Apasionante debate, patético por momentos, lúcido otros, el que se desató y aún colea en torno al misionero enfermo terminal del Ébola que el Estado español (voy a servirme esta vez de la terminología indepe con toda la mala uva…) se trajo a casa con un despliegue de medios y de espectacularidad digna de la película Argo. O de Misión imposible. Y se ha liado la de dios es cristo, nunca mejor dicho, con un meollo digno de Josep Pla: y esto, ¿quién lo paga?
Una de dos, o establecemos el principio de que aquí sólo se costea con dinero público la repatriación de funcionarios públicos, mandados a vivir peligrosamente en ejercicio de sus públicas funciones, o aquí no se repatría ni a dios
No seré yo quien niegue la pertinencia de este debate. Lo que no me parece serio, ya me perdonarán, es que sólo se planteara cuando el español en apuros que había que traer a casa era un misionero, es decir, un cura. Que cuando se trata de rescatar a cooperantes, o de untar a terroristas –como suena- para que suelten a periodistas, nadie diga ni pío ni pida las facturas.
Es verdad que la Iglesia es rica. Pero oiga, no todas las ONG son pobres. Como tampoco lo suelen ser los periódicos, paguen la miseria que paguen a esos periodistas a los que luego sale tan caro rescatar... Una de dos, o establecemos el principio de que aquí sólo se costea con dinero público la repatriación de funcionarios públicos, mandados a vivir peligrosamente en ejercicio de sus públicas funciones, o aquí no se repatría ni a dios. ¿Estamos? Da igual lo que les, os, nos pase.
En otros países funciona así, me informan. En Japón, por ejemplo. Como se te ocurra meterte en un berenjenal a título particular, a título particular sales, y ni se te ocurra pretender tirar de erario público para ello. Como mucho puedes aspirar a que el Estado adelante la pasta que luego religiosamente les tendrás que devolver, yen a yen, euro a euro, libra de carne a libra de carne... la divisa concreta es lo de menos.
Claro que en países como Japón la gente paga infinitamente menos impuestos que aquí, sobre todo ahora. Lo cual nos lleva a otra apasionante reflexión, también de doble filo: con la de impuestos que pagamos, ¿estamos de acuerdo en gastarlos repatriando gente que, según como se mire, se metió donde no la llamaban? También lo podemos ver de otra manera: con la de impuestos que pagamos, ¿es aceptable que si tenemos un problema, mala cabeza incluida, no nos repatríen?
Se podrá patalear, aullar y hasta rebuznar todo lo que se quiera contra el Papá Estado, que por supuesto es, en muchos sentidos, castrador y lamentable. Eso seguro. Pero, ya que la castración y la lamentación no nos la quita nadie, ¿no podrían darnos algo a cambio, por lo menos? ¿Alguna compensación, alegría o garantía? Lo pregunto porque tiene guasa que tengas que pagar como un cabrón socialdemócrata, pero a la hora de recibir contraprestaciones o contrapartidas, apelen a tu orgullito liberal...
Yo también quisiera, créanme, vivir en una sociedad de ciudadanos mucho más aristocráticos, honorables y autosuficientes. Me gustaría encontrarme en cada esquina a un samurai y no a un jeta. Pero, tal y como están las cosas, ¿podríamos por favor tener lo regular, no lo peor, de los dos mundos?
En estos momentos de turbiedad nacional y federalismo de chichinabo, ¿es posible que el sentido último de un país, lo único para lo que de verdad sirve, sea para traerse a casa a un español desamparado, a un misionero enfermo, para que muera en paz y en una cama limpia? Si ya ni para eso estamos, ¿apaga la Constitución y vámonos?