Este jueves nos hemos despertado con una noticia que da escalofríos y que nos recuerda con angustia el oscuro crisol donde se fundieron lentamente las bases de ciertos movimientos sociopolíticos de principios del siglo XX dignos de olvido y que nunca más nadie quiere verlos repetirse. En Mataró, un grupo numeroso de gente se manifestaba el miércoles ante la Escuela Pía Santa Anna, manipulados por la xenófoba y totalitaria pancracia soberanista que convocaba a través de Som Escola (Somos Escuela), la franquicia educativa del subvencionadísimo Òmnium Cultural, y con la connivencia de la AMPA (Asociación de Madres y Padres de Alumnos) de Santa Anna. La concentración estaba encabezada por los concejales de CiU, ERC, ICV-EUiA (IU) y los representantes de la CUP en el municipio. Todos juntos hicieron un llamamiento a la desobediencia de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que ordenaba impartir en Santa Anna, como mínimo, un 25% de las clases en lengua española en dos grupos a los que pertenecen dos niños cuyos padres tuvieron que pedir judicialmente la protección de los derechos educativos y lingüísticos de sus hijos. Esta presión, sin embargo, no se encontraba sólo en la calle y contra los padres, para hacerlos desistir de pedir su derecho de amparo en los tribunales, sino que desde las redes sociales, Oriol Abelló, un conocido activista del entorno convergente de Mataró, pedía hacerle a los dos niños “el apartheid como a los negros” e increíblemente culpaba a los padres de tan estulta insensatez. Toda una situación, parece ser, de democracia pura, de manual de derecho político, para los convocantes y aquellos que la apoyaban, y toda una situación aterradora, vergonzosa y de profunda preocupación para cualquier persona cívica, demócrata y sensata.
La serpiente del nacionalismo ha incubado un huevo cuyo contenido al eclosionar se presenta como un camino de incierto retorno. Uno de los males que contiene este huevo es el reptil del supremacismo
Todo ello me evoca recuerdos diacrónicos de aquella excelente película, ‘El huevo de la serpiente’ (1977), de uno de los grandes directores del séptimo arte, altamente prolífico y conocedor como pocos de la psicología humana, el sueco Ingmar Bergman. En ‘El huevo de la serpiente’, en una envidiable madurez creativa, abandonó su habitual línea introspectiva, la que le dio maravillosos frutos como ‘Persona’ (1966), para reflexionar sobre la Historia y la importancia de los hechos y sus consecuencias. Los personajes de Abel y Manuela, interpretados por el habitualmente inexpresivo David Carradine y la siempre excelsa Liv Ullmann -actriz habitual de Bergman-, se hallan inexorablemente prisioneros en el hediondo y deprimido Berlín de 1923, donde los escombros, la suciedad y la miseria están omnipresentes y hacen el ambiente irrespirable. Bergman, plano tras plano, funde a los hombres con este decepcionante paisaje, porque esta miseria es también humana, es una derrota moral, lo que propicia que el veneno de la serpiente del fanatismo se infiltre, lenta pero inexorablemente, en todos los rincones de la sociedad alemana, lo que llevará hacia algo inefable, como todo el mundo por desgracia ya sabe. Abel y Manuela acabarán trabajando para el doctor Vergerus (interpretado por Heinz Bennent) y finalmente Abel descubrirá horrorizado los escalofriantes experimentos con personas, de carácter eugenésico, que practica y documenta detalladamente Vergerus, partiendo de postulados ideológicos que van mucho más allá de la mera búsqueda de avances científicos.
El fanático sueño de Vergerus de una sociedad y un hombre perfectos le hacen afirmar que “cualquiera que haga un mínimo esfuerzo puede ver lo que nos espera en el futuro. Es como un huevo de serpiente. A través de la delgada membrana, se puede distinguir un reptil ya formado”. Incluso afirma que otros continuarán su trabajo cuando él desaparezca, porque el veneno ya se ha extendido completamente en una sociedad en plena quiebra económica y moral. Esta sociedad envenenada está poblada por diversos tipos de personas: quien la quiere cambiar como medio para unos oscuros fines como Vergerus; los nihilistas como Abel y Manuela, que tratan de sobrevivir sin espíritu pero también sin esperanza; aquellos pocos acomodados que viven negando el presente y rehuyendo hedonistamente un futuro que ya está acechándolos cruelmente; y otros como el Inspector Bauer, que creen que la democracia, el entendimiento y la sensatez son valores universales e inalterables y viven tratando inútilmente de hacérselos respetar a los demás al mismo tiempo que tratan de rehuir el vago pero opresivo ambiente generalizado.
