"¡O nosotros o el caos!", clamaba el apolillado orador de la viñeta de Chumy Chúmez que ilustraba la portada del 2 de agosto de 1975 del desaparecido semanario satírico Hermano Lobo. "¡El caos, el caos!", respondía la multitud que le escuchaba. A lo que el orador replicaba: "Es igual, también somos nosotros".
Los partidarios de la secesión han sido históricamente y siguen siendo hoy día incapaces de articular una mayoría social cualificada y duradera en Cataluña
En aquel entonces el régimen, entre estertores, intentaba seguir rentabilizando el miedo de los españoles a los enemigos interiores y exteriores de la patria, lo mismo que llevaba cuarenta años haciendo despóticamente. La viñeta de Chúmez me parece una valiente alegoría, no sólo de cómo las dictaduras recurren al miedo para perpetuarse, sino sobre todo de la diferencia esencial entre dictadura y democracia: en dictadura el problema y la alternativa son uno y lo mismo (ellos y el caos), mientras que en democracia la alternancia es posible.
La proclama “¡O nosotros o el caos!” me viene a la cabeza cada vez que oigo a Artur Mas decir que a Cataluña, si quiere seguir existiendo, no le queda otra alternativa que la secesión, es decir, que la supervivencia de Cataluña depende de que las fuerzas soberanistas alcancen la mayoría absoluta en las próximas elecciones autonómicas, cuandoquiera que estas sean. “Un proceso soberanista como el que estamos haciendo no es un camino de rosas, pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cuál es la alternativa? Si no lo hacemos, la alternativa es la dilución, dejar de existir, no tener un proyecto propio”. Con esa rotundidad explicaba Mas, el pasado 15 de enero en El Món a Rac1, la necesidad de seguir adelante con su proyecto utópico. Utópico, no en el sentido estricto de que no podrá cumplirse nunca, de que resulta irrealizable cualesquiera que sean las circunstancias, sino en el sentido que apunta el pensador británico John Gray de que resulta imposible en cualquier circunstancia posible o prevista.
Pero ¿por qué considero que la secesión resulta imposible en cualquier circunstancia posible o prevista? ¿Quizá porque a Rajoy no le da la real gana de autorizar el referéndum que exigen los partidarios de la secesión? ¿Será porque Rajoy no es, por decirlo en palabras de Mas, un “verdadero demócrata como Cameron”? Preguntas ambas que apuntan algunas de las falsas explicaciones que los nacionalistas suelen aducir para no reconocer los verdaderos motivos de esa imposibilidad.
La principal razón de esa imposibilidad sigue siendo la misma que en 1931, en pleno auge de la ERC del coronel Macià, apuntaba Gaziel ('El problema español por excelencia', La Vanguardia, 1 de mayo de 1931): “El separatismo (…) no tiene en Cataluña medio alguno para encontrar soluciones duraderas. Él, por sí solo, no puede solucionar nada. Es impotente. Las soluciones comienza únicamente a vislumbrarlas cuando entra en contacto y establece relaciones francas con el resto de España; es decir, cuando deja de ser separatismo”. Para Gaziel “la razón está -¡razón enorme, capital!- en que el separatismo catalán no solo carece de fuerza para imponerse a España, sino que ni siquiera la tiene para imponerse a Cataluña”. Los partidarios de la secesión han sido históricamente y siguen siendo hoy día incapaces de articular una mayoría social cualificada y duradera en Cataluña. En cambio, de lo que sí que son capaces, según Gaziel, es de provocar por sí solos una “catástrofe episódica”. Y en eso están.
La otra razón que convierte el secesionismo en un proyecto utópico en el sentido apuntado por Gray es que su causa es contraria a los valores que presiden el proceso de integración europea, al cual los nacionalistas pretenden incorporar el Estado catalán una vez culminado el proceso secesionista. En ese sentido, el profesor de la Universidad de Nueva York Joseph Weiler, uno de los más importantes estudiosos de la integración europea, señala que “sería enormemente irónico que el proyecto de pertenencia a la Unión acabase creando un incentivo que diese sentido a la desintegración política”. En un interesante artículo publicado en Abc poco antes de las últimas elecciones catalanas (2012), Weiler concluye que la secesión de Cataluña supondría una traición a “los mismos ideales de solidaridad e integración humana sobre los que se fundamenta Europa”. Por no hablar de la deslealtad para con nuestros conciudadanos del resto de España, sobre todo con los que viven en las regiones que algunos nacionalistas consideran “la España subsidiada que vive a costa de la Cataluña productiva”.
