Stefan Sweig en “El mundo de ayer. Memorias de un europeo” – un libro altamente recomendable (hay versiones en catalán y castellano)- explica que vio crecer y extenderse ante sus ojos las grandes ideologías de masas, el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, “sobre todo, la peor de las pestes, el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
Se han reavivado con fuerza demonios y pestes de la mano de dos ideologías totalizadoras: el neoliberalismo y el neonacionalismo
Aquel mundo fue destruido y surgió uno que, a pesar de las vacilaciones, con avances y retrocesos, ha traído a Europa durante décadas la paz, una prosperidad relativa, pero extendida, una democracia respetable que ha hecho posible grandes conquistas sociales y de derechos humanos, y, además -probablemente sobre todo-, la superación de sus demonios históricos y la erradicación de las pestes ideológicas endémicas. La construcción europea, plasmada en la UE, ha sido uno de los logros más espectaculares del nuevo mundo europeo.
Pero, a lo largo de la última década, año arriba, año abajo, el nuevo mundo se ha ido degradando y se han reavivado con fuerza demonios y pestes de la mano de dos ideologías totalizadoras: el neoliberalismo y el neonacionalismo, más conectadas entre si de lo que parece a simple vista. Las dos ideologías, profundamente destructivas por separado, resultan demoledoras cuando actúan al mismo tiempo.
El neoliberalismo nos ha traído la multicrisis (económica, política, social, cultural, medioambiental…) que está barriendo las conquistas de décadas anteriores. Ahora no me detendré en ello. El neonacionalismo, que amenaza el orden europeo, que fragmenta sociedades, que debilita las fuerzas sociales que deberían concentrarse y concertarse en la reacción contra el neoliberalismo, requiere, quizá, una atención coyuntural prioritaria.
El neonacionalismo de minorías –la renacionalización de las políticas de los Estados europeos es una cuestión que pertenece a otro género- constituye una manifestación tardía y gratuita del viejo nacionalismo en Europa. Es tardía en un mundo cada vez más interdependiente, en tiempo de globalización y en el contexto de la integración europea. I es gratuito porque no hay ninguna demanda (política, económica, cultural…) razonable –o sea, que se pueda razonar- que quedaría sin una satisfacción (razonable) en las sociedades compuestas y democráticas.
La pulsión desintegradora del neonacionalismo nos hace retroceder décadas y representa la mayor amenaza interior para Europa
La pulsión desintegradora del neonacionalismo nos hace retroceder décadas y representa la mayor amenaza interior para Europa. Una Europa de las naciones y de los pueblos, como la pretenden los ideólogos del neonacionalismo, formada por docenas de entes nacionalistas, es un proyecto ilusorio y muy peligroso, que atenta contra la racionalidad y el progreso, que desintegraría Europa, y que lejos de asegurar “la paz perpetua”, que proponía Kant, sería una repetición del infierno balcánico.
La vacuna contra la peste del neonacionalismo es el europeísmo: construir una Europa federal fuerte bajo el principio de la subsidiariedad, que cada nivel del edificio europeo, el local, el regional, el estatal y el europeo, hagan lo que puedan hacer más eficazmente y más democráticamente; éticamente, en definitiva. La razón aplicada a la práctica, según Kant.