Varoufakis y el España nos roba
Más allá de su porte de culturista, de su querencia por posar, de la camisa por fuera y de su bufanda Burberry, Yanis Varoufakis, el ministro de finanzas del gobierno de Syryza, o sea, del Podemos o EUiA griego, es también un economista con una trayectoria académica dilatada y con una visión muy particular sobre las razones de la crisis del euro. Leemos en su libro The global Minotaur:
Según Varoufakis, la desintegración del euro será precisamente fruto de la negativa de los países con superávit de instrumentar un mecanismo de reciclaje de sus superávits
"Tras la creación de una unión monetaria, hace falta algo más para mitigar las tensiones a causa de desequilibrios en los flujos comerciales y de capitales entre las regiones que forman la unión–un mecanismo para reciclar el superávit de las regiones con superávit (p.ej. Londres o California) hacia las regiones deficitarias (p.ex Gales o Delaware). Este mecanismo puede tomar la forma de transferencias (pagar subsidios de paro en Yorkshire con los impuestos recaudados en Sussex). O, y esto es mucho más deseable para ambas regiones, mediante inversiones productivas y rentables en las regiones deficitarias....".
Así, según Varoufakis, la desintegración del euro será precisamente fruto de la negativa de los países con superávit, los del norte de la zona euro con Alemania en cabeza, de instrumentar un mecanismo de reciclaje de sus superávits. En suma, según esta visión, la transferencia de recursos hacia Grecia se realizaría también en interés de países como Alemania, si realmente quieren mantener sus superávits y la unión monetaria.
Haciendo una pequeña digresión, sospechamos que la hostilidad de los países del norte hacia tal mecanismo de reciclaje se encontraba tras una propuesta del profesor Garicano en El dilema de España: intentar atraer a tantos jubilados del norte de Europa como fuera posible con medidas como la supresión del IRPF para los mayores de 65 años y del Impuesto de Sucesiones, la orientación de la formación de parados hacia servicios como la enfermería y la mejora general en idiomas. Una manera rápida y barata, a falta de mecanismos más o menos institucionalizados (y no creemos que los saldos del sistema Target-2 deban tener ese papel), de captar dinero del norte para paliar el déficit de nuestra balanza por cuenta corriente, con una tendencia acusada a los números rojos, especialmente en periodos expansivos.
Sea como fuere, lo que queríamos destacar es que el marco conceptual de Varoufakis puede trasladarse fácilmente a lo que fue el área de la peseta, o sea, España, naturalmente sin olvidar que España dista de ser una economía cerrada (con una tasa de cobertura de alrededor del 90% de su PIB). En particular, servirá para analizar desde una perspectiva alternativa el asunto de las transferencias fiscales entre Cataluña y el resto de España, lo que por aquí algunos denominan déficit fiscal, ya saben, el ”España nos roba” y el número-fetiche: 16.000 millones.
La cuestión nuclear la conforma el hecho de que las relaciones económicas de Cataluña con el resto de España y con el resto del mundo toman formas muy diversas. Las transferencias fiscales no consituyen más que un componente de ellas, indudablemente importante. Esto sería muy transparente si dispusiéramos de la balanza de pagos catalana, que justamente capturaría todas estas relaciones. Desgraciadamente no nos consta su elaboración. Y sorprende, ya que aportaría mucha luz al debate y, sobre todo, lo centraría, puesto que es un muy ingenuo pedir la supresión de las transferencias fiscales sin sopesar en las consecuencias sobre el conjunto de la balanza de pagos catalana. Lo podríamos comparar con jugar al mikado: no se puede remover el palillo azul y esperar que el resto se quede como está. Más aún: a veces se provoca un pequeño cataclismo.
Sabemos, no obstante, bastantes cosas sobre la balanza de pagos catalana. Por ejemplo: la balanza comercial es deficitaria con el resto del mundo (8.269 millones de euros el 2013) y arroja un fuerte superávit con el resto de España (18.620 millones). Vale la pena detenerse brevemente en este dato. Es muy cierto que las ventas de productos catalanes al resto del mundo, 58.359 millones, superan con creces las ventas al resto de España, 44.091 millones, pero, a pesar de todo, el superávit, el dinero, se consigue con el resto de España. Esto nos traslada a la paradoja Cabré, también llamada de la modestia infinita. Escribía hace poco el Sr. Cabré que los catalanes somos mejores que el resto de españoles. Admitámoslo como hipótesis: Es verdad. Somos mejores. Los catalanes somos mejores. Somos mejores. ¿De acuerdo? De acuerdo. De hecho, somos tan buenos que producimos una cantidad tal de cosas... Lo único que no cuadra en este relato es que si somos tan buenos, ni suprimiendo las transferencias fiscales nuestra demanda interna podría absorber nuestra producción y por eso hacemos negocio con ese país que saca una cabra y militares a pasear por su fiesta nacional. ¿Tiene el Sr. Cabré alguna explicación?
