Mi amigo E. B., un joven e inteligente abogado catalán, hijo de un empresario por fuerza no tan joven pero no menos inteligente y catalán, me decía el otro día que lo único bueno del kafkiano proceso que se vive en Cataluña desde hace al menos dos años es que por fin los nacionalistas se han quitado la careta y ahora ya nadie se atreverá a sostener sin ruborizarse que se puede ser nacionalista sin ser independentista. Su padre, al igual que otros muchos catalanes empresarios o no, nunca fue nacionalista pero me consta que durante años votó a la CiU de Pujol porque creía que era el partido que mejor defendía los intereses catalanes en Madrid, pero también porque se había creído aquello de que para Pujol y compañía España era "una realidad entrañable", en palabras del muy honorable impostor.
El objetivo de cualquier nacionalista es, por definición, la correspondencia entre la comunidad cultural y la unidad política, entre "nación" y Estado, por lo que todos sus pasos en la arena política irán necesariamente en esa dirección
El objetivo de cualquier nacionalista es, por definición, la correspondencia entre la comunidad cultural y la unidad política, entre "nación" y Estado, por lo que todos sus pasos en la arena política irán necesariamente en esa dirección, por más que trate de disimularlo porque le interese desde el punto de vista electoral. Y eso, disimular, es precisamente lo que hasta ahora siempre había hecho CiU: ir dando pasos hacia la independencia pero sin que se note, como el niño que jugando al escondite inglés adelanta un par de pasos su posición cuando nadie le ve. "Un, dos, tres, pica paret! Un, dos, tres, ja!", dice el guardián antes de darse la vuelta y obligar al que vea moverse a volver atrás de nuevo. Es verdad que el "guardián" también tiene su parte de culpa, pues a menudo le interesó mirar hacia otro, hacer la vista gorda para preservar su privilegiada posición, permitiendo así el tramposo avance nacionalista. Pero, como dice mi amigo E. B., la única virtud del proceso es que por fin los nacionalistas se han quitado la careta y, en este momento, corren desaforadamente hacia la pared de la independencia.
Con todo, los nacionalistas de CiU han intentado estirar al máximo esa incongruencia entre sus palabras y sus verdaderas intenciones, que tan buenos resultados electorales les había dado hasta ahora. Pero llegados a este punto, y viendo cómo los independentistas declarados de toda la vida empiezan a disfrutar de la cosecha sin apenas despeinarse, se han visto obligados a vincular de una vez sus palabras con sus procesos mentales. No está siendo fácil, pero sienten que la independencia no puede esperar y ya no saben qué decir para evitar que se les hielen las migas entre la boca y la mano.
Ahora bien, la coherencia no se improvisa, y Artur Mas lo ha vuelto a demostrar al pedir a Rajoy que no haga nada para impedir la consulta, porque "sólo es consultiva". ¿Pero no habíamos quedado en que los catalanes teníamos derecho a "decidir"? Pues bien, ahora resulta que, una vez constatada la inconsistencia del leitmotiv del proceso, los nacionalistas dicen que era broma, que no se preocupe Rajoy porque no se trataba de decidir sino de consultar. No resulta fácil asimilar en sentido literal el lenguaje de tan imprevisible lógica. Por no hablar de la paradoja de que de resultas de ese fraude argumental de CiU, que curiosamente coincide en el tiempo con el fraude fiscal de su fundador, Cataluña lleva treinta y cuatro años dando pasos hacia la independencia sin lo que en medicina se denomina "consentimiento informado”, también conocido como “consentimiento libre y esclarecido”, de los ciudadanos de Cataluña.
En lugar de aprovechar las enormes posibilidades del autogobierno derivado de la Constitución de 1978 para prestigiar las instituciones de nuestra democracia representativa y pluralista, los nacionalistas se han dedicado sin solución de continuidad a menoscabarla
Dicen que lo único que quieren es “construir un país nuevo”, y ponen cara de no haber roto un plato en su vida. Quizá por eso se afanan en desmantelar previamente el que ya tenemos, con su lógica destructiva que sin duda les ha granjeado la fidelidad de sus afines, pero que en ningún caso sirve para gobernar una sociedad compleja como la catalana. En lugar de aprovechar las enormes posibilidades del autogobierno derivado de la Constitución de 1978 para prestigiar las instituciones de nuestra democracia representativa y pluralista, los nacionalistas -aplicando la teoría de que cuanto peor, mejor- se han dedicado sin solución de continuidad a menoscabarla de forma acaso irreparable.
El caso de CiU, un partido nacionalista y por tanto decidido en última instancia a romper la unidad de España que sin embargo se convierte en partido bisagra decisivo para la gobernabilidad del Estado, es único en el mundo occidental, al menos si se compara con los casos que los propios nacionalistas suelen poner como ejemplo, el de Escocia y el de Quebec. Tanto el SNP (Partido Nacional Escocés) como el PQ (Partido Quebequés), los principales partidos nacionalistas de Escocia y Quebec, han defendido desde sus inicios la independencia de sus respectivos territorios. El SNP, el partido del actual ministro principal escocés, Alex Salmond, abrazó el independentismo poco después de su fundación en 1934, tras una primera etapa autonomista, es decir, hace más de ¡setenta años! que es independentista. Por su parte, el PQ lo es desde su fundación en 1968. Ninguno de ellos ha tenido nunca la más mínima intención de determinar la política general de sus respectivos Estados, aunque no es menos cierto que, de haberla tenido, los sistemas electorales de esos Estados -ambos mayoritarios- difícilmente lo hubieran permitido.
En todo caso, al menos los nacionalistas escoceses y quebequeses van de frente y no ocultan sus verdaderas intenciones refiriéndose al Reino Unido o a Canadá como "una realidad entrañable", no edulcoran de manera tan flagrante su lenguaje ni siquiera en aquellos momentos de la historia en los que les ha podido interesar camuflarse ante la evidencia de que una mayoría abrumadora de los escoceses o de los quebequeses rechazaban la independencia. Vaya, todo lo contrario de lo que ha hecho CiU.