Ahora que el independentismo ha puesto de moda los días históricos que se suceden hasta el empacho, me voy a atrever a imaginar, junto a los lectores, que el próximo 24 de mayo sí puede ser un gran día.
Imaginemos que tenemos en nuestras manos la oportunidad de cambiar el destino de Barcelona en los próximos años convirtiéndola en la capital de las oportunidades para los creadores. Un lugar donde pudieran dar rienda suelta a su creatividad y a desarrollar su talento sin fronteras físicas, ideológicas o lingüísticas. Sólo así recuperaremos a los grandes exiliados culturales que han tenido que sufrir durante años el veto ideológico y oscuras censuras antidemocráticas. Por fin podremos disfrutar, de nuevo, la fina crítica mordaz de Boadella en los grandes estandartes teatrales de Barcelona.
Imaginemos que tenemos en nuestras manos la oportunidad de cambiar el destino de Barcelona en los próximos años convirtiéndola en la capital de las oportunidades para los creadores
En los escenarios de Barcelona serán primero artistas y luego catalanes y españoles, Montserrat Caballé o Loquillo, Joan Manuel Serrat o Estopa y ninguno tendrá que acreditar pedigrí. Ahora sí podremos impedir que el poder político siga financiando con dinero público empresas culturales sectarias, y que el dinero que recibe Òmnium Cultural sirva para evitar la quiebra de algo tan barcelonés como el Gran Teatro del Liceo.
Si estamos dispuestos a producir cambios, nadie nos impedirá convertir la Barcelona medieval en los reales escenarios de rodaje de series históricas de éxito, porque nadie nos exigirá pasar previamente por el manipulador de la historia. Las imágenes promocionales se exhibirán en nuestras calles sin censura, las protagonice un torero o una flamenca.
Barcelona volverá a ser el decorado perfecto de los últimos estrenos cinematográficos, serán sus barrios el lugar donde transcurre la trama que nos intrigue en el último relato novelado, o sus calles el mejor enclave de los edificios singulares de arquitectos que quieren pasar a la historia. Creación artística libre, alejada del clientelismo ramplón al servicio de la propaganda política.
Barcelona seguirá siendo la capital editorial, la ciudad en la que escritores, poetas, ensayistas y columnistas podrán expresarse libremente en las tertulias, escribir su opinión en los periódicos y no tendrán que abandonar hartos e indignados las instituciones culturales por el insoportable clientelismo político que las denigra.
Una ciudad donde Nuria Amat volverá a escribir a Orwell para contarle que "a los escritores contrarios al nacionalismo ya no los apartan de la prensa escrita, de los medios públicos, de las universidades y que tienen abiertas las puertas de todo aquello que pueda representar ventana de su existencia".
Ahora sí, nos tocará decidir en las urnas si queremos consentir que el clientelismo político siga vaciando de contenido cultural a Barcelona hasta asimilarla a una simple capital de comarca, o convertirla en el mejor enclave cultural del sur del Mediterráneo. La decisión está en nuestras manos.