"La verdad no siempre está dentro de un pozo. En realidad, creo que en lo que se refiere al conocimiento más importante, la verdad es siempre superficial". La propuesta de una Ley de Lenguas para instituir como cooficiales todas las lenguas regionales en todo el territorio español, que ha abierto un interesante debate en estos últimos días, me ha traído esta frase de Monsieur Dupin, de Edgar Allan Poe, rescatada por Sánchez Ferlosio en un artículo en el que parodiaba cuántas veces nos complicamos la vida sin necesidad y que, por ejemplo, es fácil descubrir las ideologías que subyacen a tantos estereotipos verbales.
No dudo de la buena fe de todas las personas que han trabajado en el proyecto para presentar esta Ley de Lenguas
Y ya que Alejandro Tercero tan amablemente me empuja a la arena, intentaré aportar algo a este rifirrafe. Y como en artículos como los de Trancón, Leal, Rodríguez, Robles, Arenas, Oya, Puertas, Espada, Moreno y de Ramón, entre otros, se han expuesto razones largamente a favor y en contra de esta propuesta de ley, voy a tratar de no insistir demasiado en argumentos ya dados.
Vaya por delante que mi disposición es constructiva y no dudo de la buena fe de todas las personas que han trabajado en el proyecto para presentar esta Ley de Lenguas, empezando por Mercè Vilarrubias y un representativo grupo del PSC. Comprendo perfectamente que el objetivo que les mueve es el de cohesionar y tratar de conseguir, por vía del ejemplo, que las lenguas sean tratadas en toda España con respeto y se les conceda el valor simbólico que, aunque discutible, muchos les dan.
Si entiendo bien, se propone esta ley para "desarrollar una cultura lingüística que valore el plurilingüismo de España y de sus Comunidades bilingües y se perciba como una riqueza cultural de todos los ciudadanos" (Vilarrubias), así como para impeler a los gobiernos de las Comunidades bilingües a actuar de manera respetuosa con ambas lenguas.
¿Es la ley la fórmula más idónea para lograr algo así? ¿Es una buena idea imponer la cultura y el respeto por las lenguas a golpe de ley? No creo que ésta sea la vía adecuada, ni tan siquiera la finalidad de las leyes. Pero aun olvidando la pertinencia del uso de una ley, si nos atenemos al éxito que las leyes reguladoras de la lengua y la educación han tenido aquí en Cataluña, y eso que sólo han pretendido ser, como les toca, las garantes de los derechos de los hablantes, ya podemos deducir que tal vez este camino no el más adecuado para lo que se pretende. Las lenguas no se imponen a voluntad, las lenguas son seres vivos con vida propia y sus propias leyes internas, como todo el mundo sabe, pero también atienden a propiedades externas, de manera que encuentran siempre el camino más corto para cumplir su función: la comunicación y, en el mejor de los casos, el entendimiento.
Estamos de acuerdo, al menos los firmantes de los artículos mencionados, en que Cataluña dista de encontrarse en una situación ideal; más bien (cito a Vilarrubias) "al contrario, se ha optado en numerosas ocasiones por programas pro monolingüismo, que excluyen el español y se sostienen en razonamientos -hoy ya consignas fosilizadas- que no resisten un análisis objetivo". Frente a esta injusta situación, la propuesta es promover una ley que, de forma ejemplarizante, a base de obligar al resto de España a apreciar (y a pagar) las lenguas utilizándolas de forma más simbólica que real, consiga, entre otras cosas, que en Cataluña se respete también el español junto al catalán (aunque incomprensiblemente el español no se mencione en la ley). Si coincidimos en que "las lenguas distintas del español no están muy bien protegidas y promocionadas sino que han sido secuestradas por unos gobiernos nacionalistas que las usan a su antojo" (de nuevo Vilarrubias), no parece que la mejor fórmula para cortar este abuso sea que toda España se involucre en el tema que nosotros no hemos sabido resolver.
¿No sería más fácil unir nuestras fuerzas para que la ley que defiende los derechos de los hablantes sea respetada allí donde actualmente no lo es?
