Pensamiento
El "advertir" del Rey en su proclamación
Sonó seco a los oídos de la prensa. Y lo oyó la Reina, que, periodista, si lo supo antes de pronunciarse, no lo suavizó:
"Juro desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas".
Pero lo visto, con más sospechas que certezas, este es un buen discurso, dice lo que tiene que decir, se calla lo que no conviene y "no se mete en jardines raros"
Para el juramento, según lo previsto en la Constitución, comparecía ante las Cortes Generales el rey Felipe VI. Tras jurar, el Presidente del Congreso hizo la proclamación solemne: "Queda proclamado Rey de España don Felipe de Borbón, que reinará con el nombre de Felipe VI". Y expresó, casi como reto, una expectativa nacional en nombre de la institución que preside: "Las Cortes Generales tienen puestas grandes esperanzas en Vuestra nueva y exigente misión".
No sólo las Cortes, España entera y Europa estaban pendientes de lo que el nuevo rey ya había hecho e iba a decir al comienzo de su reinado.
Había sorprendido, para bien o para mal según se mire, el relevo de emblemas, la parquedad en la ceremonia, la austeridad en el boato y la ausencia de toda referencia religiosa. Algunos, especialistas en heráldica y blasones, veían la decisión real de apartarse de una continuidad dinástica, con connotaciones franquistas tras la instauración, para iniciar, usando palabras del discurso, "el reinado de un Rey Constitucional. Un Rey que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya 35 años".
Si los pormenores de la abdicación habían sido analizados y criticados hasta en sus más mínimos detalles, los de la proclamación lo serían aún más: la señal de televisión dentro del hemiciclo, que se le hurtó a Televisión Española por motivos conocidos por la Mesa del Congreso (con el resultado de una realización que indignó a los profesionales de TVE, "porque nosotros no habríamos hecho esta chapuza; y además salimos gratis y no cobramos como otros"). La profesionalidad de TVE en la calle. Las normas de tráfico que violaría un señor (el Rey, que es inviolable) circulando de pie en coche y con una señora al lado (la Reina) sin cinturón de seguridad.
No sólo las Cortes, España entera y Europa estaban pendientes de lo que el nuevo rey ya había hecho e iba a decir al comienzo de su reinado
El espíritu del éxtasis en genuflexión, en el radiador de un coche descubierto para advertir que lleva a un Jefe de Estado. El conductor a la derecha, de un coche inglés. Los invitados, los asistentes y los ausentes del evento. Las normas de seguridad. El recuento de lo que resultarían unas simples catervas de gentes menudas (o viceversa) republicanas. El presidente del Gobierno refrendando los actos reales (y en algún momento haciendo de niñera de una infanta). Los gestos, las emociones, los silencios. La minifalda de una señora, vicepresidenta del Senado, o algo así, que en la tribuna y con su atuendo no desentonaba en el evento menos que un crucifijo en Semana Santa con dos pistolas al cinto. E incluso las dos caras, una de acelga y otra de... vaya usted a saber qué.
Pero, más que los detalles, lo importante era el discurso. 2.087 palabras. Había que analizarlo para ver qué había dentro. Los servicios de prensa del Congreso facilitaron, y colgaron en la red, el texto del discurso. Lo primero fue "volverlo a ver" leyendo lo que el Rey Felipe VI iba diciendo ante el atril, y comprobando las pequeñas (muy pocas) "morcillas" que el orador iba metiendo. Le siguió un repaso a "autores y ayudas", posibles y más supuestas que demostradas: el padre del rey, la madre, Rafael Spottorno (Jefe de la Casa del Rey), Jaime Alfonsín (Abogado del Estado y Jefe de la Secretaría del Príncipe), Javier Ayuso (Jefe de Comunicación del Príncipe), algunos y más; y, por último, la periodista Ortiz Rocasolano, Princesa de Asturias y futura Reina.
Algo más tarde había que entrar en el verdadero análisis, el conceptual: qué temas se habían incluido (veintinueve) y cómo se habían ido encajando, amoldando, posponiendo, solapando, soslayando o reforzando hasta llegar a las frases rotundas del final: "Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey. Muchas gracias. Moltes gràcies. Eskerrik asko. Moitas grazas".
"Advertir", fue el infinitivo del verbo. El advertir del Rey en el día de su proclamación. Advertir, dijo Felipe VI. Advertidos quedamos... y quedan
A continuación, ante la sospecha de que el texto podría haber pasado por diversas manos (¿desconocidas?) y haber recibido las aportaciones y restricciones, que, se decía, había demorado el visto bueno del Gobierno más tiempo del habitual, había que tratar de ver y remirar para sacar conclusiones. Pero lo visto, con más sospechas que certezas, no tenían entidad bastante para formular otro juicio que uno generalizado, fruto del hacer, buen hacer, del autor, o autores de la pieza oratoria: este es un buen discurso, dice lo que tiene que decir, se calla lo que no conviene y "no se mete en jardines raros".
Terminado "el trabajo de análisis", por eso que a veces ocurre, mientras se recogían papeles, en los altavoces del ordenador se seguía oyendo la voz del Rey. Sin estridencias, sonó la nota rara, la que desafinaba con la afabilidad apacible del discurso, con el espíritu tranquilo que se había pretendido y que, ¡vaya de qué modo!, daba coherencia a lo dicho, marcaba una línea de reinado capital y, pasados unos días, y conocidas las primeras decisiones del nuevo rey, demostrará la entidad y forma de ser de un Rey.
"Advertir", fue el infinitivo del verbo. El advertir del Rey en el día de su proclamación:
"No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en el desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales".
Advertir, dijo Felipe VI. Advertidos quedamos... y quedan.