Vergerus, en su discurso final, justo antes de suicidarse, en una de las escenas más impactantes e inteligentes que puedo recordar de la historia del cine, habla de cómo los más jóvenes son la única herramienta posible para cambiar el futuro, enseñándole a Abel una proyección donde se ve un grupo de gente caminando, para mostrarle cuál es su verdadero proyecto: “Observa toda esta gente [los adultos]. Son incapaces de una revolución. Están demasiado humillados, demasiado temerosos, demasiado oprimidos. Pero en diez años, entonces los niños de 10 ya tendrán 20, los de 15 años tendrán 25. Al odio heredado por sus padres, ellos añadirán su propio idealismo e impaciencia. Alguno se avanzará y pondrá sus sentimientos en palabras. Alguno prometerá un futuro. Alguno hará sus demandas. Alguno hablará de grandeza y sacrificio. Los jóvenes e inexpertos darán su valor y su fe a los cansados y los indecisos. Y entonces habrá una revolución, y nuestro mundo se hundirá en sangre y fuego”.
El nacionalismo en Cataluña ha creado un fuerte sentimiento identitario catalán eliminando cualquier signo identitario español empezando por el más potente, la “invasora” lengua española
Por desgracia, estos fílmicos recuerdos no provienen de un síndrome de Stendhal -¡ojalá!- sino de la triste realidad que sufrimos en nuestra tierra y que parte por la mitad a toda una sociedad, sociedad antes firmemente sensata y acogedora, ahora tristemente radicalizada y egoísta en una de sus mitades. Y es que la serpiente del nacionalismo ha incubado un huevo cuyo contenido al eclosionar se presenta como un camino de incierto retorno. Uno de los males que contiene este huevo es el reptil del supremacismo, aquella doctrina que afirma que un grupo determinado es superior a otro. ¿Y cómo se consigue transmitir este artificial valor de superioridad? Es muy sencillo, basta con implantar el odio en el corazón utilizando el mejor método posible: manipulando la enseñanza.
En Alemania, esto es algo que el nacionalismo decimonónico ya sabía, y ya había planteado -con bastante anterioridad a la época que retrata la película de Bergman- la necesidad de utilizar a los niños como catalizador de los nuevos modelos sociales basados en el dios Nación, y con más razón era primordial para el nacionalismo controlar la educación. No por casualidad, Johann Gottlieb Fichte en los ‘Discursos a la nación alemana’ (1808) propuso textualmente como único medio posible para preservar la existencia de la nación alemana un cambio total del sistema educativo mediante el cual convertir a los alemanes en un cuerpo colectivo cuyos miembros se sintieran individualmente estimulados y animados por el mismo interés: la nación. El proyecto educativo alemán recibió una feroz crítica casi un siglo después por parte del Premio Nobel Hermann Hesse en la magnífica novela ‘Bajo las ruedas’ (1906) donde el niño Hans fracasa en el colegio por culpa de un sistema educativo que se olvida del desarrollo de la persona y de su vertiente emocional al priorizar exclusivamente los valores académicos puros porque el trasfondo no es otro que imponer un pensamiento preestablecido mediante la falta absoluta de libre pensamiento; este hecho, sin embargo, se mantiene en otras sociedades occidentales como, por ejemplo, los EE.UU. de los años 50 del siglo pasado, lo cual recogía magníficamente Peter Weir en su película ‘El club de los poetas muertos’ (1989), quizás uno de los más bellos alegatos a favor de la necesidad de formar en las aulas librepensadores y no adoctrinados.
