A juzgar por la cuenta de resultados de la carrera política de Artur Mas, resulta evidente que no tiene madera de hombre de Estado y su capacidad como político es más que cuestionable (Winston Churchill decía que un hombre de Estado es aquel que piensa en la próxima generación, y un político el que piensa en las próximas elecciones). Para muestra un botón: en casi cinco años que lleva de presidente de la Generalitat habrá convocado cinco elecciones. Pero no sólo eso, en todo ese tiempo no ha conseguido el pacto fiscal que prometió al inicio de su mandato, ha hecho una consulta que más bien parecía una pachanga, ha sido abanderado en recortes sociales, no ha logrado ninguna inversión ni ningún proyecto de enjundia para Cataluña. Tampoco se ha logrado, bajo su mandato, ninguna nueva competencia y ni tan siquiera se ha revisado el sistema de financiación que debería haber entrado en vigor en 2014.
Se hace difícil el diálogo cuando lo primero que se pone sobre la mesa es la independencia de una parte del Estado
Mas tendrá el dudoso honor de pasar a la historia como el primer presidente de Cataluña que no habrá mejorado el sistema de financiación en el tiempo de su presidencia.
Es verdad que al otro lado de la mesa estaba el PP que, con una holgada mayoría parlamentaria, no ha mostrado ningún interés por mejorar nada en materia autonómica. Pero también es verdad que se hace difícil el diálogo cuando lo primero que se pone sobre la mesa es la independencia de una parte del Estado.
No obstante, hay que reconocerle a Artur Mas una gran astucia, una enorme capacidad de supervivencia y grandes dotes de embaucador. Otra cosa es que esas sean las virtudes (suponiendo que lo sean) más adecuadas para implementar a un buen político.
El hecho cierto es que Mas repite, como un mantra, que el Gobierno central no le permitió convocar una consulta el 9N, como coartada para justificar lo que haga falta. Ese es el argumento formal para convocar las elecciones del 27S como un plebiscito “porque no nos dejan otra opción” acostumbra a decir.
Pues bien, la hoja de ruta diseñada por Artur Mas y sus compañeros de viaje para después de las elecciones, aunque no se ha hecho pública, está definida. En el supuesto de que su candidatura gane los comicios se elaboraría la constitución del nuevo Estado y se intentaría negociar la “desconexión” con el resto de España. O eso es lo que algunos creen. Aunque quizás hay que buscar razones mucho más prosaicas para entender esa convocatoria. Mas sabe que Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) es un partido amortizado, en franco declive electoral y arruinado políticamente por diversos casos de corrupción, que tienen que ver tanto con su Fundador, Jordi Pujol, la larga familia de éste, el que fuera su secretario general, Oriol Pujol, así como con pesos pesados como Prenafeta o Macià Alavedra, entre otros; además de un rosario de asuntos pendientes de resolución en los tribunales y 13 sedes embargadas por presunta asociación criminal.
De ahí que Mas haya decidido ligar su futuro político al del independentismo y, si las cosas van bien, convertir la lista única, en el partido del presidente. Para llegar a la lista conjunta se han quedado por el camino ICV, la CUP y UDC, pero se han incorporado Òmnium Cultural y la ANC, además de ceder la cabecera de cartel a Raül Romeva, ex ecosocialista y ex diputado europeo.
El gran beneficiado de este pacto es Artur Mas, con esta añagaza se asegura su continuidad en la presidencia, salvo que se produzca un auténtico tsunami político
Con la lista unitaria se evita la pugna para lograr la primacía en el independentismo entre CDC y ERC, pero sobre todo se desactiva a Oriol Junqueras que pasará a tener un papel absolutamente subsidiario. Algún día el líder de Esquerra deberá explicar que ventajas ha visto en esta operación para claudicar de forma tan poco elegante y aceptar concurrir a unas elecciones del brazo de un partido amortizado y carcomido por la corrupción como se explica más arriba. Siendo ellos, como dicen ser, puros e inmaculados.
No hay duda que el gran beneficiado de este pacto es Artur Mas, con esta añagaza se asegura su continuidad en la presidencia, salvo que se produzca un auténtico tsunami político. Aunque Romeva ya ha presentado sus credenciales y ha anunciado que no renuncia a nada.
De todos modos, es muy posible que acabe siendo la CUP quien rentabilice tras las elecciones la situación. Las Candidaturas de Unidad Popular se quedan solas como la auténtica referencia de la izquierda independentista y no se contaminan con el lastre que arrastran Mas y los suyos. Además, puede suceder que el 28S sean decisivos para otorgar mayorías en el Parque de la Ciudadela. Veremos entonces si está dispuestos a hacer a Mas presidente.
Desde luego la situación promete. Todos los sondeos indican un fuerte trasiego de votos de unas formaciones a otras. Quizás la mayor incógnita en este ámbito está en ver la evolución del voto convergente moderado y si Unió es capaz de pescar en ese caladero.
Entre unas cosas y otras, Artur Mas está intentando la cuadratura del círculo. Veremos si al final se sale con la suya o todo queda en un fiasco En situaciones inverosímiles como la que estamos viviendo lo más plausible es el descalabro. Tal vez la diferencia, en esta ocasión, estribe en que el fracaso, de producirse, será de los que hacen época y nos afectará a todos.