Retomemos la balanza de pagos. Podemos suponer que la balanza de servicios catalana reflejará un superávit, dado su potencial turístico. Por otra parte, las transferencias fiscales hacia el resto de España, con objeto de construir la balanza de pagos catalana, habría que medirlas, entendemos, según el método del flujo monetario sin neutralización del déficit público, puesto que la financiación del déficit público, en la parte que fuera directa o indirectamente atribuible al exterior, quedaría capturada en la balanza financiera, donde también encontraríamos la parte correspondiente de la posición del Banco de España hacia el Eurosistema, fuente última de la financiación de una parte considerable de las emisiones de deuda nueva.
En un escenario de independencia, habría que considerar que sociedades que ahora producen y distribuyen desde Cataluña para toda España tendrían que crear filiales o establecimientos permanentes en España
Quedaría mucho trabajo pendiente para completar la balanza de pagos, por ejemplo conocer los flujos ahorro-inversión. No obstante, basándonos en lo que hemos ido compilando podríamos concluir, de manera intuitiva y provisional, que las transferencias fiscales han sido el núcleo del mecanismo de reciclaje del superávit por cuenta corriente con el resto de España. Y precisamos: No afirmamos que el superávit sólo se pueda reciclar así. Tampoco que se deba reciclar así. Ni siquiera que sea lo más eficiente o equitativo. Hay otras formas, como préstamos, inversiones o contratos de la Generalitat con empresas radicadas fuera de Cataluña (con permiso de la legislación sobre contratos públicos). Ahora bien, insistimos: es muy ingenuo pretender obtener de manera recurrente superávits con un socio comercial, especialmente si también es deficitario con el resto del mundo, y a la vez querer suprimir, que no reformar, sin plantear una alternativa, el mecanismo existente de reciclaje/financiación de este superávit.
Una precisión metodológica antes de concluir. La balanza de pagos catalana se debería elaborar siempre desde el status quo: la unidad española. Para analizar el impacto de la independencia haría falta otra, construida bajo otras hipótesis, por ejemplo un banco central catalán, dentro o fuera del Eurosistema (un banco central de verdad, no el entrañable pirata de fiesta de cumpleaños de niños que el Presidente Mas quería preparar). Lo traemos a colación porque no se puede repetir el error, más o menos interesado, cometido con las balanzas fiscales: extrapolar el resultado obtenido a partir de la situación actual, el fetiche de los 16.000 millones, a un escenario de independencia. Por ejemplo, en este escenario, incluso en la mejor de las coyunturas, habría que considerar que sociedades que ahora producen y distribuyen desde Cataluña para toda España tendrían que crear filiales o establecimientos permanentes en España. Como consecuencia de ello y en función de los precios de transferencia una buena parte del margen se desplazaría y, por lo tanto, tributaría en España (esto sin contar las empresas extranjeras que relocalizarían su plataforma logística para el mercado español: entonces la transferencia de base imponible sería total). Por supuesto, habría que aplicar este razonamiento a los flujos desde España hacia Cataluña.
Vamos cerrando. Si la discusión sobre las relaciones económicas entre Cataluña y el resto de España pasa de orbitar alrededor de un componente, por importante que sea, las transferencias fiscales interregionales, a hacerlo alrededor del todo, del conjunto de la balanza de pagos catalana, se lograrán dos objetivos políticos. En primer lugar, se abandonaría de una vez por todas el discurso moralizador basado en contraponer la Cataluña productiva y solidaria con la España parasitaria, pues se pondría sobre la mesa la interdependencia, los intereses catalanes, que también existen. Así, sería mucho menos aceptable que alguien en Cataluña se permitiera tratar los problemas de nuestros compatriotas como parte de la inteligencia alemana trata los de los griegos: como si la cosa no fuera con ellos.
En segundo lugar, podremos empezar a discutir cuál tendría que ser el mecanismo de reciclaje de los superávits comerciales catalanes, naturalmente considerando sus déficits con el resto del mundo, tanto su volumen como sus vehículos, o sea, hasta qué punto parte de las transferencias fiscales tendrían que ser sustituidas por otros mecanismos que permitieran a la Generalitat retener la propiedad y/o la gestión de los fondos que se destinarán al resto de España.
Se lo deberemos a Varoufakis.