La otra razón que convierte el secesionismo en un proyecto utópico en el sentido apuntado por Gray es que su causa es contraria a los valores que presiden el proceso de integración europea
Ayer mismo Artur Mas, en un artículo en el diario francés Libération, volvía a insistir en su deseo de que el Estado catalán, que pretende proclamar tras las elecciones anunciadas para el próximo 27 de septiembre, forme parte de la Unión Europea. Entre otras cosas, Mas señala que algunos de los actuales miembros de la UE “tienen un PIB similar o inferior al de Cataluña”, una idea que Mas y compañía suelen esgrimir para acto seguido presentar el improbable Estado catalán como indiscutible aportador neto al presupuesto comunitario y, por tanto, a la solidaridad interterritorial dentro de Europa. Más allá de que obvia cualquier consideración en torno a los posibles perjuicios de la secesión sobre la economía catalana, semejante planteamiento resulta especialmente repugnante en la medida en que contrasta con la protesta de los nacionalistas contra la “España subsidiada”, léase sobre todo Extremadura y Andalucía, donde no paga impuestos “ni dios” por decirlo en palabras de Puigcercós. Vaya, que ya está bien de solidaridad con andaluces y extremeños, con quienes no tenemos nada que ver; pero adelante la solidaridad con búlgaros y rumanos, con quienes nos unen indisolubles lazos de hermandad. Tal es la contradicción del movimiento independentista, basado principalmente en la deslealtad y la insolidaridad con el resto de los españoles.
Lo del presidente Mas anunciando la desaparición de Cataluña, en el supuesto de que los partidarios de la secesión pierdan las elecciones, no tiene nombre. Es decir, que si ganan ellos la cosa irá sobre ruedas, pero como por casualidad ganen sus oponentes… ¡El caos, el caos! O peor aún, ¡la dilución! La amenaza es de tal gravedad que hay momentos de flaqueza en los que a uno se le quitan las ganas de ir a votar, no vaya a ser que ganen los otros y los catalanes todos desaparezcamos de un plumazo, y dejar que los partidarios de Mas y Junqueras hagan lo que les dé la gana y así, al menos, dejen de dar la murga con que si “España nos roba”, que si “no nos quiere”, que si “no nos dejan votar”, etcétera. Afortunadamente, recupero de inmediato el aliento y recuerdo que en democracia, al contrario que en dictadura, la alternativa es posible. Entonces, animo a todo el que me pregunta a aceptar el carácter “plebiscitario” que Mas y Junqueras le confieren a las próximas elecciones. Pero no en el sentido ilegal, y por tanto antidemocrático, que ellos le dan al término, sino en el único sentido que cabe aceptarlo, a saber: que si fracasan, Mas y Junqueras se van a casa y dejan de someter a la sociedad catalana a una tensión que no ha hecho más que perjudicar los intereses de Cataluña y del conjunto de España. Así pues, señores Mas y Junqueras, ¡plebiscítense ustedes… si quieren!
Los catalanes, por lo general, solemos votar más en las generales que en las autonómicas, porque sigue existiendo entre la ciudadanía la percepción de que las autonómicas son elecciones de segundo orden, pero esta vez hay que ir a votar, aunque sea al que menos rabia nos dé.
P. S.: Por cierto, Rajoy no podría aunque quisiera convocar un referéndum que fragmente la soberanía nacional que la Constitución atribuye al pueblo español. Por tanto, Rajoy no es ni más ni menos demócrata que Cameron por no facilitar en Cataluña un referéndum como el de Escocia, pero de lo que no hay duda es de que, desde el punto de vista del proceso de integración europea, Cameron cometió una irresponsabilidad al acceder de forma ventajista a un referéndum que contraría los valores de la Unión, pues introduce un incentivo a la fragmentación política. Claro que a Cameron, que se ha comprometido a celebrar en el 2017 un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE, eso de la integración europea le importa poco, por no decir nada.