Una señora que firma Lorena Sánchez publicó el 17 de este mes una larga carta en El Periódico bajo el titular: "Me llamo Sánchez, hablo castellano y soy independentista". Con todo respeto, me permito hacerle llegar por este otro medio mi propia reflexión e invito a quien se sienta tentado de leer estas líneas a que empiece por interesarse por lo que la Sra. Sánchez tiene que decir. Debo advertir que el lector no hallará aquí más que lugares comunes, pero tal vez sea éste el terreno en el debamos debatir.
Apreciada Lorena, he leído con interés su carta a El Periódico y me he sentido impulsado a contraponer mi 'manifiesto' al suyo: yo me apellido Roig, soy catalán y no soy independentista. Casi cada una de las afirmaciones que expone Vd. en su texto, me invita a replicar, comenzando por el hecho mismo de publicarlo. Debe Vd. considerar su caso como ejemplar en algún sentido, cuando siente la necesidad de exponerlo públicamente. Yo en cambio no vería en él nada especial. Como ciudadana de un país democrático, tenga el origen que tenga y sean cuales sean sus circunstancias, tiene Vd. el derecho a pensar lo que quiera y a sentir lo que sea que siente (no hay, además, poder que lo pueda impedir). Sin embargo, el que Vd. parezca considerar excepcional su opción por el secesionismo, por razón de su genealogía y su lengua materna, ¿no le parece sospechoso? ¿Cree que en una sociedad verdaderamente libre los ciudadanos se ven compelidos continuamente a exhibir sus señas de identidad o a "enseñar la lengua"?
Yo también nací en Cataluña, hace ya muchos años. Mi madre era de Barcelona y mi padre también era "inmigrante" (¡de Castellón!). Siendo yo pequeño, la familia "emigró" a Canarias, donde transcurrió mi infancia. En mi familia siempre se ha hablado catalán y, como es natural, tanto mis padres y hermana, como yo mismo amamos a nuestra tierra y a nuestra lengua. El hecho de que los padres de Vd. fueran considerados "forasteros" y que se les llamara "inmigrantes" tendría que haberle alertado sobre un carácter común del nacionalismo, su tendencia a la xenofobia, de la cual la necesidad de escribir su carta no es más que un apéndice
Fui educado en español, sin alternativas ni concesiones a mi lengua materna, bajo la dictadura y esa es la primera razón por la que nunca aceptaré que se haga lo mismo a los niños catalanes de hoy en nombre de ningún "sagrado" principio nacional, sea el que sea. Efectivamente, estoy de acuerdo con Vd., la lengua es punto de encuentro, vehículo de comunicación y expresión de cultura, no un instrumento al servicio de un proyecto político. El colegio Rosselló-Pòrcel, cerca del barrio del Fondo, fue el primer centro público de Catalunya en iniciar el programa de inmersión lingüística de la Generalitat en el curso 1983-84. Ese fue el pistoletazo de salida de un sistema cuya implantación se fue generalizando durante la segunda mitad de los 80 y se completó alrededor de 1990. Más de veinte generaciones no son pocas, son de hecho demasiadas ocasiones en que los derechos de las personas han sido pisoteados. ¿A quién se le ha negado la inmersión lingüística? ¿Es Vd. consciente de que los niños catalanohablantes son educados en su lengua materna y sólo los castellanohablantes son objeto de inmersión? ¿Es acaso no ser educado en su lengua materna un derecho de los niños cuya lengua es el español (en contra del criterio de los especialistas y de la UNESCO)?
El bilingüismo "de la calle" es un bien perecedero. Fue una seña de identidad catalana fruto de la diglosia inherente a la inmersión lingüística del franquismo. En la escuela se estudiaba en español y en casa se hablaba en catalán. Esta situación va a durar lo que duren las personas que maduraron en esos tiempos y las que, más tarde, aún tuvieron la fortuna de recibir una educación más o menos bilingüe, como Vd. Pero eso ya llega a su fin.
Sus padres encarrilaron su vida aquí, mientras los míos lo hacían en Canarias, pero eso no tiene por qué condicionar nuestros respectivos sentimientos de pertenencia, de la misma forma que tampoco tendrían por qué hacerlo nuestras lenguas maternas. Tampoco obliga a ningún agradecimiento especial porque, si bien el trabajador desarraigado recibe de su lugar de acogida beneficios, es probable que sean inferiores a los bienes que aporta. Desgraciadamente, así ha funcionado siempre el sistema de explotación del trabajo.
