No diré que es la mejor noticia que podía depararnos esta víspera del 11-S —la mejor noticia, sobra decirlo, sería que el presidente de la Generalidad desconvocara la consulta y dimitiera de todos sus cargos—, pero sí que es la mejor que nos ha deparado la actualidad política de este país en mucho tiempo. Me refiero a la conversación telefónica entre Rosa Díez y Albert Rivera, a instancias de este último, y al hecho de que la comunicación, lejos de cortarse abruptamente por falta de alimentación o por sobrecarga, diera como fruto la promesa de seguir hablando del objeto de la llamada, que no es otro que la posibilidad de establecer una forma cualquiera de colaboración política entre UPyD y Ciutadans —coalición electoral, federación de partidos, fusión—. O, si lo prefieren, que no es otro que la posibilidad de hacer realidad lo que ambas formaciones vienen pregonando desde hace tiempo: el valor de la unión.
No existen en este momento en España otras fuerzas capaces de defender el Estado de Derecho y la democracia y de propugnar, a un tiempo y de modo convincente, la necesaria regeneración política e institucional
Por descontado, que esa llamada haya terminado bien no significa forzosamente que las reuniones que en adelante se produzcan entre las partes deban tener un final similar. Pero, aun así, existen razones para la esperanza. Ahí van unas cuantas. En primer lugar, que el Consejo Político de UPyD no actuara del todo como un Politburó a la nueva usanza, lo que le habría llevado no sólo a vituperar a Francisco Sosa Wagner, como hizo, sino también a expulsarlo sin contemplaciones del partido y a negarse a tener siquiera presente su petición. Luego, que el propio Rivera considerara que el pliego de condiciones para un acuerdo —o el documento de mínimos, como prefieran— surgido el pasado sábado del mencionado Consejo es perfectamente asumible por Ciutadans. Y luego, en fin, como ya se ha dicho, que Díez atendiera la llamada de Rivera y de la conversación salieran buenos propósitos.
Así las cosas, lo más sensato sería que ambos partidos buscaran de momento un acuerdo de colaboración electoral. El calendario político lo aconseja, por no decir que lo demanda. Municipales y autonómicas en mayo de 2015, y generales a fin de año. Y antes de la primera cita, o entre una y otra, con toda probabilidad las autonómicas catalanas —tal y como puede deducirse, por cierto, de la decisión del Gobierno de la Generalidad de reintroducir en los presupuestos del año próximo la paga extra de los funcionarios—. Pero no únicamente el calendario nos lleva a ello. También una coyuntura marcada por la profunda erosión de nuestro Estado social y democrático de Derecho, ya la auspiciada por el nacionalismo catalán y, en menor medida, vasco, ya la fomentada por plataformas asamblearias de nuevo cuño, como Podemos o Guanyem. Con unos partidos nacionales antaño claramente mayoritarios y ahora en sus horas más bajas y presa de la corrupción, no existen en este momento en España otras fuerzas capaces de defender el Estado de Derecho y la democracia —o sea, aquello que nos dimos los españoles cuando la Transición y que tanto nos ha costado conservar— y de propugnar, a un tiempo y de modo convincente, la necesaria regeneración política e institucional. Resulta, pues, de todo punto necesario que UPyD y Ciutadans asuman esa responsabilidad y lo hagan mancomunadamente.
Tanto más cuanto que ambas formaciones, aparte de ideario, programa y bolsa de votantes, comparten una característica sustancial: conocen al nacionalismo de primera mano. Aun cuando nacieran como fuerzas políticas de ámbito nacional, su gestación se dio en dos territorios españoles periféricos que no habían tenido —o no han tenido aún, en el caso de Cataluña— otra clase de gobiernos que los de tinte nacionalista. Están, pues —o deberían estar—, inmunizadas contra las añagazas, los lloriqueos y los chantajes de los partidos cuyo único interés ha sido y será siempre la confrontación más o menos visible con el Estado, su laminación cierta y progresiva. Urge, por lo tanto, ese acuerdo entre UPyD y Ciutadans, llámese como se llame y consista en lo que consista. Un poquitín será siempre más que nada. Y millones de españoles, entre los que figurará en primerísimo plano el siempre docto y educado eurodiputado Francisco Sosa Wagner, seguro que lo agradecerán.