Hoy, 2 de junio, hace un año de la abdicación de Juan Carlos I. Esa tarde se sucedieron manifestaciones republicanas por las diversas ciudades de España. Al día siguiente, un buen amigo mío me dijo con sorna: "Estuve en la plaza de Cataluña, pero no te vi". "No, no fui –le contesté-, de haber estado en Madrid, quizá hubiera ido pero no aquí, rodeado de esteladas y apenas sin banderas republicanas". De ningún modo hubiera sido mi sitio. Ciertamente no soy monárquico, pero tampoco soy entusiasta de la forma republicana a cualquier precio; Santiago Carrillo, tampoco. Ana Romero, autora de una interesante biografía de Carmen Díez de Rivera, acaba de publicar una apasionante crónica de los cuatro últimos años del reinado de Juan Carlos: Final de partida (La Esfera de los Libros).
No hay duda de que la transparencia pública debe comenzar por la Monarquía, la cual sólo se puede justificar por su ejemplaridad
Todo apunta a que el monarca saliente debía de creer que podía ‘vivir de renta’ por su decisivo papel en la restauración democrática, y que 'todo' le sería consentido. Pero eso no es aceptable. En principio, al conjunto de los españoles le trae al pairo la vida amorosa de sus gobernantes, pero otra cosa es la corrupción y la incompetencia. Dadas sus amistades peligrosas en la órbita del capitalismo de amiguetes, es lícito preguntarse: ¿El rey cobra comisiones? Ana Romero anota que "desde Zarzuela se acusó a los servicios secretos franceses de ser los responsables de propagar la idea de que don Juan Carlos cobraba comisiones”. Y apunta que Sarkozy ejerció una 'presión brutal' sobre el rey Abdalá de Arabia Saudí, fallecido recientemente, para hacerse con el control del proyecto del AVE a La Meca.
La última pareja estable y conocida del monarca emérito era directora gerente de una agencia organizadora de safaris, y la conoció en enero de 2004. Sería presentada en diversos países como su novia oficial o consorte, y con ella se estableció un nuevo círculo cortesano en torno al rey. Contraviniendo lo dispuesto en la legislación española, la instaló en el monte de El Pardo.
Fue la caída del rey en Botsuana -que le obligó a regresar a España el 13 de abril de 2012, para ser operado- la causa de que se acabara para siempre el blindaje de su doble vida. Un rey desaparecido en África, cazando elefantes de incógnito, y que meses atrás había pedido sacrificios al pueblo y proclamado que el paro juvenil le quitaba el sueño. Se abrió entonces la veda nacional sobre sus andanzas, y su popularidad cayó sin remedio. En vano se repitieron sus haberes democráticos y su importante intervención en el logro de contratos internacionales. “Entre 2004 y 2008, Juan Carlos I realizó al menos media docena de viajes privados a Rusia que le ayudaron a consolidar con Putin una amistad profunda que continúa al día de hoy”. Se hicieron visibles intermediarios conectados con el rey, incluido su yerno encausado, con suculentos beneficios no declarados.
El papel del traficante de armas Kashoggi, la presencia de empresas pantalla que desviaban dinero a Hezbolá, el afán de la favorita del rey por figurar y participar en todas esas negociaciones, dispararon las alarmas de un alto riesgo nacional. Prevaleció la razón de Estado y al rey no se le dejó ir a Abu Dhabi, 24 horas antes de viajar. Pero el ministro de Asuntos Exteriores aún no ha acudido al Congreso, tal como prometió, a explicar sus conversaciones con aquella mujer sobre dicho particular. “Los españoles empezaron a vislumbrar una Zarzuela convertida en una casa de los líos”. Más allá de chismes, se destaca en este trabajo la estrecha relación entre el rey y Felipe González, 'ideólogo' de su abdicación. Y Ana Romero subraya la repercusión del artículo ‘La erosión de la monarquía’ del historiador Santos Juliá, publicado el 2 de febrero de 2013 en El País. No hay duda de que la transparencia pública debe comenzar por la Monarquía, la cual sólo se puede justificar por su ejemplaridad.