En los últimos años la política balear no ha sido precisamente una balsa de aceite. Primero fue la corrupción, que no dejó partido inmune, por más que la Unió Mallorquina de Maria Antònia Munar, organizada de punta a cabo como una verdadera máquina de delinquir, se llevara la palma, seguida a muy escasos méritos por el Partido Popular de Jaume Matas. Luego, la crisis económica, que castigó con fuerza una Comunidad donde el ladrillo constituye, junto al turismo, una de las principales fuentes de riqueza y trabajo. Y desde 2012, en consonancia con la deriva secesionista emprendida por Artur Mas en Cataluña, el nacionalismo pancatalanista ha completado el estropicio, sirviéndose de la enseñanza pública y concertada como punta de lanza para sus propósitos. El resultado, a la vista está, es desolador. La fe en la política, la confianza en sus representantes y, lo que es peor, en las instituciones que los españoles nos dimos hace ya un montón de tiempo y en las que se asienta nuestra condición de ciudadanos libres e iguales, se encuentran en Baleares bajo mínimos. A nadie debe sorprender, pues, que las formaciones y propuestas populistas se hayan abierto paso y cuenten ya, según indican las encuestas, con no pocas simpatías entre el electorado.
Pugnando por ese mismo espacio electoral va a estar dentro de nada Ciudadanos, si se confirma la intención de sus dirigentes de abrir oficina en Baleares
Frente a ello, las franquicias regionales de los dos grandes partidos —sigo llamándoles así, hasta que los votos me obliguen a rectificar— se han revelado incapaces de ocupar ese centro del tablero político que tanto reivindican. El PP, tras un inicio de legislatura relativamente prometedor, ha terminado naufragando en sus miedos, sus complejos y sus incoherencias, lo mismo en el campo económico que en el lingüístico o cultural. El PSIB-PSOE, por su parte, se ha echado al monte antisistémico sin recato alguno, dispuesto a aliarse con cuantos extremismos sean precisos para intentar regresar al poder. Así las cosas, en la política balear el centro lo ocupa en estos momentos una fuerza extraparlamentaria, UPyD. De forma manifiestamente anómala, no hace falta añadirlo, dado que no es normal que en un sistema de partidos el centro político se halle fuera de los límites que fija el propio arco parlamentario. Por lo demás, pugnando por ese mismo espacio electoral va a estar dentro de nada Ciudadanos, si se confirma la intención de sus dirigentes de abrir oficina en Baleares e ir consolidando de este modo su presencia en el conjunto del territorio español. Dos en uno, pues. Y compitiendo entre sí.
No seré yo quien se sume al coro de plañideras por la imposible unión de lo que no es, al cabo, sino uno y lo mismo. Se intentó y, por hache o por be, salió rana. Allá cada cual, por lo tanto, con sus pecados y con su penitencia. Lo que ahora me interesa subrayar es otra cosa. En Baleares el núcleo dirigente de UPyD está formado, casi por entero, por ex miembros de Ciudadanos. Esos ciudadanos, que llevan más de seis años tirando del carro del partido sin otro apoyo casi que el de su entusiasmo, su mesura y su probidad, han sido siempre partidarios de la unión. En otras palabras: se han sentido miembros de UPyD sin dejar de sentirse, a un tiempo, miembros fundadores de Ciudadanos en el archipiélago. Una especie de pioneros, como si dijéramos. Y en esa larga travesía en la que, en más de una ocasión, han estado a punto de arrojar la toalla, lo que les ha salvado han sido sus convicciones. O sea, la certeza de que esa centralidad que estaba siendo abandonada por quienes debían ejercerla —esto es, PP y PSOE, víctimas de sus componendas con el nacionalismo— precisaba de unas siglas distintas en las que encarnarse y, esas siglas, de un lugar en el Parlamento y en los principales ayuntamientos del archipiélago. El próximo mes de mayo esos jóvenes veteranos de la política insular intentarán de nuevo hacer realidad ese propósito. Están muy cerca de lograrlo, pero, para ello, necesitan que el elector les vea como lo que en verdad son, UPyD y también Ciudadanos, todo en uno y por el mismo precio. No será fácil. Sobra decir que si Albert Rivera y los suyos se echaran a un lado, aunque sólo fuera aquí y en estos comicios, no sólo facilitarían mucho las cosas, sino que demostrarían una generosidad bárbara.