“El proceso es contra el Estado, no contra España”, repetía Artur Mas esta vez con motivo de la clausura de la asamblea de la Unión Provincial de Estanqueros de Barcelona. Cualquier escenario es bueno para hacer apología de la secesión. Ya sea una reunión de estanqueros, el discurso de Sant Jordi o incluso ¡la visita a la nueva sede de Oxfam Intermón en Barcelona!, Mas no pierde ripio a la hora de predicar a diestro y siniestro las bondades de su proyecto rupturista.
Mas, Junqueras y compañía pretenden convencernos de que sus intereses y creencias particulares se corresponden con el interés general de los catalanes
Partiendo de la base sentada por él mismo de que el Estado es el “adversario” de Cataluña, Mas se entrega en cuerpo y alma a su autodeclarada guerra, estableciendo símiles infantiles y maniqueos, impropios de su posición institucional, que no es otra que la de máximo representante del Estado en Cataluña, o mejor dicho, de lo que queda del Estado en Cataluña. Que si David contra Goliat, que si Sant Jordi contra el drac, y de boutade en boutade hasta el bochorno total. Una auténtica guerra de posiciones o de trincheras -por decirlo en términos gramscianos- que consiste básicamente en ir conquistando, mediante propaganda y pingües subvenciones, bastiones de lo que queda de sociedad civil en Cataluña, con el objetivo de consolidar la hegemonía cultural -otra vez en términos estrictamente gramscianos, claro está- del nacionalismo. Se trata de que los intereses y creencias de una parte de los catalanes, los partidarios de la secesión, lleguen a ser vistos como la medida de todas las cosas, transformándose en los estándares de validez universal o de referencia en la sociedad catalana.
Mas, Junqueras y compañía pretenden convencernos de que sus intereses y creencias particulares se corresponden con el interés general de los catalanes, cuando ni siquiera está claro que la secesión interese a los propios interesados. En todo caso, allá ellos. Ahora bien, pretender que una decisión que, además de suponer nuestra autoexclusión de la Unión Europea, perjudicaría por fuerza nuestras relaciones con el resto de España -que no solo sigue siendo con diferencia nuestro principal mercado sino que, por encima de todo, constituye nuestro principal espacio de relaciones humanas, culturales y sociales- no tendría por qué tener ominosas consecuencias para Cataluña, resulta sencillamente delirante. En este sentido cabe decir que el proceso no solo es contra España en general, sino también contra Cataluña en particular.
Pero ¿por qué no hablan claro? ¿Cómo pueden decir que el proceso no es contra España? Ya que no quieren admitir los riesgos de la secesión para Cataluña, ¿por qué no reconocen al menos que para el resto de España sería calamitosa? De hecho sí lo hacen, y de forma constante, aunque solo implícitamente cuando se recrean insistiendo en la insignificancia de España, Cataluña al margen. Pero acto seguido salen con lo de la solución win-win, el “divorcio amistoso” y demás ocurrencias orientadas a esconder la cruda verdad, que es que a los impulsores del proceso les trae al fresco lo que le ocurra al resto de España. Por suerte, su indiferencia choca con el sentir de la mayoría de los catalanes, que a pesar de todo seguimos identificándonos mutuamente con el resto de los españoles, seguimos teniendo un fuerte sentimiento de solidaridad para con ellos y seguimos sintiéndonos parte de una misma comunidad política. Es precisamente por eso por lo que los partidarios de la secesión no hablan claro.
¿Cómo pueden decir que el proceso no es contra España? Ya que no quieren admitir los riesgos de la secesión para Cataluña, ¿por qué no reconocen al menos que para el resto de España sería calamitosa?
Hace unos días le oí decir a un profesor de la Universidad Pompeu Fabra que el discurso independentista es pura magia, porque sostiene que basta con cambiar el sujeto de soberanía para acabar con todos nuestros problemas. Se refería el profesor a los problemas de los catalanes, pero como la magia no tiene límites los magos del procés extienden el truco al conjunto de los españoles. Y si cuela, cuela. Así, en una interesante entrevista con Salvador Sostres en El Mundo sobre el día después de una hipotética secesión, Junqueras decía: “Ni vemos ni veremos a España como algo que hay que expulsar de Cataluña, y estaremos encantados de cooperar en todo lo posible”. Y añadía: “Tanto en materia de seguridad, coordinando nuestros recursos y estrategias, como en asuntos de representación internacional, como por ejemplo hacen Suecia, Noruega y Dinamarca, que en algunos países comparten embajada”. Vaya, que, en lugar de finiquitar la unidad de España, el verdadero objetivo de los independentistas catalanes es fomentar la cooperación y procurar el bien común. Ver para creer.