Sin embargo, ¿cómo ha hecho el nacionalismo en Cataluña para fabricar un sentimiento ilusorio de superioridad y de pertenencia a un sesgado proyecto “nacional”? Creando un fuerte sentimiento identitario catalán. ¿Y cómo se consigue esto? Eliminando cualquier signo identitario español empezando por el más potente, la “invasora” lengua española, y utilizando banales mensajes propagandísticos como que el catalán es la lengua propia de Cataluña, impostura que el nacionalismo ha llevado incluso a los Estatutos de autonomía de 1979 y de 2006. Y digo impostura porque, aunque no le guste oírlo al nacionalismo, los catalanes tenemos la gran riqueza y la gran suerte de tener dos lenguas propias: el catalán y el español. Y es algo, al fin y al cabo, a lo que cualquier persona sensata jamás renunciaría.
Sin embargo, la lucha por la lengua como un elemento primordial en la “construcción nacional” catalana no es nueva, viene de lejos. Uno de los padres del nacionalismo catalán, Enric Prat de la Riba, en ‘La Nacionalidad catalana’ (1906) repudia el bilingüismo de sus contemporáneos, tanto en la vida cultural como en la calle, por la españolidad, según él, que aquello representaba: “Había que acabar de una vez con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma, era necesario saber que éramos catalanes y que sólo éramos catalanes, sentir lo que no éramos para saber claramente, profundamente lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio”. Prat de la Riba jamás entendió que las instituciones deben proveer a los ciudadanos con herramientas de conocimiento y no de mediatización y/o represión, porque una lengua no es ni un problema ni una monstruosa bifurcación de nuestra alma como tampoco es un elemento transmisor de identidad nacional, ¡en absoluto!; una lengua es y será siempre una oportunidad porque representa un vehículo de cultura, entente, diálogo, convivencia y conocimiento.
La enseñanza quiere someter la voluntad de los más jóvenes a la voluntad de la nación convirtiéndose en un instrumento más de la política de Estado que continuamente sufrimos de la Generalitat
Este proceso, de carácter identitario, supremacista, reduccionista y excluyente, el nacionalismo catalán lo ha llevado a la escuela, con el objetivo de quitarnos desde pequeños los signos comunes que compartimos todos los españoles, y he aquí el “secreto” de porqué aquellos que quieren construir el “nuevo país” necesitan con desesperación controlar la enseñanza. En la época de Fichte era primordial controlar el sistema educativo, sí, y ahora claramente también lo es, sino estos “arquitectos” del ADN jamás podrían crear ese “homo catalanus” que tanto anhelan. Elie Kedourie explica perfectamente esta metodología educativa en ‘Nacionalismo’ (1966), afirmando que la finalidad de la enseñanza no es la transmisión del conocimiento sino que su propósito es del todo político ya que quiere someter la voluntad de los más jóvenes a la voluntad de la nación deviniendo la escuela un instrumento más de la política del Estado como el ejército, la policía o la Hacienda pública. El proyecto del nacionalismo catalán siempre se ha basado en buscar un hecho diferencial absoluto que defina su concepto de pueblo y han escogido la lengua, quizás uno de los más visibles en cualquier sociedad, ocultando la dualidad lingüística que ha coexistido pacíficamente a lo largo de tantos siglos en nuestra tierra para aislarse con una sola lengua y poder “hacer país”. El hecho étnico, sin embargo, difícilmente lo puede utilizar el nacionalismo catalán porque si no ¿cómo justificar que existe una “raza catalana” cuando en nuestros lares hemos sido siempre un puerto abierto al mundo y un lugar de encuentro de muchos otros pueblos y civilizaciones como los íberos, los cartagineses, los romanos, los judíos, los visigodos, los musulmanes, los griegos, los cristianos y otros pueblos del resto de la Península Ibérica?
