Cuando el futuro político que se vislumbra va hacía los extremos, no puedo más que recordar los desastres que han acompañado a nuestro país en nuestra historia reciente, y como de fácil nos podemos olvidar de ellos. Nadie recuerda ya las generosas cesiones ideológicas llevadas a cabo por los representantes de las diferentes opciones políticas durante la transición, cesiones hechas desde la responsabilidad de ofrecer un futuro mejor a la sociedad española, aunque realmente ese no fue el primer capítulo de la transición, sino que fue el último.
No podemos permitir que se destruyan las bases de nuestra democracia desde la ingratitud y el egoísmo de no reconocer la labor de las generaciones anteriores
La transición se comenzó a gestar prácticamente acabada la segunda guerra mundial, de la mano del conde de Barcelona Don Juan de Borbón que junto con asesores de su consejo como Pedro Sainz Rodríguez o Eugenio Vegas Latapié, además de generales monárquicos como Orgaz o Kindelán, y con el apoyo político de los que entonces representaban al PSOE y a la CEDA en el exilio, Indalecio Prieto y José María Gil Robles, y ya constatado que Franco no iba a reinstaurar la monarquía en España para que esta empezará un proceso de reconciliación social, con una monarquía parlamentaria de corte liberal europeo, con un primer gobierno de concentración. Estas bases de actuación quedan reflejadas ya en el manifiesto de Lausanne en marzo de 1945 y en declaraciones posteriores dejando muy clara la posición política de Don Juan, y que será un reflejo fiel en la hoja de ruta puesta en práctica años más tarde de la mano de su hijo el rey Juan Carlos.
Que poca visión tenían aquellos que le llamaban el Rey bobo o Juan Carlos el breve a Don Juan Carlos I, o mejor dicho que astuto fue él para engañar a un sistema y dinamitarlo desde dentro, y que hábil fue al rodearse de auténticos ingenieros políticos que le ayudarán a tan difícil labor, cabe destacar la figura de Torcuato Fernández Miranda, y los tecnócratas (los lopezes). Claro que no fue fácil, pero España necesitaba por fin alejarse de los extremos y mirar al centro, mirar a la tercera España, la España del olvidado Julián Besteiro un moderado progresista que no pudo liderar con sus tesis un PSOE anclado en los extremos de los convulsos años treinta. Un PSOE con las riendas sujetas por las rudas manos de Largo Caballero. Necesitamos hoy volver a la España de la moderación, de la convivencia, de la diversidad, del respeto al otro, la España de la mayoría, una mayoría silenciosa, que anda de puntillas, una mayoría que siempre ha existido, la mayoría del sentido común.
Después de cuarenta años, si echamos la vista atrás, por supuesto que han habido errores, todo se podría haber hecho mejor, pero no podemos permitir que se destruyan las bases de nuestra democracia desde la ingratitud y el egoísmo de no reconocer la labor de las generaciones anteriores, y que desde muy diversas ideologías hemos heredado. Debemos plantearnos seguir su ejemplo y trabajar con humildad y constancia con el fin de fortalecer juntos nuestro país, nuestra sociedad. Es hora de dejar de ser cainitas, y poner en valor nuestras virtudes que tanto nos admiran en el resto del mundo.