Recientemente hemos podido comprobar cómo el ideario político de ciertos partidos les lleva a vacunarse con un peculiar tratamiento de abulia e inanidad cuando la defensa de las libertades amenaza los intereses de países ideológicamente afines.
Esto ha sucedido de nuevo con motivo de una resolución sobre la represión del régimen chavista, aprobada por el Parlamento Europeo con 384 votos a favor, 45 abstenciones y 75 votos en contra, entre ellos 12 españoles correspondientes a los representantes de Podemos, Izquierda Unida, ERC, ICV y Compromís.
Gobiernos que pretendían representar a pueblos o a una parte de su población injustamente sometida han acabado por ignorar todos los límites a su poder que exige una auténtica democracia
Al parecer, condenar la persecución política de la oposición en Venezuela y solicitar la liberación de sus líderes y los manifestantes que fueron detenidos por ejercer su derecho a la libertad de expresión es algo inadmisible para quienes deshojan como una margarita su apoyo a la democracia; ahora sí, ahora no.
Esta inconsistente conducta ha sido condenada incluso por la ex juez Manuela Carmena, candidata de Podemos para liderar la lista de Ahora Madrid en las próximas elecciones municipales. No en vano, Carmena, antigua relatora de prisiones indebidas en las Naciones Unidas, es bien consciente de que con las libertades no se juega.
El ignominioso comportamiento de estas fuerzas políticas no es nada nuevo por nuestros lares: Izquierda Unida lleva años intentando justificar los desmanes del régimen cubano, las juventudes de ERC han homenajeado repetidas veces al terrorista de Terra Lliure Martí Marcó, y Podemos está sudando la gota gorda para sacar de la palestra informativa los vínculos de sus líderes con el régimen de Maduro. Y es que la indiferencia ante el sufrimiento humano desacredita a los regímenes que se autoproclaman libres y a quienes los defienden.
Sin embargo, su falta de respeto a las libertades ajenas (impagable también el veto de Podemos al reportero de Abc en su asamblea de 2014 y que ya condenó la Asociación de la Prensa de Madrid) me brinda la oportunidad de analizar un preocupante fenómeno: el de las llamadas por Robert Dahl "democracias defectivas".
Es un error muy común dar por sentado que la democracia garantiza la libertad, que es la culminación de un proceso de ampliación de las libertades. Pero la realidad lo desmiente. La mayoría de los países que se proclamaron democracias tras lograr la independencia durante la etapa postcolonial se convirtieron en dictaduras al cabo de una década. Durante el siglo XX se produjo la desaparición de más de 70 regímenes democráticos.
En la segunda década del nuevo siglo asistimos a un triste reverdecer de esta epidemia, manteniendo en lo sustancial su código genético. Hablo de países en los que se mantienen formalmente algunas de las condiciones exigibles a una democracia, como el multipartidismo o las elecciones periódicas, pero carecen de otros principios y garantías esenciales en una democracia.
Es necesaria una ciudadanía exigente y participativa; una democracia sin demócratas se destruye a sí misma
De este modo, gobiernos que pretendían representar a pueblos o a una parte de su población injustamente sometida han acabado por ignorar todos los límites a su poder que exige una auténtica democracia.
Con frecuencia elegidos o reelegidos mediante elecciones, usurpan los poderes y derechos de otras instituciones, tanto en otras ramas del Estado y la administración, como en la sociedad civil -empresas y medios de comunicación en especial-. Esta venenosa mezcla de democracia formal y autoritarismo propicia la aparición de un nuevo líder político: el autócrata popular.
Visto lo anterior, parece evidente que la democracia, tal y como afirma Fareed Zakaria, "no solo viene determinada por las elecciones libres e imparciales (cuando lo son, que eso es otro cantar), sino también por el imperio de la ley, la separación de poderes y la protección de los derechos fundamentales a la libre expresión, reunión, credo y disfrute de la propiedad".
Cuando estos principios no se respetan, de los requisitos que pide Dahl para una verdadera democracia poliárquica ni hablamos, el populismo reaparece como expresión de una desarticulación social que ha permitido a líderes desaprensivos minar la base institucional de toda libertad real.
La pérdida de la legitimidad incapacita para ejercer el poder político. La legitimidad de un gobierno no viene tan sólo de los votos, sino de sus actos No podemos olvidar que más allá de las leyes que configuran un Estado, la democracia es una manera de vivir. Sin demócratas, no hay democracia. No olvidemos el ejemplo de Weimar.
Aceptado que la política son las acciones públicas de los hombres libres, entenderemos mejor que la violencia ejercida de forma más o menos manifiesta por las democracias defectivas, sustituye a la conciliación característica de los sistemas democráticos reales. ¿Sorprende así que el gran líder de la "Revolución bolivariana" fuera un golpista antes de acceder al poder mediante las urnas? Weimar me vuelve de nuevo a la mente junto al aforismo de Voltaire: "Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo".
Por eso Venezuela, como otras democracias defectivas, no es un régimen libre. Porque el fundamento la verdadera política es el consentimiento del desacuerdo. El disenso es requisito esencial para la libertad. Y sólo donde hay política reina la libertad.
Por todo ello es necesaria una ciudadanía exigente y participativa. Una democracia sin demócratas se destruye a sí misma. Como decía Lloyd George, "la libertad no es simplemente un privilegio que se otorga; es un hábito que ha de adquirirse".
Desconfiemos pues de los autócratas populares, desconfiemos de los rupturistas que para solucionar el gran problema de la pérdida de libertades, de las nuevas desigualdades y conflictos sociales, emprenden revoluciones mediante medios no políticos. Con demasiada frecuencia desembocan en sistemas de gobierno coercitivos aplicados por burocracias que justifican en los agravios a una parte de la sociedad civil, su desprecio a las garantías y libertades ciudadanas que deberían proteger. Desconfiemos cuando nos pintan una realidad simplificada en blanco y negro.
A los que con excusas falaces se escudan en argumentos torticeros y falsas razones de oportunidad para no condenar el intento de Maduro de ahogar en gases lacrimógenos y cárceles una legítima exigencia de libertad, les recuerdo con Agustín de Hipona: "Nadie puede ser perfectamente libre hasta que todos lo sean".
Decidiros de una vez a defender la libertad.