Le recomiendo que busque información histórica (y política) independiente. No ya naciones o regiones, sino que cada rincón, por pequeño que sea, puede reivindicar una historia y unos rasgos diferentes. Es el caso de Cataluña cuyos rasgos "españoles", sin embargo, lengua incluida, son probablemente más numerosos que los diferenciales, porque común ha sido mayoritariamente su historia. En la Guerra de Sucesión no se dirimía la independencia de Cataluña, sino que lo que estaba en cuestión era qué Rey se prefería y hubo catalanes que apoyaron a uno y a otro de los contendientes. Observe, por otro lado, que no puede decir que no odia y, a renglón seguido, afirmar que "ellos" nos someten, nos insultan, etc. Es tan simplista esta descripción que no puede ser sino el resultado del odio (mal informado) o el fundamento del mismo.
Me da la impresión de que vivimos en países distintos, de que no se ha dado cuenta de que España es una democracia social y de derecho, de que tenemos un sistema parlamentario perfectamente homologable. Le ruego que se pregunte quiénes son realmente los que necesitan súbditos doblegados, si no serán los que quieren utilizar a las personas en beneficio de su ideal de nación aquellos que están difundiendo una visión manipulada de la historia y de la situación política para aprovecharse de esos sentimientos sobreexcitados en su propio beneficio, quienes están creando ante sus ojos un "enemigo exterior" a quien hacer responsable de sus desaguisados o de su incompetencia, a quien atribuir "las deudas que nos ahogan", y les mantienen distraídos mientras esa tierra, que tanto dice querer, languidece sin parar en el más completo abandono.
Yo, señora, me siento profundamente catalán. Hay costumbres, tradiciones y gentes de mi tierra que me gustan y otras que no. Lo mismo que me ocurre con el resto de España y con los demás sitios que conozco un poco. No creo en las virtudes ni en los defectos de "los catalanes" porque tiendo a desconfiar de las generalizaciones, ante las que siempre me pongo en guardia y me obligo a repetirme aquel agudo sarcasmo atribuido a Winston Churchill, cuando en cierta ocasión le preguntaron qué opinaba de los franceses, "No sé -dijo-, no los conozco a todos". Creo que los norteafricanos son mucho más hospitalarios que nosotros, repasando nuestra historia no me parece que hayamos brillado por nuestra unidad, ni por haber contribuido especialmente a la fundamentación de la democracia, etc. Nada de eso, sin embargo, me impide amar a mi tierra, porque es la mía, aunque eso, evidentemente, no la hace mejor que ninguna otra ni me otorga ningún derecho especial (es, además, algo común a la mayor parte de los mortales).
Me pregunto por qué esos que prometen el oro y el moro para una hipotética Cataluña independiente no han hecho ya algo más por ella con las herramientas de qué disponen (que no son pocas) y, vistos sus programas y analizadas las pérdidas y ganancias previsibles, me siento inclinado a creer que mi vida empeoraría en muchos aspectos fundamentales en la hipótesis de una secesión: sería más pobre, tendría que pagar más impuestos, estaría más aislado internacionalmente y tendría un gobierno de patriotas que me explotaría y me asfixiaría exigiéndome constantemente sacrificios en nombre de los más sagrados principios. Estoy muy cómodo con mi doble pertenencia, tanto como con el dominio de mis dos lenguas principales (materna, el catalán, y de adopción, el castellano). Ya hace tiempo que no creo en cuentos de hadas y no veo cómo deshacerme de una parte de mí mismo me podría enriquecer, en lugar de mutilarme. Yo señora, soy tan catalán, que me siento español y, como Vd., quiero lo mejor para mí, para los míos y para mi tierra y, no veo otro futuro en la secesión más que el desagarro social que ya nos está separando a los catalanes, a Vd. y a mí, en un tiempo en el que lo que deberíamos estar haciendo es trabajar juntos por el futuro de Europa y el bienestar de una Humanidad sin pobreza, con menos desigualdad y más unida.