Tras el no del Congreso, y de la mayoría de diputados catalanes, a traspasar a la Generalidad la competencia para celebrar referendos, son numerosas las voces que piden una tercera vía acordada para solventar la situación que se vive en Cataluña. Las soluciones propuestas son diversas, disposición adicional específica en la Constitución, blindaje de competencias, etc.
Por eso los catalanes no independentistas no hemos de bajar los brazos cuando se calmen las aguas. Debemos mantener la batalla de las ideas. Treinta y cinco años de inacción nos han traído hasta aquí. Después de la tregua hay que luchar por la hegemonia ideológica
El problema no es, a mi entender, de competencias. Es de lealtad. Y ahora sabemos algo que se había olvidado: que para el nacionalismo todos los acuerdos son pagos a cuenta.
El proceso soberanista tiene tres vías de agua que lo hacen inviable: la falta de una mayoría amplia entre los catalanes, la falta de apoyos internacionales y la falta de una Hacienda propia que garantice las finanzas del nuevo estado. La transformación soberanista de Mas se ha hecho deprisa y corriendo. Se ha hecho para tapar su desgobierno, para tratar de blindarse del desgaste de la crisis. Sin que el proyecto secesionista esté maduro. Los independentistas inteligentes son conscientes de ello.
Por ello, al final, una parte del independentismo de nuevo cuño será proclive a un acuerdo, para evitar una derrota traumática. Lo venderán entre los suyos diciendo que la guerra es larga y que se ha ganado una batalla. Que la lucha continúa, con mejor armamento. Otra generación adoctrinada en las escuelas y más estructuras de estado permitirán, piensan, dar la batalla final más adelante. Paciencia, paciencia, hasta la independencia, volverán a repetir.
Desde el resto de España se acabará aceptando una solución negociada. Nadie sensato quiere una confrontación que sería perjudicial, en mayor o menor medida, para todos. Pero como ya he dicho, que nadie se lleve a engaño: para los nacionalistas será sólo una tregua. Por ello, los catalanes que no estamos por romper España y Europa, aislarnos, empobrecernos, vivir en un país caciquil cuya oligarquía asienta su poder en el autoritarismo justificado en el enemigo exterior e interior, no podemos bajar la guardia. La tendencia de los partidos políticos es preocuparse por el corto plazo.
Por eso los catalanes no independentistas no hemos de bajar los brazos cuando se calmen las aguas. Debemos mantener la batalla de las ideas. Treinta y cinco años de inacción nos han traído hasta aquí. Después de la tregua hay que luchar por la hegemonía ideológica. La historia no está escrita. Los jóvenes se hartarán del adoctrinamiento en las escuelas; los demás ciudadanos, del discurso vacío y de las apelaciones al "pueblo", coartada de quienes quieren usufructuar el poder de forma vitalicia en beneficio propio. La batalla entre dos concepciones enfrentadas de lo que debe ser Cataluña será larga. Pero lo mejor de la historia está del lado de los que no estamos con los nacionalismos, los populismos o los fundamentalismos de cualquier signo.