Parece ser que la táctica de escarnecer públicamente a sus enemigos y acusarles de poner palos en la rueda de la caravana independentista, por muy increíble que resulte, todavía le funciona a Mas. En las semanas previas al anuncio de nuevas elecciones –¡y ya van tres más una consulta en cuatro años!–, no se sabe si autonómicas o plebiscitarias, legales o bastardas, Mas se dedicó a intimidar a Junqueras y a ERC, acusándoles de tener mentalidad regionalista y autonomista y no saber estar a la altura de las exigencias del proceso independentista. El caso es que la treta le ha vuelto a funcionar y Junqueras, el hombre que quería ser President, ha acabado cediendo de nuevo a las presiones de Mas. Ya lo había hecho al aceptar la consulta-farsa del 9N y ofrecer una imagen patética de llorón impostado, cuando en sus manos estaba exigirle a Mas celebrar la consulta, y ha vuelto a hacerlo ahora al permitirle retrasar las elecciones hasta septiembre, en lugar de exigirle que se celebren en primavera para proclamar la independencia “lo antes posible”.
Votar a favor de la comparecencia de Mas ante la comisión parlamentaria que investiga la presunta trama de corrupción de la famiglia Pujol-Ferrusola como reclamaba el resto de partidos, salvo CiU, una petición que ERC rechazó no una, ni dos, ni tres veces, sino hasta en cuatro ocasiones
En sus manos han tenido los republicanos la posibilidad de obligar a Mas a convocar elecciones en marzo. Les habría bastado con retirarle su apoyo parlamentario cuando se negó a realizar la consulta, exigiéndole como hicieron ICV-EUiA y CUP, los otros dos partidos que la apoyaban, que cumpliera los términos acordados. O votando a favor de la comparecencia de Mas ante la comisión parlamentaria que investiga la presunta trama de corrupción de la famiglia Pujol-Ferrusola, la que le apadrinó y propulsó su carrera política, como reclamaba el resto de partidos, salvo CiU, una petición que ERC rechazó no una, ni dos, ni tres veces, sino hasta en cuatro ocasiones. O, en fin, simplemente votando en contra de los presupuestos de política-ficción que el consejero Mas-Colell ha presentado para 2015, todavía pendientes de aprobación en el Parlament, y que ERC había adelantado su intención de no apoyarlos.
Estamos ante un triunfo personal del soberbio Mas sobre el pusilánime Junqueras y otra victoria política de la decrépita CDC sobre la fatua ERC. Está claro que Junqueras, pese a la precaria situación judicial de CDC, cuya sede está embargada y su tesorero imputado, y las agrias disensiones que afloran cada día con su socio de gobierno (UDC), no tiene agallas para plantarse, agarrar las bridas del corcel independentista, subirse a la amazona nacional catalana (‘ANC’) a la grupa, y exigir elecciones para proclamar ya la independencia. Es Mas quién con su grupito de cortesanos conversos –Homs Rull, Turull, etc.– debería haberse sumado al proyecto de ERC y no a la inversa. Pese a sus enfáticas y cansinas declaraciones a favor de la independencia, Junqueras se ha conformado con representar el modesto papel de palafrenero, en el guión que va improvisando Mas para sobrevivir al naufragio de CDC, y con asir el brazo de Forcadell a hurtadillas por los pasillos de la Casa de los Canónigos. En estas partidas de sacristía, Junqueras no sólo ha perdido credibilidad sino que ha puesto en marcha el irreversible proceso de dilución de ERC al que asistiremos de aquí a las elecciones de septiembre. De momento, ya ha dilapidado buena parte de las ganancias logradas en los dos últimos años y todo apunta a que hasta la matriarca de la independencia se ha cambiado de bando y le ha dejado compuesto y sin novia.