Mi admirado amigo el profesor Ignacio Morgado asegura que los libros son, a cualquier edad, oportunidad de ir a un gimnasio asequible y barato para la mente. ¿Por qué leo yo y para qué leo? Fundamentalmente porque me gusta sumergirme en letras, más allá de los números. Fortalezco de este modo mi imaginación y me evado, satisfago una curiosidad insaciable y me doto de argumentos. Todo ello me da placer.
He leído hace poco el libro 'Escritor de guerra' (Debate), confeccionado por el entorno de George Orwell (pseudónimo de Eric Blair) con cartas de diverso tipo, entre los años 1936 y 1943. Un volumen así es prescindible, lo que de veras merece la pena leer son sus obras de creación, hechas para ser publicadas, como 'Rebelión en la granja' u 'Homenaje a Cataluña'.
Hay que estar siempre sobre aviso contra las olas de intolerancia ideológica, porque pueden crecer de modo demencial y llenar de afán de violencia los pensamientos humanos
No obstante, quisiera comentar aquí una carta que dirigió el 12 de octubre de 1942 al director del periódico The Times, donde hacía pública su protesta por la decisión británica de encadenar a los prisioneros alemanes, como respuesta a un acto similar por parte de los alemanes. Hay que hacer nota que todo esto se hacía a cara descubierta, sin mentira ni engaño. Orwell reivindicaba la supremacía moral de la democracia ante el fascismo, lo cual exigía no caer en comportamientos miméticos. Refería una terrible y reciente proclama de la radio italiana, que iba más allá de la ley del Talión: "El principio de los fascistas es dos ojos por un ojo y la dentadura completa por un diente". ¿A dónde se puede llegar a parar?
Conviene saber que pocos meses antes, y tras ser asesinado el criminal nazi Heydrich -alimaña astuta y perversa-, el pueblo checo de Lídice fue exterminado por las tropas alemanas como 'falsa' venganza; apenas sobrevivió ninguno de sus dos mil habitantes. Si repitiésemos esas vejaciones, decía Orwell, actuaríamos de forma bárbara y débil, y dejaríamos dañado nuestro buen nombre sin lograr aterrorizar al enemigo. Y remachaba: "El deber de quienes conservan la cabeza fría es protestar para que no siga un proceso de venganza que es estúpido en sí mismo". ¿Podría alguien con dos dedos de frente acusar de traidor al autor de '1984'?
George Orwell había combatido en España, en las filas del POUM, y tras su experiencia de los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, denunció que se había divulgado "una cantidad inaudita de mentiras", lo que hacia casi imposible publicar nada que las contradijera. Aquel alud de embustes y calumnias organizadas pretendía justificar la represión comunista contra la CNT y el POUM.
Hay que estar siempre sobre aviso contra las olas de intolerancia ideológica, porque pueden crecer de modo demencial y llenar de afán de violencia los pensamientos humanos. Esta deriva alienante ha de ser combatida en cualquier circunstancia. Nunca se debe renunciar a la verdad y a la concordia, y siempre hay que mantener el decoro de nuestra propia alma.
El testimonio inteligente y decente queda en algún lado, siquiera sea en un entorno personal. Hay que reivindicar con orgullo el valor de una cabeza fría para no dejarse llevar por la cólera y la sinrazón, y de una cabeza lúcida y generosa para hacer lo mejor.