Evidentemente, todos los partidos nacionalistas consideran prioritario el tema de la lengua y por eso, en vez de tener la libertad de optar por un modelo bilingüe que respete los derechos educativos de todos los catalanes, o de poder escoger un modelo de enseñanza trilingüe incluyendo el inglés siguiendo el espíritu del tiempo, el del mundo global, los padres catalanes se ven abocados a llevar a sus hijos a colegios públicos con inmersión lingüística obligatoria ya que, al igual que en el caso de Vergerus, hacen posible el sueño de una sociedad y un hombre perfectos, es decir, en nuestro caso, para ellos, nacionalistas. Y no lo digo yo, lo afirmaba la consejera de Enseñanza Irene Rigau el 18 de julio de 2011 (qué casualidades más curiosas tiene la Historia, ¿verdad?) con rotundidad, impune, sin esconderse de nada, como recogió el diario catalán ‘Regió 7’, cuando hablaba de la escolarización de los recién llegados: “Sólo mediante la escolarización podremos realmente catalanizar, hacer miembros de pleno derecho, tener sentimiento de pertenencia a nuestro país, a los hijos de los que han venido de fuera”. Añade que “cuando se mire con distancia la capacidad que tiene la escuela de fundir los diferentes grupos étnicos en un solo pueblo se podrá estar satisfecho del trabajo hecho [...] Esto es lo que se hizo para catalanizar el sistema educativo: agrupar a todos los agentes implicados independientemente de sus pensamientos u orígenes”. Y así, como preveía Vergerus, al odio heredado por sus padres contra España, ellos añadirán su propio idealismo e impaciencia, evidentemente inducidos, pues la consejera recordaba a los profesores “que todos son militantes de la educación” y añadía que “la persona que cree en la educación cree en la esperanza”, afirmo yo, de un nuevo país, ¿verdad, Sra. Rigau? Como ya nos advirtió Kedourie, la enseñanza quiere someter la voluntad de los más jóvenes a la voluntad de la nación convirtiéndose en un instrumento más de la política de Estado que continuamente sufrimos de la Generalitat. La consejera afirmó también que “es necesario que las familias sepan que tienen la mejor escuela pública que pueden tener”. Qué extraño se nos hace entonces que su jefe, el actual Presidente de la Generalitat, el Sr.Mas, rehúya esta escuela pública “inmersiva” tan maravillosa y lleve a sus hijos a una escuela cuatrilingüe, al igual que el anterior presidente, el Sr. Montilla, lleve a sus hijos a una escuela trilingüe. Creo que quien ha acertado más ha sido Jordi Cañas, ex-diputado autonómico de Ciudadanos, que tuiteó hace pocos días -en respuesta a las declaraciones de la consejera Rigau rechazando la presencia del castellano en la enseñanza inmersiva monolingüe- que “sí, es cierto que nunca separarán a los niños en las aulas por lengua porque lo hacen por renta: trilingüismo para los ricos, inmersión para el resto”. Una verdad sobrecogedora.
Sí, es cierto que nunca separarán a los niños en las aulas por lengua porque lo hacen por renta: trilingüismo para los ricos, inmersión para el resto
Este proceso eugenésico y nacionalizador que pretende la consejera Rigau, basado en la lengua y transmitido mediante la enseñanza, lo puso en marcha en democracia Jordi Pujol hace tres décadas y lo conocimos en detalle en 1990 gracias a la publicación en los periódicos de su plan recatalanitzador. Como todo lo que propuso Pujol, no había nada que fuera demasiado nuevo, sino reformulaciones de lo que otros nacionalistas anteriores a él ya habían propuesto. Recordemos, sino, como en 1934, gobernando ERC en la Generalitat, Pompeu Fabra y otros “prohombres” del nacionalismo catalán propusieron la creación de la Sociedad Catalana de Eugenesia a través del ‘Manifiesto para la conservación de la raza catalana’, raza que consideraban dañada por culpa de los castellanos invasores, afirmando que era necesario buscar “asentar las bases científicas de una política catalana de la población” para mantener pura esta inexistente raza.
El proceso identitario para llegar al “homo catalanus”, basado en la lengua y la enseñanza, ha sido mantenido firme e indiscutiblemente por todos los partidos nacionalistas que han gobernado Cataluña después de Pujol. Basta con ver las airadas reacciones al recurso que la Abogacía del Estado ha presentado muy recientemente, a instancias del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) donde se denuncia que la solicitud de preinscripción que ha ofrecido el Gobierno de la Generalitat en los centros públicos y concertados para el curso 2015-2016 vulnera la ley al no incluir la opción de recibir la educación en lengua castellana en la primera enseñanza.
