carlos, al que su padre ha arrebatado la novia y acabará arrebatando además la libertad y la vida.
Me encuentro con Pedro José Ramírez, Pedrojota, nada más poner el pie en el auditorio. Ha venido con su hija María y con su yerno Eduardo, a ambos les conocí como corresponsales de El Mundo en Nueva York. Completan la alegre comitiva un par de accionistas del nuevo proyecto de Pedrojota, El Español, que han ganado un sorteo para acudir precisamente a esta representación del Don Carlo, donde compartirán patio de butacas, nada menos, que con el antiguo rey Juan Carlos.
Cuánto mito corre por ahí. Por ejemplo, esa falacia progre (progres catalanes, preciso) de que los Habsburgo eran los guays, los amigos de Cataluña y de los niños, y los Borbones unos cenizos centralistas, lúgubres, inquisidores
Es sabido que mucha gente, demasiada, va a la ópera no porque le importen un bledo la música o el teatro sino porque queda bien. Porque es siempre un corral distinguido. En Pedrojota descubro a un buen conocedor del paño, que como además sabe bastante historia, se ríe a carcajadas de la magna broma escénica urdida por Boadella: montar esta obra de Verdi, tan antiespañola, en clave opuesta, es decir, a favor de la España de Felipe II, cuando el rey de España era el Obama de su época. La idea es lograr eso sin alterar lo que el libreto dice, sólo haciendo ajustes estratégicos con la interpretación, elipsis de la acción, etc.
Pedrojota le pone un aprobado justito a Boadella en este punto, aunque matizando que el empeño era de salida vagamente imposible: toda la obra está construida sobre el axioma de que el infante don Carlos fue un héroe romántico, un hombre bello y noble capaz de enloquecer de amor lo mismo a su futura madrastra, Isabel de Valois, que a la princesa de Éboli. Cargarse a don Carlos es cargarse toda la parte romántica de la obra, dejarla sin efecto o incluso rozando el ridículo. Si resulta que el presunto héroe era un realidad un mendrugo, contrahecho y esquizofrénico, ¿cómo se explica su pegada con las mujeres?
El caso es que, Historia en mano, es Boadella y no Verdi quien más se ajusta a la realidad, advierte Pedrojota. Cuánto mito corre por ahí. Por ejemplo, esa falacia progre (progres catalanes, preciso) de que los Habsburgo eran los guays, los amigos de Cataluña y de los niños, y los Borbones unos cenizos centralistas, lúgubres, inquisidores.
Bueno, pues no. Ni para bien, ni para mal. Recomiendo por si acaso la lectura de Gárgoris y Habidis, de Fernando Sánchez Dragó, donde minuciosa, alegre e incluso un tanto perversamente se desmonta la patraña de los Habsburgos esclarecidos. Qué va. Pandilla de locos de la vida, desenfunda Dragó, bien es verdad que en clave piropeadora. Él estaba escribiendo una historia de la España mágica y entonces los reyes, cuanto más locos y más endemoniados, mejor.
Seguimos para bingo con la jaimitada esta de retirar el busto de don Juan Carlos de Borbón del salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona y negarse, la alcaldesita Colau, a cumplir la ley que obliga a tener la efigie del rey vigente, Felipe VI.
Mal, muy mal. Y lo que es peor: ridículo, muy ridículo. Ojo con eso que, aunque es verdad que España está institucional y simbólicamente hecha unos zorros, que no la conoce ni la quiere ni la madre que la parió, ojo, insisto, que la Corona aguanta. Casi es lo único.
¿Será porque, digan lo que digan, los Borbones siempre han tenido sentido del humor? Felipe VI fue al ensayo general del Don Carlo y se fotografió con el bajo que interpreta a Felipe II. Su padre, don Juan Carlos, acudió pues eso, a la función en El Escorial del pasado 27 de julio. La misma en la que estaba Pedrojota.
El rey emérito me pareció un tanto más pez que el fundador de El Español en materia operística, la verdad. Se limitó a decirme que la representación le estaba pareciendo “preciosa” y a no querer entrar en el debate sobre su intención más o menos... ¿patriótica?
Pero me quedó claro que nos quedan reyes para rato. Y Boadellas. Y Pedrojotas.
España existe y, a veces, incluso tiene potencia, humor e imaginación.