Recordará el amable lector de esta volátil columna que la semana pasada hablé aquí del libro del camarada Sergio Fidalgo Me gusta Catalunya, me gusta España, entre cuyos entrevistados me cuento, y a cuya presentación en Madrid no sólo asistí sino que participé. Estuve sentada en la mesa justo al lado de Albert Boadella llevando su ya famosa mascarilla. Estaban también Jordi Cañas, Albert Castillon, Xavier Horcajo, Josep Ramon Bosch…

Le espeté que yo hace tiempo que no espero hacer negocio ninguno con los que ven anticatalanes bajo las piedras

Como ya va siendo habitual al hilo de todas estas cuestiones, al día siguiente me encontré en las redes comentarios para todos los gustos. Mayormente a favor, todo he de decirlo. Pero también alguno en contra. El del típico que te llama botiflera, vendida a España, anticatalana apestosa, etc. Por una oreja me entraba y por la otra me salía sin dejar ni siquiera humo en medio. Qué les voy a contar.

En cambio… sí que me dolió un comentario de un amigo, con el que tengo un proyecto de negocio a medias (no detallo la naturaleza del negocio para no identificar al amigo), que me escribió ligeramente alterado. Le preocupaba que mi “alineación pública con los anticatalanes refugiados en Madrid” (sic) pudiera dañar el susodicho negocio. “Ojalá me equivoque, y no seais sólo los cuatro gatos del otro día en Blanquerna”, culminaba su reflexión. Añadía que Albert Boadella le parecía “un bufón de la Cortre al que ya nadie quiere” y otros comentarios igual de halagüeños sobre otros miembros de la mesa con los cuales, a su modo de ver, yo debería evitar juntarme si no me quiero significar… y perjudicar.

Mi primera reacción podría ubicarse entre Agustina de Aragón y la Tarasca en jarras. Le espeté que yo hace tiempo que no espero hacer negocio ninguno con los que ven anticatalanes bajo las piedras. Añadí que me consideraría una triunfadora en la vida y en el business si estuvieran dispuestos a cerrar tratos comerciales conmigo todos y cada uno de los espectadores de las obras de Boadella. Pero luego me quedé mustia, claro. Como te quedas siempre que se produce un desgarro de los afectos, no un mero desafío de la opinión.

A cualquiera que me acuse de haberme vendido le reto a echar un vistazo a mis declaraciones de la renta de cuando estaba alineada con el discurso catalanista oficial y las de ahora

Yo ya sabía que mi amigo (con el que nos queremos mucho) era indepe a matar. Él ya sabía que yo estoy en lo que estoy. ¿Anticatalana yo? ¿Y refugiada en Madrid encima? ¿Refugiada de qué, coño? Tan catalana o más que el fuet de Vic es una, y por cierto que llegué a Madrid en calidad de delegada del diario Avui. No huía de nada, todo lo contrario. Me distancié de lo que me distancié (en mi opinión se distanciaron ellos, de mí y del sentido cívico y común…) yo sola, de la mayor buena fe y ahí está Montoro para demostrarlo. A cualquiera que me acuse de haberme vendido le reto a echar un vistazo a mis declaraciones de la renta de cuando estaba alineada (también de la mayor buena fe) con el discurso catalanista oficial y las de ahora, desde que empecé a desmarcarme. Les aseguro que he perdido dinero, no lo he ganado. ¿Tendrá razón mi amigo, que no ser antiespañol es malo para el negocio? Pero entonces, ¿quiénes son los vendidos aquí?

En Blanquerna esa noche se dijeron muchas cosas con las que se podrá estar más o menos de acuerdo. Yo por ejemplo puse el acento de mi intervención en que me preocupaba la posibilidad de que los catalanes y nuestro tema pasemos de ser el ombligo de España y del mundo para no importarle un bledo a nadie. Para provocar tal hartazgo que entre todos nos manden a prendre pel cul. Lo dije con estas precisas palabras. Porque va en serio. El peligro existe.Por eso insté de todo corazón a todo el mundo a no tirar la toalla, a no desentenderse, a seguir en la brecha. Para bien e incluso para mal.

Así sea para hacer recuento: ¿quiénes son los quatre gats y quiénes la mayoría silenciosa, o no tanto?