La ocurrencia, empero, no es nueva. No es ni de Mas ni de Junqueras, ni siquiera de Carme Forcadell, sino que ya circulaba a principios del siglo pasado, y entonces ya resultaba tan absurda como ahora. Agustí Calvet, Gaziel, en su artículo Una salida arriesgada (recogido en la magnífica obra Tot s’ha perdut, editada por Jordi Amat) definió la idea como una “aberración ideológica”. Ya en 1922 Gaziel decía: “Lo inconcebible, a mi juicio, es que haya alguien a quien, repugnándole el separatismo integral, esté sin embargo convencido de que debe llevarse a cabo; y ello con el exclusivo fin de buscar inmediatamente, entre sus mismos enemigos, a los colaboradores necesarios a la obra de reconstrucción que es, en realidad, lo único que persigue. ¡Vamos!”. Para Gaziel, eso son ganas de jugar con las palabras.
La aberración ideológica de afirmar que el proceso no es contra España, sino solo contra el Estado español no es más que otra añagaza de los mismos que defienden el derecho de los catalanes a decidir de espaldas e incluso en contra del resto de los españoles. Como apuntaba Gaziel, “si a un catalán le repugna el separatismo integral -es decir, el separatismo de España y no solo del Estado español-, y lo único que persigue es una Reconstrucción Hispánica (sic), ¿por qué se llamará separatista, si no es para despistarnos?”. Vaya, que o se es separatista o no se es, pero no se puede ser separatista del Estado español y no de la nación española, es decir, de las gentes de España. Uno no decide romper un país, y convertir en extranjeros a millones de conciudadanos, solo porque no le gusten los partidos de gobierno, la distribución territorial del poder o el sistema de financiación. Al fin y al cabo, poco parece importarles a los separatistas la suerte del resto de los españoles cuando están dispuestos a salir por piernas y dejarlos a merced de ese Estado supuestamente antidemocrático y perverso del que los propios separatistas huyen despavoridos.
El problema es que, lejos de engrandecer Cataluña, la obstinación de los separatistas la empequeñece a los ojos del resto de España y de la comunidad internacional
El problema es que, lejos de engrandecer Cataluña, la obstinación de los separatistas la empequeñece a los ojos del resto de España y de la comunidad internacional, que no hace tanto recibía a los presidentes de la Generalidad con honores de jefe de Estado precisamente por su condición de representantes del Estado español. Pero eso era cuando a Pujol todavía le interesaba jugar a ser Bismarck en España. Entonces, España era una “realidad entrañable” (Pujol dixit) y Cataluña no era una colonia sino la vanguardia y el motor de España. Pero donde dije “digo” digo “Diego”, y ahora resulta que Cataluña sí que es una colonia y que, como toda colonia, necesita su libertador, y este no es otro que Artur Mas, el Bolívar de Cataluña, el mismo que cuando Cataluña todavía no era una colonia proclamaba: “El concepto de independencia lo veo anticuado y un poco oxidado”. Claro que eso era en el 2002, y trece años dan para mucho. Pero es que no hace ni cuatro años, el 2 de diciembre del 2011, en una entrevista con Mónica Terribas en TV3, Artur Mas rechazaba la secesión como “un planteamiento a corto plazo que, además de todos los problemas que tenemos en Cataluña, nos parta, nos divida el país en dos y tengamos al cincuenta por ciento de la gente reclamando la masía (la secesión) y al otro cincuenta diciendo que ya estamos bien haciendo de masoveros de España” (el grotesco símil es de Terribas). ¡Ay, dichosa hemeroteca!
Pues sí, señor Mas, el proceso nos parte, nos divide el país en dos y ahora mismo, según la última encuesta de La Vanguardia, el 47,9% dice que “ya estamos bien haciendo de masoveros de España”, en tanto que el 43,7% “reclama la masía”, por seguir con el ridículo símil. Y mientras tanto el estado de la masía sigue siendo manifiestamente mejorable debido precisamente a la parálisis derivada de la división del país.
El caso es que de los 62 escaños que obtuvo en el 2010, con un programa autonomista y la promesa de dejar atrás la inestabilidad del tripartito arrastrado por ERC al monocultivo de las esencias, CiU pasaría, según la encuesta de La Vanguardia, a 35 ó 36 en las próximas elecciones autonómicas, de resultas de su deriva secesionista. ¡Vamos, president!, que diría, con razón, Oriol Junqueras.