¿No sería más fácil unir nuestras fuerzas para que la ley que defiende los derechos de los hablantes sea respetada allí donde actualmente no lo es? Esta propuesta de ley surge de unas jornadas organizadas por el PSC y resulta chocante por contradictorio que éste, mientras dice defender el bilingüismo en Cataluña, se una a los partidos nacionalistas (CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP) para excluir el castellano de las aulas como lengua vehicular, al tiempo que tildan al Gobierno de cafre y de atentar contra la cohesión social cuando presenta un recurso para que se cumpla la ley...
¿Cómo podemos quejarnos simultáneamente de que no se cumplan las sentencias, o de que el Estado no defienda el español en Cataluña? ¿Cuántos años hemos estado los catalanes callados o bailándoles el agua a los nacionalistas? ¿Esperamos que nos vengan a rescatar y cuando tratan de hacerlo se nos acentúa el síndrome de Estocolmo? ¿Cuánto tiempo hemos evitado exigir lo que considerábamos nuestros derechos, por no provocar el aislamiento de nuestros hijos en un colegio que podía convertirse en un entorno hostil, por no perder el trabajo o la posibilidad de tenerlo, por no sentirnos agredidos en una sociedad intolerante y fanatizada que no perdonaría nuestras denuncias?
Si esta ley nace, tal y como sostienen los que la defienden, entre otros motivos para contrarrestar la política de inmersión que hay en Cataluña, hay una alternativa más fácil: basta con decir no, no hay pacto, sencillamente no podemos negociar con nuestros derechos, ni pensar en vías alternativas para ser aceptados entre los que no quieren formar parte de nuestra comunidad. Eso sería adentrarnos más en su sinsentido y abuso, sería como considerar más democrático al ciudadano que, cuando le agreden amenazándole con cortarle la mano, se prestase a dialogar para pactar que tan sólo le cortasen un dedo.
Para respetar y valorar otras culturas, otras lenguas distintas de la propia, no es necesario ni transferirlas del territorio donde se hablan, ni siquiera hablarlas, como no es necesario pintar para ser un experto en arte, ni trasladar la Giralda de ciudad para admirarla. El respeto y la dignidad no se muestran con piruetas inútiles y con lo que, al menos a mí, me parecen gestos vacíos. La dignidad del otro se respeta tratándolo de tú a tú, sin consideraciones condescendientes, sino con autenticidad, con el mayor realismo y veracidad posibles. Podemos respetar sin emular, sin compartir, hasta sin coincidir, basta con que nos valoremos. Los símbolos pueden ser útiles, pero todo depende del coste, y en este caso, cuando a mi juicio se trata de un absurdo fundamentado en una injusticia, no creo que valga la pena pagar por ellos.
Basta con decir no, no hay pacto, sencillamente no podemos negociar con nuestros derechos
Además, por otra parte, si somos francos, para qué quiere un joven de cualquier autonomía aprender gallego, vasco o catalán si con cualquier ciudadano de cualquier Comunidad se puede entender en español... ¿Qué padre escogería como asignatura para su hijo una lengua (no siendo la materna) como el catalán, el gallego o el vasco si pudiese optar por el inglés, el chino o el árabe? Efectivamente, como dice Francesc Moreno, "saber lenguas te prepara mejor para un mundo global; no es un pasivo, es un activo para ser competitivo". Sí, pero habría que precisar que, aunque todas son igualmente valiosas, unas son más útiles que otras.
Por último, si el objetivo es cohesionar a las gentes de España sólo hace falta viajar un poco, salir de casa y tomarse una copa en cualquier ciudad de nuestra geografía, donde además la hospitalidad es moneda de cambio. Eso sí sería fácil de estimular, se podría, por ejemplo, incentivar los intercambios entre estudiantes, a través de algún tipo de intra erasmus entre universidades españolas que les facilitara la oportunidad de conocer, respetar y convivir con gente de otras autonomías mientras cursan sus estudios, poniendo facilidades y no dificultades, como el peaje de la lengua, para que estos intercambios se produjesen entre alumnos y profesores de forma cómoda y placentera. Esto, claro, suponiendo que nos dirigimos a personas que quieren formar parte de la misma comunidad, porque, con aquellos cuyo único objetivo es la secesión, nada de esto hará que cambien de opinión; opinión lícita por cierto, aunque no siempre lo sean los mecanismos para imponerla.
La cultura es un lujo, una riqueza, a la que debemos tener el derecho de optar sin imposiciones. O eso creo yo.