“El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va”. Siempre me ha maravillado ésta frase de Antoine de Saint-Exupéry.
Aunque no suficiente, algo se ha avanzado en el tema del acceso a la nacionalidad andorrana. Tiempo atrás, para acceder a esa condición era necesario esperar 25 años. Luego lo rebajaron a 20. Ahora parece ser que lo quieren dejar en 10. (Tampoco hay que olvidar que en tiempos de elecciones siempre se prometen cosas que luego no se cumplen, pero el tema, ya se sabe, está montado así y se asume con resignación en la calle).
Es un espectáculo comprobar cómo todos los ‘prohombres’ de Andorra se reúnen a deliberar sobre la conveniencia de rebajar los años o no para obtener el pasaporte; cómo se ponen filosóficos y profundos; y cómo al hablar del tema ponen cara de circunstancias. Aluden al “patriotismo”, a “proteger a los autóctonos”, a las “especificidades del país”, a “su tamaño”, a “no traicionar su historia” y hasta al “Gran Carlemany” si es necesario.
Pregonan que piensan negociar con la UE para que los andorranos circulemos libremente por la Unión, pero que los ciudadanos de la UE lo puedan hacer en Andorra con ciertas “restricciones”. (Mientras los escuchas vas pensando ¿qué Administración cuerda aceptará dichas pretensiones? Es igual, ellos siguen a la suya).
Todo este fanatismo patriótico se desvanece a las primeras de cambio: cuando cualquiera de estos ‘prohombres’ --o a sus parientes más cercanos--, que llevan horas, semanas, meses y años de profundas reflexiones les llega la más nimia enfermedad, salen pitando del país y se ponen en manos del mejor de los galenos, sea cual sea su raza, religión, nacionalidad y/o condición sexual. No digamos si la enfermedad es grave. Entonces no discuten ni el dinero a desembolsar. ¿Dónde quedan entonces todas esas profundas reflexiones y todas esas comisiones montadas ad hoc para resolver tan profunda cuestión? ¿En la papelera de casa? ¿Directamente en el lavabo de cualquiera de nuestras fronteras? ¿Por qué a la hora de rodearse de tantos y tantos “asesores expertos” (todos ellos tienen varios) tampoco tienen ningún problema en que dichos expertos sean “extranjeros”?
Les voy a confesar un gran secreto: la grandeza de EEUU no está en la extensión de su territorio, que también. Ni en la cantidad de ciudadanos que lo forman, que también. Su verdadera riqueza ha sido, y es, que saben recibir el “talento” y hacerlo suyo. Se cuenta, en forma de chiste, que acabada la segunda Guerra Mundial alguien preguntó a Einstein cómo se entendían los científicos de la URRS y los de EEUU: “en alemán”, fue la respuesta. Ambos países se llevaron todo el talento germánico que sobrevivió a semejante locura, haciéndoles de los suyos.