Los que nos oponemos al independentismo por antidemocrático y totalitario, tenemos un reto muy difícil: defender nuestras ideas con claridad y determinación y sin perder los nervios. Las provocaciones son constantes y elevan el tono cada día. Luchamos contra un enemigo que ha ido conquistando todos los ámbitos de poder e influencia, desde la escuela a los medios de comunicación, del deporte y la cultura a las instituciones del Estado. No hay espacio social y político en el que no hayan impuesto su doctrina, su dominio, su norma de conducta y sus sentimientos. Donde más eficaces han sido es en el control del orden simbólico y el desprecio a las leyes y principios democráticos. Han construido, con incansable obstinación, una imagen de Cataluña, de su historia y de su identidad, simbólica y emocionalmente irreconciliable con la idea de España y su Estado constitucional, al que deslegitiman como antidemocrático y cuyas leyes consideran injustas. Despreciarlas y no cumplirlas es señal, por lo mismo, de dignidad, valentía y atrevimiento.
Luchamos contra un enemigo que ha ido conquistando todos los ámbitos de poder e influencia, desde la escuela a los medios de comunicación, del deporte y la cultura a las instituciones del Estado
Después de más de cuarenta años de control y propaganda, los independentistas ya se sienten lo suficientemente fuertes como para intentar dar el salto definitivo: la ruptura institucional con España, cuyo primer paso se concibe como una proclamación unilateral light de independencia que acabará creando una situación irreversible. Se equivocan todos los que hacen cábalas con que si baja el souflé o retrocede el procés: la situación está peor que nunca, porque a la ola esquerro-convergente se ha unido ahora un conglomerado de izquierdas capitaneado por Colau y Podemos. Con el PP en claro desmoronamiento, con un PSOE tocando la flauta travesera del federalismo y un Podemos partidario de la autodeterminación, sólo nos queda Ciudadanos como tabla de resistencia, más que de salvación. Cierta tibieza ideológica y una peligrosa indefinición en el modelo de Estado, sin embargo, puede hacerle perder a Ciudadanos el apoyo que una mayoría de españoles le quisiera dar, algo que Rosa Díez tenía mucho más claro y que debiera asumir sin titubeos el partido de Rivera. Los admirables esfuerzos de muchas asociaciones cívicas, carentes la mayoría de apoyo económico e institucional, son insuficientes para contrarrestar el entramado omnipresente de organizaciones y medios independentistas a los que sigue yendo a parar gran parte del dinero que la Generalidad recibe del Estado.
¿Cómo ha logrado el independentismo avanzar tanto? ¿Cuál es su secreto? Lo diré claramente: su principal victoria ha sido la derrota psicológica, ideológica y moral de los demócratas. El independentismo ha sabido dominar psicológica y mentalmente a una minoría determinante, las élites de los partidos, los sindicatos, los intelectuales, los jueces, los periodistas, los empresarios y hasta las monjas. Dentro y fuera de Cataluña. Los catalanistas-nacionalistas-independentistas (todos se han ido corriendo hacia donde ahora están) han tenido suficiente habilidad e inteligencia para llevar a cabo este procés con total impunidad, con el consentimiento de esa minoría que ha sido, a su vez, la encargada de aplastar a todos los disidentes que han ido apareciendo entre sus filas. En esta maniobra de embaucamiento, dominación y colaboración ha caído tanto la derecha como la izquierda, mostrando por igual una ceguera responsable y un entreguismo suicida. Todos. Desde Suárez a Rajoy, pasando por Felipe González, Aznar y Zapatero, no han sabido nunca dónde establecer los límites democráticos, no han tenido ni ideas ni determinación ni valentía para frenar las imposiciones del independentismo. Curiosa, y alarmantemente, este proceso ha corrido paralelo (mezclado y superpuesto) al de la corrupción, ante el que se ha actuado del mismo modo contemporizador y con las mismas consecuencias demoledoras para el Estado y la democracia.
