Hace cosa de diez, once años, publiqué mi última novela en catalán. Apareció en Columna, en una breve colección escrita exclusivamente por mujeres y dedicada a los siete pecados capitales. A mí me tocó la soberbia. Por si a alguien le interesa, a Pilar Rahola le tocó la lujuria. Para que vean que mal y que poco inteligentemente está repartido el mundo.
Bromas aparte, el protagonista de mi novela, que se titulaba Endarrere aquesta gent, era un catalán que tras triunfar en el extranjero y tirarse la tira fuera de Cataluña por un casual volvía y se tenía que enfrentar a una serie de demonios personales, familiares y hasta discretamente políticos.
¿En qué momento nos quedamos descabezados, sin líderes, sin referentes, sin cabezas pensantes que no pensaran todas lo mismo?
La parte política era visionaria pero muy cortita. Siempre me ha sorprendido lo desapercibida que pasó. Que en su momento no me costara una colleja mayúscula de los mandarines del catalanismo (en cuya pomada yo todavía estaba) ni un solo guiño cómplice de los que se supone que estaban en contra. Confirmadas las endogamias paralelas, recíprocamente excluyentes, que durante décadas mantuvieron irónica y educadamente (casi siempre) separadas las dos Cataluñas que ahora alguien ha lanzado loca e irresponsablemente a chocar. Viva el 9-N y la madre que los parió a todos.
Digo que la parte política de mi novela era breve, fugaz como un amor de palco, pero visionaria. El protagonista se las tiene tiesas en la presentación de un libro con un tiñosito del catalanismo amorrado a las instituciones. De esos que anteponen el medro al mérito, la envidia a la ambición, el odio a España a la autocrítica. Es un choque no de titanes sino de un titán y un enano, aunque reforzado este último por todos los demás asistentes a la representación (aquesta gent…), que se quedan mirando a mi protagonista con ese odio sarraceno-catalán que sólo inspira aquel frente a quien no se sabe qué decir. Que nos ha dejado sin argumentos.
Sale mi protagonista embravecido y triunfal, cargado de testosterona y de razón (aunque no se la den) y en estas que se da de bruces en la barra del bar, antes de abandonarlo, con un aparentemente humilde profesor de catalán en un instituto que se le lamenta de que la literatura comparada universal no entre en el temario, y que con toda naturalidad le recita, y hasta le apunta en una servilleta de papel, una cita de los cuartetos de Eliot.
Nos queda claro así que este señor no comparte el enanismo intelectual y hasta mental general. Dicho lo cual le echa la bronca a nuestro protagonista por preocuparse sólo de salir con su cuerpo en triunfo, de ser el más guay, desentendiéndose de la gente buena y seria que queda desamparada y desatendida entre tanto divino y tanto lerdo. Ignorando la herida humana y catalana realmente abierta bajo tanta mediocridad y tanta mala fe.
¿En qué momento nos quedamos descabezados, sin líderes, sin referentes, sin cabezas pensantes que no pensaran todas lo mismo?
Lo divertido y a la vez trágico es que ahora pasa tres cuartos de lo mismo pero al revés. Los que hace diez, quince años, entendían que lo enrollado, moderno y cojonudo era reírse de lo catalán y lo paleto, entienden ahora que para mantener el estatus de gente maja hay que estar a favor de la consulta-rodillo, o no muy en contra, o no decirlo. Y que si alguien critica o se queja, hay que darle palmaditas en la espalda con cierta conmiseración. Como se hace con esos cubanos, bolivarianos y habitantes de otras dictaduras sudamericanas que no se quieren enterar de la suerte que tienen de disfrutar de utopías de las que aquí por desgracia carecemos.
Mario Vargas Llosa llamaba izquierda hemipléjica a la progresía europea que así de alegremente minimizaba las incomodidades de la dictadura ajena. ¿Cómo deberíamos llamar a los que minimizan el drama del catalán que no le dejan ser catalán como le dé la gana en su tierra?