Recoge el indefinido PSC en su web las palabras de Miquel Iceta del día 8 de mayo, referidas a la sentencia del Tribunal Supremo sobre la enseñanza en Cataluña respecto al idioma: “Somos partidarios del actual modelo de inmersión lingüística, ya que ha dado el resultado esperado: el dominio de las dos lenguas por parte de los alumnos al terminar la educación obligatoria”. Esto no es cierto pues el nivel de lengua española es mucho más bajo, como demostraron Mercè Vilarrubias y Sonia Sierra en un informe presentado recientemente en la London School of Economics, donde recogían que, en la interminable lucha que los dirigentes nacionalistas hacen contra la lengua española y la cultura que emana de ella, los exámenes mediante los cuales la Generalitat evalúa el castellano son significativamente más fáciles que los del resto de autonomías españolas ya que sólo evalúan la comprensión lectora, olvidando las habilidades de escucha y orales. La prueba más evidente de este fracaso impositivo es la vergüenza propia y ajena que nos hizo sentir a todos los catalanes la nada acertada intervención de la señora Marta Rovira, de Esquerra Republicana de Catalunya, en el Congreso de los Diputados no sólo por el contenido sino especialmente por su nivel de iniciación de español para extranjeros. Demuestran con su informe las profesoras Vilarrubias y Sierra que la imposición del catalán provoca que los castellanohablantes saquen peores notas que los catalanohablantes, y que cada vez más padres como Artur Mas y José Montilla huyan a escuelas privadas para evitar la inmersión lingüística, ese eufemismo que esconde la estupidización monolingüística del pensamiento único nacionalista, ensalzado, entre otras entidades, por Òmnium Cultural y su franquicia educativa Som Escola (Somos Escuela), cuyo lema “por un país de todos, la escuela en catalán” recuerda consignas y estéticas de tenebrosos tiempos pasados.
El lema de Som Escola -la franquicia educativa de Òmnium Cultural-, "por un país de todos, la escuela en catalán", recuerda consignas y estéticas de tenebrosos tiempos pasados
Iceta ha afirmado también: “Creemos que un tema como la inmersión lingüística y su aplicación en Cataluña debe ser una decisión política de los gobiernos por la vía del acuerdo. Hacemos un llamamiento para recuperar la relación política e institucional entre el Gobierno de Cataluña y el de España para dar una salida política a un problema que tiene difícil solución jurídica”. Añade: “Es un sistema que ha funcionado bien y que puede tener modificaciones, pero en todo caso no se deben producir en base a sentencias sino sobre la base de la colaboración y del diálogo entre gobiernos”. Mire si es fácil, Sr.Iceta: ¿y si en vez de utilizar la escuela con fines político-ideológicos, la usáramos para crear ciudadanos críticos, librepensadores, políglotas y con amplios conocimientos humanísticos y científicos, ofreciendo libertad a las familias catalanas y no imposición? La inmersión no ha funcionado bien como usted afirma, al contrario, ha generado división y disputas, y además ha creado un grave problema político porque no ha sido nada más que un método de inducción hacia la creencia de ser un pueblo superior, que tiene una única lengua propia, y que se merece un futuro mejor fuera de España. Esta es la triste verdad, Sr.Iceta, la que su partido siempre ha apoyado, y creo necesario recordarle las sabias palabras de Ernest Hemingway cuando afirmaba que “no hay nada de noble en ser superior al prójimo: la verdadera nobleza es ser superior a tu yo anterior”.
