Dedicado a Antonio Robles, con aprecio.
Hace unos meses me desperté con una extraña sensación en mi cuerpo. Temblaba y me agitaba sin saber por qué. Mi familia, preocupada por mí, me preguntó qué me pasaba. Este año se cumplen 100 años de la publicación de La Metamorfosis. ¿Me había sucedido a mí lo mismo que a Gregor Samsa? ¿Me había convertido en un insecto? Me costó mucho pero finalmente pude hablar: lo que me pasa, les dije, es que me he transformado y me he convertido en ¡nacionalista!
En mi nueva condición, quiero contribuir a la causa nacionalista. Ahora he visto la luz, después de tantos años de auto-engaño. ¿Cómo puedo contribuir a fortalecer a los nacionalistas, como puedo hacer para que estén contentos? ¡Ya lo sé! Eureka, lo he encontrado, he hallado la manera de complacerles como nunca habían sido complacidos. Ni Mònica Terribas, ni Toni Soler, ni Salvador Cardús han llegado tan lejos como voy a llegar yo para complacer a mis nuevos amos: voy a idear una Ley de Lenguas Oficiales que haga del catalán, el gallego y el vasco lenguas oficiales del Estado junto con el español. En realidad, a mí el gallego, el vasco y el español, me dan igual, yo lo único que quiero es que brille el catalán. Y como no brilla suficiente en Cataluña, quiero que brille en las instituciones del Estado. ¿Del Estado, solo? No, el Estado es todo, un hospital en Jerez de la Frontera y una escuela en Zamora, en todos estos sitios va a brillar el catalán. ¿Estarán contentos los nacionalistas? ¿Les habré complacido suficiente o aún querrán más?
No hay nada más progresista que el Catalan-only. No cambiemos esto, al contrario, yo lo que quiero es una vuelta de tuerca, please, más catalán, catalán en todas partes. Y al español, ni agua
Querrán más, recuerdo vagamente, de cuando era opositora al nacionalismo, que son insaciables. Pues nada, allí estoy yo en mi nueva condición. Ya no quiero que se cumpla la Ley. ¿Resoluciones de los tribunales para introducir asignaturas en español? A mí, plin. Que no se cumplan las sentencias, vaya ataque al catalán. ¿Una administración bilingüe? Para nada. No hay nada más bello que el monolingüismo. ¿Unos medios de comunicación bilingües? No, por favor. No hay nada más progresista que el Catalan-only. No cambiemos esto, al contrario, yo lo que quiero es una vuelta de tuerca, please, más catalán, catalán en todas partes. Y al español, ni agua.
Mi familia está preocupada, ya lo veo. No me lo dice claramente pero ven que he sucumbido. La presión ambiental es tan fuerte que he sucumbido. La causa de mi transformación está en que tengo miedo del nacionalismo. Pueden acabar conmigo y he decidido defenderme. Voy a complacerles pidiendo la oficialidad del catalán en las instituciones del Estado. Ya no soy la que era, ahora la presión ha podido conmigo. Me he convertido en nacionalista y me he arrimado al sol que más calienta. ¡Qué bien se está así! Y además, dentro de poco, el catalán llegará al último rincón de España con mi propuesta de Ley de Lenguas Oficiales. ¡Qué aportación! ¡Qué lista soy! Mi propuesta servirá para que los derechos lingüísticos de todos aquellos que quieren utilizar libremente el español en Cataluña queden muertos para siempre. Solo habrá derechos para los de siempre, para los que desean utilizar la Lengua-Única de Cataluña. Como debe ser.
Sé que hay antiguos colegas a los que no les va a gustar mi transformación. Me van a criticar. ¿Criticar? ¿Qué digo yo? Criticar no es nada. Van a cargar contra mí con saña. Es normal, me he vuelto una traidora. Yo antes era diferente. Yo escribía a favor del bilingüismo. Entonces no quería complacer a los nacionalistas pero esta posición es tan heroica, tan valiente; es solo para algunos: los fuertes, los decididos, yo no soy así. Yo he sucumbido.
Mi familia me dice que encuentre un punto medio. Un punto medio entre complacer a los nacionalistas y hacer un brindis al sol. ¿Brindis al sol? Sí, ahora recuerdo. Tenía esta sensación a veces cuando escribía a favor del bilingüismo. Me pasaba como le sucede a algunos de mis ex colegas ahora mismo, que escriben largos y enrevesados artículos que se pueden resumir en una frase: ¡que se cumpla la ley! Y ¿qué pasa si la ley no se cumple? ¿Qué pasa si llevamos tres décadas en las que el único actor lingüístico es el nacionalismo? ¿Qué pasa si por más que digamos y denunciemos no cambia nada? Pues no pasa nada. ¿Cambiar de estrategia? Jamás. Porque este es un país donde lo que cuenta son solo las intenciones y no los resultados. ¡Que se cumpla la ley! Nada iba a pasar, ninguna ley se iba a cumplir pero ¡qué placer decirlo! Me sentía bien así, atrevida, fuerte, me enfrentaba a los poderosos. Estos me ignoraban y ridiculizaban, sí, es verdad, pero nadie me quitaba a mí la autosatisfacción de sentirme rebelde y crítica.
Pero ahora me siento incluso mejor, mucho mejor. Estoy en un estado de euforia. Voy a llevar el catalán por toda España. En consecuencia, el español quedará cada vez más como una lengua menor. Será una lengua regional, lo que siempre ha sido, una lengua de las comunidades monolingües y ya está. En cambio el catalán, será la luz que brille en todo el país. ¡Cómo mola mi transformación! Esto sí que es vida y no lo de antes…. Espero la llamada del Molt Honorable ofreciendo un cargo, no puede tardar, está al caer; compito con el juez Vidal, en el grupo de los sobrevenidos, pero seguro que algo para mí hay, después de la gran aportación que he hecho a la causa nacionalista con mi propuesta de Ley de Lenguas Oficiales…