Hablo de límites democráticos, porque eso es esencialmente la democracia, la imposición de límites. Límites sobre lo que se puede decidir y no decidir, hacer y no hacer, decir y no decir, enseñar y no enseñar, propagar y no propagar. Y todo ello se establece a través de leyes y normas. Libertad, democracia y leyes son inseparables. Allí donde se conculcan las leyes, la democracia y la libertad se atropellan.
La democracia no puede permitir la propagación de la mentira, el desprecio a la verdad sobre hechos históricos fundamentales, el insulto, el incumplimiento de las leyes, la destrucción y burla de los símbolos comunes, la exhibición y manifestación pública de sentimientos de odio, la imposición de una lengua, el adoctrinamiento ideológico separatista en la enseñanza, la utilización del dinero y las instituciones públicas para intereses y fines disgregadores, particulares y partidistas, la creación de estructuras paralelas de estado (policía, embajadas, oficinas tributarias...), etc. Todo esto está ocurriendo hoy en Cataluña con el consentimiento de los poderes del Estado y los responsables políticos, algo democráticamente repugnante. Todos los países de nuestro entorno europeo tienen muy claros los límites democráticos y no los confunden ni con la libertad ni con la tolerancia. Resultaría inimaginable que en Francia, por ejemplo, el presidente Hollande recibiera pasivamente pitos e insultos de una masa que gritara “franceses... hijos de puta” mientras sonara la Marsellesa, y que a su lado el presidente del Languedoc sonriera satisfecho y engreído. ¿Qué pasa en nuestro país? ¿Somos más demócratas que Francia, Alemania o Italia por consentir y minimizar estos hechos con argumentos de conveniencia, templando gaitas y poniendo paños calientes?
No se puede llamar a la cobardía cautela, a la claudicación apaciguamiento, a la dejación astucia, moderación a la debilidad. No denunciar la deriva antidemocrática y totalitaria del independentismo, no combatirlo con todos los medios y renunciar a imponer y defender la ley es convertirse en responsable y cómplice activo de la destrucción del Estado y la democracia, causando un daño inmenso a todos los españoles. No se puede banalizar ni el mal ni el daño que han causado y están provocando los actuales responsables políticos con su entreguismo y consentimiento. No se puede ser demócrata y renunciar a defender la democracia, la libertad y la ley. Todo esto no es normalidad ni prudencia política, sino miseria ideológica, psicológica y moral.
Oigo a los expertos, los prudentes, los irenistas, los arriolas: ¡No es para tanto! Si fuera un suceso aislado, aceptaría la llamada a la contención
Desde hace más de treinta y cinco años, sobre todo cuando Pujol llegó al poder, hemos ido asistiendo a una progresiva degradación del sentido de la democracia (recuerden Banca Catalana) que ha ido penetrando en todos los ámbitos hasta volver a muchos, ciegos e insensibles. El desarme ideológico y psicológico se ha basado en la constante amenaza y chantaje del victimismo, la segregación y la destrucción de los opositores, las trampas lingüísticas, el doble lenguaje, la falsificación de la historia, la intimidación emocional, la manipulación de los sentimientos de pertenencia, la explotación de los miedos y complejos de la clase política, la creación de poderosas redes de corrupción, la compra de los medios de comunicación, etc. Muchos españoles han interiorizado ya la derrota, empezando por los partidos políticos hasta ahora mayoritarios, pero también los otros poderes e instituciones del Estado, incluida la monarquía. ¿Como es posible que el Rey, que es el Jefe del Estado, haya soportado resignadamente los abucheos en el final de la Copa que lleva su nombre, gritos, gestos y pitidos que directamente insultan y ofenden a todos los españoles y también a su persona y la institución que representa? ¿Qué consejeros tiene? ¿No está entre sus poderes y atribuciones constitucionales el no consentir ni soportar semejante humillación y desprecio? ¿No podría haber abandonado el estadio y dar así un ejemplo de dignidad, mostrando que no es una figura meramente decorativa? ¿Habría actuado así un Presidente de la República? Ha sido patética la reacción de Pedro Sánchez llamándole para mostrarle su apoyo... ¿Pero qué patochada y qué cinismo es éste? ¿Que el Rey necesita llamadas de apoyo y consuelo, pobrecito, cuando es incapaz, él, el gobierno y la oposición, de defender e imponer la ley, ignorando el sentimiento de agravio y ofensa de la mayoría de españoles, incluida una mayoría de catalanes? ¿Con qué estúpida arrogancia se puede despreciar este sentimiento de indignación generalizado y justificado? ¿Tan poco importa este sentimiento y sí, en cambio, el no provocar a los independentistas?
