Uno de los argumentos utilizados por el independentismo catalán para convencer a la población más alejada de la reivindicación identitaria de la conveniencia de la independencia de Cataluña no es que se trataría de un nuevo estado, cosa evidente, sino de un "estado nuevo", es decir de un estado sin los vicios, defectos, problemas o injusticias del actual. El concepto de "Estado nuevo" fue muy usado por el fascismo durante el periodo de entreguerras del siglo pasado.
Un país más pequeño y con efervescencia nacionalista implicaría menos centros de poder económico, menor independencia del poder judicial, menos libertad de prensa, en definitiva menos democracia. Si esto está pasando ahora, imagínense en una Cataluña independiente
España, Brasil o Portugal utilizaron esta terminología para definir un estado teóricamente apolítico, sin la decadencia de las democracias. En la actualidad el concepto es utilizado en Venezuela, "Nuevo Estado Bolivariano", para enfatizar que la "revolución" ha cambiado las bases de las relaciones entre la sociedad y el poder político. Desde luego no en beneficio de la sociedad.
El independentismo trata de aprovechar el malestar social derivado de la crisis, como en la década de los treinta del siglo pasado, para atraer a los más afectados por la crisis a sus planteamientos ideológicos. De ahí la idea de recuperar el concepto de "estado nuevo".
El "nuevo estado" será más democrático e igualitario. No habrá corrupción. El "pueblo" tomará las riendas del poder. No habrá poderosos, todos los ciudadanos serán iguales ante la ley. En definitiva el nuevo estado será un estado mejor.
Ya he señalado en otras ocasiones que uno de los motivos que me hacen no comulgar con el independentismo es que creo precisamente lo contrario. La Cataluña independiente no sería un estado mejor sino mucho peor que el actual. Ya hace tiempo que la teoría del oasis catalán ha pasado a mejor vida. La clase política dirigente catalana no es ni mejor ni peor que la del resto de España, con el agravante de que en Cataluña ha funcionado una ley del silencio y del encubrimiento mutuo que no ha existido en la misma dosis en el resto del estado. Un país más pequeño y con efervescencia nacionalista implicaría menos centros de poder económico, menor independencia del poder judicial, menos libertad de prensa, en definitiva menos democracia. Si esto está pasando ahora, imagínense lo que pudiera pasar en una Cataluña independiente que nacería con graves problemas económicos y financieros y con una profunda división social. Las tentaciones autoritarias estarían al orden del día, y la excusa del enemigo interior y exterior sería la coartada perfecta, como siempre en los regímenes autoritarios, para justificar lo injustificable. El estatalismo propio de todos los nacionalismos se vería favorecido por las "necesarias medidas" para garantizar el abastecimiento, el flujo del dinero etc. Panorama ciertamente desolador.
No se trata de aplicar mecánicamente el concepto de fascismo, entre otras cosas porque el mismo va íntimamente ligado al éxito de la revolución rusa y el auge del comunismo. Hoy hablar de fascismo no tiene sentido. Pero si de formas autoritarias y estatalistas de ejercicio del poder.
Por otra parte bueno es recordar a quienes califican de fascistas a todos aquellos que no comulgamos con el independentismo que los únicos catalanes que se han autocalificado de fascistas fueron los de Estat Català, y hace poco tiempo dos de sus dirigentes más nefastos, los hermanos Badía, fueron calificados de patriotas y homenajeados públicamente.