No se dejen atrapar por el título, no se refiere a muerte alguna, ni es el reflejo de ninguna metáfora truculenta. Alerta sobre la exclusión social que hoy en Cataluña se inyecta en pequeñas dosis para que la estigmatización del disidente no provoque alarma social.
Esta es la historia de una entrevista del montón en un programa intrascendente de la televisión del régimen a un autor que pasaba por allí por casualidad. De hecho, el primer sorprendido fue él. ¿Qué habré hecho mal para merecer tanta gracia?, debió pensar. Y aturdido por la confianza mordió la mano de quién da de comer. De ahí el acoso en la entrevista de TV3 y la mofa un día después en el programa de Els matins. Hasta Josep Maria Álvarez sabe lo que es correcto, pero el filósofo Manuel Cruz no es un converso, solo ha llegado a filósofo. Y ya saben qué se hace con personas dadas a razonar en una sociedad dogmática: apedrearle en la plaza pública; porque de eso se trata, de lapidar socialmente a quien disienta de la construcción nacional.
No parece lógico que se invite al autor de un libro para descuartizarle en su ausencia al día siguiente. Pero así es TV3, templo sagrado para el nacionalismo y tiro al blanco para el disidente
Le llamaron para entrevistarle en Els matins de TV3 sobre su último libro: Una comunidad ensimismada. En algún momento se atrevió a señalar la escasa pluralidad de los medios públicos. Rodeado de evidencias, la presentadora, como el resto de invitados, le tomaron como apóstata y así le trataron. Pero lo peor vendría al día siguiente en el programa de Helena García Melero, también en TV3. Parapetada tras el humor, la colaboradora Empar Moliner se mofó del profesor con la complicidad de la propia presentadora. No parece lógico que se invite al autor de un libro para descuartizarle en su ausencia al día siguiente. Pero así es TV3, templo sagrado para el nacionalismo y tiro al blanco para el disidente.
Sin lugar a dudas, la crítica a través del humor es un logro que la libertad de expresión nos garantiza, pero esto puede que no sea humor, sino rencor, desprecio por las ideas que cuestionan el NODO. Nada que objetar al humor, incluso al humor cruel, si el humor es universal, se aplica a todos y no sólo a parte. Pues si es a parte, es posible que el humor solo sea escarnio para estigmatizar al disidente. Y de eso se trata, de excluir al disidente por el mero hecho de no pensar como el resto.
Llevado por la indignación, el catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona contestó al agravio diez días después con el artículo "Matonismo de buen rollo", en El País. Acertó en el título, porque de esto se trata, de acojonar, arrinconar, amenazar, ridiculizar, dejar fuera de la estética social a quienes se atrevan a criticar el ensimismamiento en que vivimos. Pero de buen rollo, sin los daños colaterales que la xenofobia deja en los que la practican.
Ya el programa en que le hicieron la entrevista fue un despliegue de manipulación. La selección de imágenes dispuestas para servir de fondo de pantalla con el objetivo de contrarrestar con esteladas y fervor popular sus razonamientos formaba parte de un puzle donde cada invitado representaba todo lo que cuestionaba el filósofo. Un relato para afianzar los mensajes independentistas al uso. Una mera reflexión sobre aquel despliegue te lleva a percibir con nitidez la unanimidad de contertulios, realizadores y presentadora. En las formas y en el contenido. Es la unanimidad de esos lugares comunes donde todos están convencidos de compartir la verdad. Una ajustada metáfora del linchamiento callejero, como esas lapidaciones públicas donde el populacho apedrea a la víctima convencido de su misión. No tiene el mismo fin físico, ni el formato tiene nada que ver, pero sí idéntico objetivo: eliminarle; en este caso, eliminar el prestigio de la víctima, ensuciar sus palabras, excluirle socialmente. La audiencia, abandonada a la seducción que el medio previamente ha sugerido durante años, hace el resto.
Lo mínimo que se puede exigir en una contienda es que las reglas sean iguales y la representación, equilibrada. No es el caso. Es más, ni siquiera cada quince días
Cuenta Manuel Cruz la coincidencia temporal entre sus críticas a la falta de pluralidad en los medios públicos catalanes y su incorporación a alguna de sus tertulias. La fecha la marca en agosto pasado. Así, incorporándole a alguno de sus medios podían taparle la boca con eso de: "ahora ya no podrá decir que no somos plurales". Un recurso burdo que desenmascara: "Para los soberanistas en el poder –asegura- el pluralismo consiste en permitir la aparición de un discrepante una vez cada quince días, en debates o tertulias en las que la relación es seis contra uno, cinco contra uno o, en el mejor de los casos, cuatro contra uno".
Efectivamente, lo mínimo que se puede exigir en una contienda es que las reglas sean iguales y la representación, equilibrada. No es el caso. Es más, ni siquiera cada quince días. Puedo contar mi experiencia: En agosto pasado, curiosamente el mismo mes que señala Manuel Cruz como el inicio de sus colaboraciones por motivos sospechosos, recibí una llamada de TV3. Era Agustí Esteve, presentador del programa de debate 23/24. Me proponía mi participación en su programa cada quince días a partir de septiembre de 2013. Si la cosa iba bien podríamos hacerlo cada semana. "La cosa" no debió ir demasiado bien. La primera vez me llamaron el 17 de septiembre. Hablé en castellano y fui muy desobediente con la mística indepe del plató; la segunda se alargó a tres semanas, la tercera a un mes después, y nunca más se supo. Un día me crucé con Leonor Mayor, una contertulia del mismo programa extrañadísima de que hablara en castellano.
- ¿Te dejan hablar en castellano?.
- Si no me dejaran no iría, le contesté.
- ¿Pero no te han dicho nada?
- No, jamás hemos hablado de ello. Ni una indicación, ni una mala cara. Nada.
Acabada la charla, siguió convencida de que eso no duraría demasiado. "“El miedo guarda la viña -le reproché -, y a eso no quiero colaborar".
A mí, como a Manuel Cruz, también me acribillaron en Twitter con versiones de la frase: "ahora ya no podrá decir que no somos plurales". Pareciera que mi contratación fuese una coartada para dar sensación de pluralidad en un programa que por sistema lleva tres contertulios de casa nostra. Pero no debí gustarles demasiado. La cuestión es saber si era porque hablé sin sumisión alguna a sus mantras independentistas, porque lo hacía en castellano o porque mis intervenciones carecían de interés para la audiencia. Fuere lo que fuere, debo aclarar que tanto Agustí Esteve como la productora del programa informativo 23/24, Mia de Ribot fueron exquisitos conmigo y me trataron con la misma profesionalidad que al resto de contertulios. Ni una mala cara, ni una sola indicación, muy al contrario, fueron atentos y correctos, respetuosos incluso con la lengua. Al César lo que es del César. Tan cierto como eso es que nunca más me han llamado a pesar de que Mia de Ribot me aseguró que no pasaba nada, cuando, mosca por la ausencia continuada, le pregunté si habían decidido prescindir de mí. Hasta hoy.
Como ven, no son historias tremebundas, solo son detalles de esa lluvia fina constituida de pequeñas zancadillas y veladas amenazas que indican al disidente el riesgo que corren si se empeñan en pensar fuera del discurso nacionalista.