Buena parte de las personas confunden estos tres términos e incluso creen que la política y el gobierno son lo mismo. Me voy a explicar, no hace mucho tiempo estaba en un encuentro con especialistas de la comunicación política en un bar del barrio de Gràcia en Barcelona. Estuvimos intercambiando opiniones y hubo un momento donde uno de los que formábamos ese “corrillo”, con un perfil de extrema izquierda, se enrocó con la externalización de un hospital público. Yo defendía que mientras el hospital fuera público, universal y de la máxima calidad no entendía porque no se podía externalizar la gestión. Es muy simple, los profesionales de la medicina, es decir, los médicos, deben dedicarse a curar a los pacientes y dejar que otros profesionales externos, asuman la responsabilidad de gestionar la organización de dicho hospital. Este es un claro ejemplo cuando me refiero a que la política, el gobierno y la ideología no son lo mismo. Un gobierno debe tomar las decisiones pensando siempre en el interés general y que su ideología no le nuble o tapone caminos que pueden ser acertados. Un dirigente que toma las decisiones a golpe de encuesta o porque a parte de sus votantes no les va a gustar, es un dirigente que no comprende el peso de su cargo. Es cierto que tiene un compromiso con sus votantes, pero ahora es el representante del conjunto de los ciudadanos y sus decisiones deben tomarse con sentido común y rigor. Es el representante del conjunto del pueblo, no sólo de los militantes de su partido y debe tomar conciencia de ello.
Los valores se aplican indistintamente a los hechos que se encuentran ante nosotros, mientras que la ideología invalida los hechos si la ponen en duda
Por tanto, el argumento de mi colega, no sirve para destacar una de las diferencias entre ideología y valores, porque los valores se aplican indistintamente a los hechos que se encuentran ante nosotros, mientras que la ideología invalida los hechos si la ponen en duda. Decir que un valor es importante no quiere decir que haya que elaborar un Real Decreto regulándolo. Tampoco quiere decir que no se deba de exponer públicamente y debatir sobre ello en las cámaras de representación.
Seguro que muchos de vosotros estáis conmigo en esta reflexión que cada vez más gente comparte. Cuando era niño, recuerdo que la gran mayoría de gente con la que trataba en mi día a día era gente exquisitamente educada. Jamás oí decir palabras malsonantes. Hoy en día, es exactamente al revés. Gente exquisitamente educada, te la encuentras cada 15 días. Es una obviedad que no tengo estadística o estudio alguno para demostrarlo pero seguro que muchos de vosotros tenéis una sensación parecida. Yo, por ejemplo, valoro mucho a la gente que te responde con un “no, gracias” en vez de una cortante negativa. Un claro ejemplo que veo repetidamente es cuando estoy usando el transporte público, es decir, a diario. Es lamentable que hayamos tenido que realizar asientos reservados para la gente mayor, embarazadas o con alguna característica especial. En la realidad en la que me educaron mis padres, era impensable no levantarse para dejarle asiento a este tipo de personas. Esos niños que ya a pronta edad de cada diez palabras cuatro son palabrotas y que rara vez dicen un “por favor” o un “gracias”.
Es por ello que cada vez admiro más a los profesionalísimos , ellos son un pequeño grupo de gente que se dedica en cuerpo y alma a su trabajo. Desde un pintor hasta un abogado, pasando por una dependienta. Todos ellos, se enorgullecen de su trabajo y de la feina ben feta. Seguro que habéis experimentado la sensación de entrar en alguna tienda y casi rogar para que te traigan la talla que utilizas. O sentarte en una cafetería y estar levantando la mano a la camarera para pedir la cuenta y ella oye llover. Esa sensación. Por todo esto, quiero poner de manifiesto porque es un espíritu que quiero poner en valor. El ánimo de todos aquellos que hacen más de lo estrictamente necesario, más allá del deber. Es algo que es inconsciente, que te lo enseñan de niño y que es imposible de perder en el resto de tu vida.
