La cumbre europea sobre el Mediterráneo tenía su morbo. Otra vez se veían las caras Artur Mas y Mariano Rajoy. Los dos se mantuvieron distantes aunque mantuvieron las formas en el saludo protocolario. Apenas se dirigieron la palabra pero parece que no hubo tirantez. Nada que ver con la cumbre de 2013 en la que en el ambiente se mascaba la tragedia. Una tragedia que sí sufrieron los barceloneses. Las medidas de seguridad colapsaron “la capital española del Mediterráneo”, en palabras del presidente del Gobierno, y miles de conductores sudaron lo suyo para llegar a sus puestos de trabajo, llevar los críos al cole o, simplemente, moverse por la Ciudad Condal.
Por primera vez, el mundo secesionista reconoce que Barcelona, y el área metropolitana, dio la espalda al 9N
Artur Mas llegaba a la cumbre henchido de satisfacción. Carme Forcadell le había dado todos sus parabienes en la última reunión que presidía como presidenta de la Asamblea Nacional. O casi todos. Forcadell todavía no ha deshojado su propia margarita. No sabe si concurrirá a las elecciones del 27S en las listas de algún partido o si lo hará en las listas de una Asamblea Nacional que se ha autoerigido en la guardiana del proceso. La musa Forcadell amaga con su decisión que envuelve en papel de regalo para Mas y Junqueras con este mensaje “si no hacéis lo que tenéis que hacer, lo haremos nosotros”.
A pesar del requiebro, Mas ya tiene montado su inicio de campaña el 11 de septiembre. Ese día, vestido con sus mejores, galas se dejará ver en cuerpo o en alma –eso está todavía por decidir– en la Avenida Meridiana porque el independentismo quiere llevar su mensaje “dónde no llega”. Por primera vez, el mundo secesionista reconoce que Barcelona, y el área metropolitana, dio la espalda al 9N. Más vale tarde que nunca.
Con esto en la mochila, Mas llegó a la cumbre en el Palacio Real de Pedralbes. Allí habló de raíces y de futuro, y dijo a los representantes de la UE que Cataluña siempre mira a Europa con horizontes “mediterráneos y europeos”. Sin embargo, el presidente de la Generalidad dejó sus reivindicaciones soberanistas en el cajón. En la versión moderna de “hoy no toca”, heredada de su padre político Jordi Pujol, Artur Mas no habló de nación. No habló de secesión. Se refirió a Cataluña como territorio. No como nación. Mas no quiso meterse en un jardín. No tocaba volver a meter la pata y cambió nación –con seguro cabreo del soberanismo– por territorio. Todavía le debían resonar los oídos con el ‘no’ de la Comisión al representante permanente de Cataluña en Bruselas y el fracaso de sus contactos en Nueva York.