Es deplorable la reacción de los políticos y los medios de comunicación, síntoma cegador de la degeneración mental y psicológica a la que han llegado. Libertad de expresión, repiten unos. Gamberrada, falta de respeto y mala educación, cacarean otros. Triste, lamentable, declaran los más duros. Y luego viene ese paripé de la Comisión contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte, a la que le sobra todo el nombre y le falta simplemente determinación, para sacar un melifluo comunicado no se sabe si de condena o de disculpa. Se repite lo del 9N. Y Mas y los independentistas creciéndose y culpando al Gobierno por provocar y amenazar... Hasta se atreven a decir que “el Rey ha estado muy discreto y en su lugar, como le toca”. Le marcan al Rey lo que le toca y no le toca, por si acaso. ¡Eso sí que es tocarle (y tocarnos) los cataplines!
Oigo a los expertos, los prudentes, los irenistas, los arriolas: ¡No es para tanto! Si fuera un suceso aislado, aceptaría la llamada a la contención. Pero este acto forma parte de una cadena de hechos que refuerzan la impunidad y el envalentonamiento con que actúa cada día, y con más descaro, el independentismo. Se trata de un acto masivo de hostilidad, de provocación, de insulto público, orquestado, jaleado y promovido por instituciones públicas y organizaciones subvencionadas. Un acto premeditado de agresión y desprecio, que contribuye a propagar el odio y los enfrentamientos, y que aprovecha una competición transmitida a millones de espectadores. Todo esto califica y amplía el delito. Si abuchear a un futbolista negro es acto racista que conlleva sanciones, ¿qué es un pitido masivo, estruendoso, seguido de insultos y gestos contra los españoles, el Rey y el himno nacional? Y esa gigantesca pancarta con el lema Jota ke irabazi arte (Dale duro hasta vencer), la misma que han usado los terroristas de ETA, ¿qué pasa, que era una llamada a la convivencia pacífica, y por eso no se ha enterado esa rimbombante Comisión, a la que, por cierto, acuden dos altos cargos policiales uniformados y llenos de medallas? ¿Qué pintan ahí y qué defienden? ¡También aparecía otro militar lleno de medallones detrás del Rey en el palco del Barcelona!
A Felipe VI empiezan a llamarle el Rey Prudente. A lo mejor tenemos que recuperar aquello del Rey Pasmado o quizás Abducido. Todavía me queman en la retina esas imágenes donde se le ve al volante riéndose con Mas, su copiloto. ¿Metáfora de España? Claro, que no podemos echarle a él una culpa que es de casi todos, incluidos muchos ciudadanos. Una vez me comentó un ex-jefe de la Casa Real que el propio Juan Carlos ya había asumido que un día u otro Cataluña se independizaría. Es el que dijo aquello de “Tranquil, Jordi, tranquil”. Si ya ha llegado el derrotismo y la interiorización del fracaso de España como Estado democrático a la cúspide de tan alta torre, no es de extrañar el sentimiento de indefensión de gran número de ciudadanos. Yo, ante semejante futuro, me la jugaba con un gesto de valentía. Si me pidiera consejo, yo le daría una hoja de ruta que le llevaría, infaliblemente, o a la de derrota final, o al asentamiento de una de verdadera democracia, no sólo en Cataluña, sino en toda España. Cualquier cosa menos continuar templando gaitas (gallegas) mientras otros soplan pitos.