España es uno de los países más solidarios del mundo, invertimos muchos recursos y dinero destinado a los países que lo pasan realmente mal
Todo esto tiene que ver mucho con la empatía. ¿Cómo me sentiría yo si me hubiera ocurrido a mi? Esta es una pregunta que rara vez nos hacemos. Y como en muchas otras cuestiones, como país también aquí vamos dando bandazos. España es uno de los países más solidarios del mundo, invertimos muchos recursos y dinero destinado a los países que lo pasan realmente mal. También la solidaridad de entre los nuestros es casi ilimitada, lo vemos diariamente en Cáritas donde ofrecí mi ayuda y colaboré en algunos comedores sociales. Pero todo ello no quita que a menudo nuestra sociedad tiene un déficit de empatía con el otro. Un país como el nuestro no pueden faltar recursos para los dependientes o los enfermos crónicos. Un país como el nuestro no puede permitirse la falta de ayuda a los niños, como mi prima, con síndrome de down. Porque si todos fuésemos conscientes de ello encontraríamos remedios. Si todos recordáramos que pueden ser nuestros hermanos, nuestros primos o nuestros hijos, quizá la respuesta sería distinta. Creo que una mayor empatía cambiaría cierta visión de la política. Es una cuestión de equilibrios. No debemos perder de vista a aquellos que sufren para salir adelante en esta sociedad. Después de todo, son como nosotros, su lucha también es la nuestra, sus sufrimientos son los nuestros. Si no les atendemos atentamos contra nuestra propia dignidad.
Todos juntos debemos no olvidar la empatía para hacer una sociedad más equilibrada y a la vez, más justa. Los dirigentes de los sindicatos, no pueden no entender las necesidades de la competividad y negar se a cualquier cambio mientras toman jamón en sus despachos. Los altos dirigentes de multinacionales no pueden despedir a cientos de trabajadores y con ese ahorro subir sus primas. No es una cuestión de ideología. Es una cuestión de ideas y valores.
El terreno común es donde debe situarse un buen gobernante o cualquier persona que quiera dirigir una empresa o cualquier cosa, incluso su vida. Es cierto que en muchas ocasiones la empatía y la comprensión no bastan. Después de toda la palabrería si no se pasa a la acción queda en agua de lluvia. A cualquier persona que preguntéis qué es lo que más valora en su vida te dirá ejemplos parecidos: La familia, los amigos, la salud…
Debemos no olvidar la empatía para hacer una sociedad más equilibrada y a la vez, más justa
Pero muchos de ellos no lo demuestran en sus acciones. Muchos de ellos organizan su empresa para acabar de trabajar a las nueve de la noche y dedicarle lo mínimo a la familia. Con cuanta gente hemos perdido el contacto por no llamarles para tomar unas cañas con unas bravas, o cuantas veces en nuevo año nos hemos prometido a nosotros mismos que nos apuntaríamos a un gimnasio…
Puede parecer una simple metáfora pero no lo es. Es una realidad. Esa es la verdadera prueba de qué es lo que realmente valoramos. Si no estamos dispuestos a pagar un precio por todo aquello que decimos que daríamos la vida, sería muy recomendable revisar esos parámetros. Quizá debamos realmente plantearnos si creemos firmemente en ellos o nos dejamos llevar por los tópicos.
Los valores y muchas de las ideas con las que vemos la sociedad es la herencia que nos dejarán nuestros padres. Esos valores son los pilares que sustentan nuestra sociedad y ser lo que somos como país. Podemos hablar de ellos, reclamar atención pública siempre que lleve a algo más que a simples palabras. Que sea una demostración de coherencia, de experiencia, siempre que recordemos que exigen una realidad de hechos y no de tópicos. Hacer cosas distintas, seria olvidar lo que somos y renunciar a lo mejor de nosotros mismos.