Jaume Collboni, el alcaldable del PSC por Barcelona, también ha dejado clara su defensa del actual sistema de inmersión obligatoria en catalán: “Nosotros estamos comprometidos con la inmersión lingüística, creemos que es una garantía de cohesión social que garantiza además el conocimiento de las dos lenguas que tenemos en la ciudad de Barcelona de forma predominante, que son el catalán y el castellano, y somos muy críticos con el uso político que están haciendo algunos partidos de la derecha y algunas instituciones del Estado con este tema”. ¿La inmersión lingüística es garantía de cohesión social? Efectivamente, Sr.Collboni, lo hemos podido comprobar con la situación de la Escuela Pia Santa Anna de Mataró... como escribió el estoico Epicteto, la verdad triunfa por sí misma mientras la mentira siempre necesita de complicidad. Apostar por la inmersión, como hemos visto hasta ahora, es apostar, sin duda, por el “nuevo país”, pero para usted, Sr.Collboni, este nuevo país no sería una nación independiente sino un estado confederal, insolidario y satélite, que es aquello a lo que oscuramente aspira el federalismo asimétrico del PSC. El Sr.Collboni parece ser, pues, que aspira a gobernar Barcelona al igual que el alcalde Trias, que ha escogido ser el alcalde de una parte de los barceloneses, los independentistas, y no de todos, pues el Sr.Trias firmó, a escasas horas de comenzar la campaña electoral, el compromiso para adherirse a la Asociación de Municipios para la Independencia (AMI) que promueve la ANC (Assemblea Nacional Catalana), correveidile del separatismo. Esperemos que si el Sr.Collboni llega a ser el alcalde no haga como el Sr.Trias y le deje dinero a la Generalitat para que ésta tenga fondos para pagar sus delirios nacionalistas ni preste la ciudad para ser convertida en principal escenario de las manifestaciones independentistas. Cicerón ya sabía que “como no hay nada más bello que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad” pero parece ser que usted no, ¿verdad, Sr.Collboni?
Actitudes guerracivilistas como la de Francesc-Marc Álvaro nos muestran que el huevo que incubaba la serpiente nacionalista finalmente ha eclosionado
Pero esta obsesión lingüístico-patriótica no es privativa de los políticos. Este viernes, uno de los chismosos plumíferos del “prusés infinit” (proceso infinito), Francesc-Marc Álvaro, escribía descerebradamente el artículo ‘Acto de guerra’, en el fuertemente subvencionado diario La Vanguardia, afirmando que “el neocentralismo necesita romper la columna vertebral del idioma para tratar de provocar el conflicto civil. Animar a los padres a salir de la inmersión es exactamente eso. Implicar a los tribunales aún más. Es -soy preciso- un acto de guerra”. Discrepo completamente: es un acto de libertad, no de guerra; es, simplemente, la aplicación efectiva de los derechos inherentes que la democracia nos ha reconocido a la ciudadanía; es que los padres hagan uso efectivo de su derecho a elegir para sus hijos la educación también en lengua materna, lo que es de lógica e indiscutible aplicación en un Estado democrático y de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político y donde la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas debe ser un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección; y esto no lo digo yo sino nuestra Constitución de 1978, nuestra Ley de Leyes, nuestra Ley Suprema, como todos ustedes ya se habrán percatado.
Actitudes guerracivilistas como la de Álvaro, que tanto dolor han generado en tiempos no muy lejanos en nuestro país, España, nos muestran que el huevo que incubaba la serpiente nacionalista finalmente ha eclosionado y, hoy por hoy, en nuestros lares no hallo por ningún lado, leyendo necedades como ésta, el más mínimo indicio de la sociedad y del hombre perfectos que quieren crear, ya que las sociedades y los hombres se construyen desde el entendimiento, el diálogo, la libertad, la paz social, el compromiso, la civilidad, la bondad, la enseñanza neutral, la universalidad y el librepensamiento, porque los derechos de los ciudadanos siempre estarán por encima de los inexistentes derechos de los territorios. El extraordinario científico Max Planck, Premio Nobel de Física en 1918, nos advirtió muy sensatamente que “la verdad nunca triunfa, sencillamente sus oponentes van muriendo” y, tristemente, éste ha sido y es el proyecto del nacionalismo catalán para tratar de crear este nuevo hombre mediante la escuela y esta nueva sociedad mediante la propaganda; sin embargo, que sepan sus arquitectos y sus correveidiles, “aquellos que han tomado la autoridad como verdad en vez de la verdad como autoridad” (en palabras del poeta decimonónico Gerald Massey) que una gran parte de la sociedad catalana ni se rinde ni se rendirá, porque primero son las personas y el derecho a la libertad, mientras que el amor por el falso ídolo de la “nación” que nos quieren imponer nunca podrá sustituir al amor por la pluralidad, la interculturalidad, la diversidad lingüística , la fraternidad y la entente, es decir, todo aquello que representa el verdadero talante de los catalanes de “seny” de ahora y siempre.