A una persona no se la ama por sus ideas políticas, pero a veces se la quiere a pesar de ellas. Quienes odian a alguien por esas razones, no aman de verdad a nadie, desinteresadamente. Esta es la decisiva prueba de la auténtica convivencia. Y esta relación es la que hay que promover por encima de todo en cualquier sociedad.

Tengo amigos que lo son con independencia de las afinidades políticas; cuando los criterios son opuestos, evito discutir pero no me camuflo. Lo que de veras importa es fluir en círculos de confianza, afecto y quizá gratitud, con un explícito compromiso de bondad: de modo que todo lo que cada uno piense, diga o haga no sólo no perjudique a nadie sino que aporte veracidad y sensatez, con una amable serenidad. El asunto no es otro que hacerse buenas personas: un corazón educado y un cerebro compasivo. Hay demasiados motivos para indignarse por la injusticia y la maldad que se despliega a nuestro alrededor.

Una propuesta básica es ‘saber indignarse’, esto es no consentir que la cólera tome el mando de la situación y saber encauzarla de forma constructiva y efectiva. Un modo de hacer firme, radical y nada extremista. A todos nos conviene hacernos inteligentes y veraces en nuestras emociones. Basta que queramos resueltamente ir por ese camino.

Sin embargo, con frecuencia ocurren cosas incoherentes que nos desarman. Consideremos los incalificables ‘tuits’ de unos ediles de Madrid. A la hora de adoptar un criterio ante sucesos semejantes, se produce un fracaso estrepitoso que no se quiere reconocer. Así, que el PP arremeta contra Podemos con inusitado ardor y rechace ver la viga en su propio ojo. Por su parte, la órbita de Iglesias y sus medios afines quitan hierro a esas barbaridades, calificándolas de ‘chistes negros’.

Basta de enredos. O todos moros o todos cristianos. ¿Duda alguien de que si un político de C’s, por ejemplo, hubiese escrito exactamente lo mismo, sin cambiar una tilde, todos quienes disculpan a esos Podemos aún estarían hoy desgarrando y linchando al ‘otro’ como nazi-fascista? Odio eterno, ecuanimidad nula. ¿Es esto justo, es razonable, es aceptable esta actitud? No, está claro que es una absoluta vergüenza, una canallada. Pero hay una significativa gentuza que carece del sentido del ridículo y de la decencia. Y así nos va. ¿Dónde dejamos el compromiso de la bondad? Sólo puede estar al lado siempre amable de la verdad.

No se puede consentir que nadie se considere ‘especial’ con respecto a los demás y tenga privilegios. No podemos mentir ni engañar con nuestras emociones. El Dalai Lama señala que la sensación de ‘ser especial’ es una forma de autoengaño. Y recalca que: “Siempre que hablo ante pocas personas o ante miles, las considero iguales a mí: mismas emociones y mismo cuerpo. Entonces sentimos cercanía”. Este párrafo debemos repetírnoslo todos, en especial quienes han sido programados para sentirse diferentes. Ni sentirse superiores, ni sentirse inferiores: saberse personas. Lejos de los rebaños, cerca de la conciencia.