Conseguidos los principales objetivos de la consulta-farsa del 9N –restablecer su maltrecho prestigio, retomar la iniciativa política y dejar fuera de juego a Junqueras y ERC, e internacionalizar el conflicto poniendo en ridículo al gobierno español–, Mas, el presidente de los independentistas catalanes, pide ahora negociar lo que llama engañosamente “referéndum definitivo” –engañoso, digo, porque a buen seguro que si el referéndum lo realizaran y perdieran, los independentistas volverían exigir celebrar otro al poco tiempo– “para que el pueblo catalán determine su futuro. El president de los independentistas catalanes sabe perfectamente que está pidiendo algo que Rajoy ni puede ni va a concederle, por la simple razón de que un referéndum sobre la independencia de Cataluña interesa y compete tanto a los catalanes como al resto de los españoles.
Mas apuesta por continuar la guerra de baja intensidad que ha mantenido con el gobierno español durante los dos últimos años
No creo que este asunto le quite el sueño a Mas, ocupado como está ahora en recabar apoyos para crear una plataforma electoral personalista, a la que viciosamente se refiere como lista unitaria o de ‘país’, antes de convocar elecciones autonómicas para completar el trabajo iniciado con la consulta-farsa, poniendo distancia con los casos de corrupción que planean sobre CDC (casos Palau-CDC y Pujol) y desactivando el ascenso electoral de ERC. Además de la dificultad de sumar a los líderes de la ANC a este proyecto, la principal dificultad de Mas será convencerlos de que al gobierno catalán que surgiría de esas elecciones no le interesa declarar unilateralmente la independencia. De ahí que Mas se haya dado un mes de plazo para explorar también la posibilidad de aceptar la mano que Iceta le ha tendido desde que se puso al frente del PSC, rechazada hasta ahora con displicencia, para agotar la legislatura. En este caso, Mas se distanciaría claramente de las organizaciones independentistas cuyos líderes se sentirían probablemente traicionados.
Hay una divergencia estratégica importante entre Mas, por una parte, y Junqueras (ERC) y Forcadell (ANC) por otra, sobre el futuro postelectoral. Mientras los últimos pretenden que una mayoría en el Parlament surgido de las elecciones redacte y apruebe una nueva constitución y proclame unilateralmente la independencia de Cataluña, Mas apuesta por continuar la guerra de baja intensidad que ha mantenido con el gobierno español durante los dos últimos años. La hoja de ruta de ERC y la ANC constituiría una flagrante violación de la Constitución a la que se verían obligadas a responder con contundencia las instituciones centrales del Estado (ICE): el gobierno español, las Cortes y el Tribunal Constitucional. El plan de Mas, sin embargo, ya sea encabezando una lista de ‘país’ con un programa difuso de construcción nacional para realizar un referéndum ‘definitivo’ sin fecha, o aliándose con Iceta para pactar una consulta con el gobierno español, dejaría intactas sus principales armas: la autonomía y el gobierno de la Generalitat. Ya veremos que hacen finalmente la Fiscalía y los tribunales, pero si el caso abierto por la consulta-farsa del 9-N se archivara –¡Dios no lo quiera!–, Mas podría convencer a bastantes independentistas de las ventajas de evitar un enfrentamiento abierto con las ICE.
La hoja de ruta de ERC y la ANC constituiría una flagrante violación de la Constitución a la que se verían obligadas a responder con contundencia las instituciones centrales del Estado
Los resultados de la consulta-farsa del 9N han dejado claro el limitado respaldo social con que cuenta todavía la independencia en Cataluña, probablemente no mucho más allá de un millón de personas, si descontamos de los 1,86 millones de ciudadanos que votaron a favor de la independencia los votos fraudulentos, una fracción sustancial de los 134.960 jóvenes entre 16 y 18 años y los 950.478 residentes extranjeros que votaron y no podrían hacerlo en un referéndum vinculante, y, sobre todo, los independentistas de salón, ciudadanos dispuestos a votar a favor de la independencia cuando las urnas son de cartón pero que rechazarían la independencia en un referéndum vinculante que dejara a Cataluña fuera de España y la UE, sus dos principales mercados. Incluso aceptando las cifras publicadas por los convocantes, los partidarios de la independencia sólo lograron superar el listón del 50 por ciento del censo en 8 comarcas y no precisamente las más pobladas de Cataluña. Mas necesita siendo muy optimista al menos esta legislatura y otra más para intentar convencer a la mitad de los catalanes, especialmente a los barceloneses, de las bondades de la independencia.