Ni los que supuestamente han ganado, porque en realidad han perdido todos, hemos perdido todos, en las pasadas elecciones al parlamento europeo tenían el cuerpo para descorches ni jaranas ni gritos de euforia ni apenas sonrisas que no fueran las muy archisabidas de circunstancias. Ganó la abstención por goleada, a pesar de que Podemos sólo pudo asomar la cabeza para devenir casta en cuanto hayan de organizarse, tomar decisiones y, si ello llega, asumir responsabilidades. Ni una sola palabra en el trabajo el lunes siguiente a la más sosa de las noches electorales que me hayan sido dadas vivir. Ni una miserable conversación sobre las mismas en los refilones callejeros para los que dilato los pabellones auditivos hasta la paquidermia. Nada. Desierto de juicios. Cada uno a sus asuntos. Y todos, muy lejos de vibrar ni lo más mínimo con esos resultados que, a pesar de las anécdotas sorprendentes -para eso están esas vacaciones electorales que nos permitimos los europeos cada cinco años: para descansar del ejercicio del voto responsable o el útil o el comprometido- apenas han significado un corrimiento de opinión que nos lleve a una situación peligrosa, insostenible o caótica. Los votantes nos hemos dado el gustazo de votar libérrimamente y así, en cada país, se han ajustado cuentas que nada tienen que ver con el proyecto europeo, una realidad que sigue mereciendo todo el apoyo del continente en su conjunto. La alternativa sí que es, realmente, el ¡sálvese quien pueda!, y, en ese caso, España puede poco, y Podemos, nada.
En conjunto, a nivel individual, no estoy descontento. He ejercido un derecho al que no quiero renunciar. Antes que abstenerme votaría en blanco -ya lo he hecho alguna vez- y los resultados españoles nos han dejado mensajes que, como es de rigor, no tendrán buenos lectores que sepan calar en su último significado.
He ejercido un derecho al que no quiero renunciar. Antes que abstenerme votaría en blanco -ya lo he hecho alguna vez-
El bipartidismo está tocado de muerte. Y se lo han ganado a pulso. Toda la campaña del PSOE se basaba en una idea-fuerza (que así las llaman los cursis estrategas electorales, versión moderna de los viejos fablistanes o charlatanes de feria): "No somos lo mismo que el PP", y sin embargo, después de dos semanas y cientos de miles de euros gastados, no parece que hayan convencido a los electores de la bondad del enunciado. El PP, siempre osado como los ignorantes, se ha atrevido a cantar la patética victoria de los derrotados, y el ridículo se pasa una y otra vez de móvil a móvil, con los brazos en uve de vino de Cañete. Al inefable Cayo Lara, dispuesto a converger con el diablo, a través del norteño Meyer, taciturno como una urna en el depósito entre elección y elección, enseguida le salen las cuentas del frente popular para el que Podemos puede ofrecerse, a la espera de ver las condiciones onerosas de la confluencia entre la rigidez del viejo aparato comunista y la labilidad del militante cibernético. En Cataluña la bofetada al secesionismo ha sido tan sonora como patéticos los esfuerzos que hacen los requetés políticos y mediáticos secesionistas por disimularla. Querrán reescribir sus declaraciones preelectorales, porque en Cataluña ya se reescribe todo, con un desparpajo sólo comparable a la atrevida incompetencia comunicativa de Marta Rovira, pero bien clarito -y acaso hijo del clarete- quedó: Una oportunidad de oro para que los catalanes le demostrásemos al mundo lo siguiente: que la gran mayoría (pongamos ese 80% del que no se apea el NHMas) votaría a partidos que defienden la consulta y la creación del nuevo estado; que somos un solo pueblo con una sola alma con una sola lengua y con dos o tres banderas: la senyera y dos cubanyeres; que las urnas iban a rebosar de votos entusiastas, al paso alegre de la paz cataláunica de cara al sol del nuevo estado europeo: ése del estado somos nosotros y seremos, y ojito con el que nos lo discuta...; y que, de paso, íbamos a demostrar que para europeístas nadie como nosotros... A la primera ocasión en que los castillos aéreos -por otro nombre onanismo mental, dicho así a lo fino, para no ofender- han tenido que sufrir la dura prueba de las urnas, ésa en la que no votan las palabras mentirosas, falaces, tramposas, embaucadoras y perversas de los secesionistas, sino cada hijo de vecino con la papeleta que le da la gana escoger, o bien acogiéndose al derecho democrático de no votar -y entonces vaya Vd. a saber qué significado puede tener esa negativa, aunque no parece aventurado intuir que algo de rechazo, en el grado que sea, parece manifestarse hacia el sistema, ¿no?-, entonces, el resultado ha sido de chasco mayúsculo: el 25% del censo electoral ha respaldado con entusiasmo genital el nacimiento del nuevo estado catalán. ¿Nadie celebró el inicio del largo parto? ¿No corrió el cava? ¿No hubo un concierto de e-mails, teletipos, llamadas, noticias de prime-time, de late-show, de ediciones electrónicas celebrando la gran noticia del mundial acontecimiento? Algo falla en este sainete que se va acercando al final que le pondrán las urnas en las próximas elecciones autonómicas, aunque bien pudiera ser que en las municipales se avanzara algo de esa agonía que acaba de comenzar, porque las agonías de sainete son así, de guardarropía, es decir, de nadar y de guardar la ropa, esto es, el sueldo mensual, como el chaquetero Ernest Maragall ha probado con eficacia sólo comparable a la de Mascarell.
Acabado todo, he tenido la sensación de que Europa está deseando que la rapten de nuevo para refugiarse en Creta y llevar una vida más plácida, y humilde...