Me ha llegado por email una cronología especulativa de novedades que le acontecerían a un catalán "un día cualquiera tras la independencia". En 24 horas, vemos la incertidumbre del protagonista sobre la salido del euro y la nueva moneda; cómo su empresa le comunica que se marcha a "España" por cuestiones de aranceles, las molestias que se avecinan con las licencias de exportación e importación o porque sus productos tendrían que ser rehomologados en toda la UE. Asiste a largas colas de ciudadanos para cerrar las cuentas bancarias de los bancos catalanes y abrirlas en los españoles, a causa de que la legislación comunitaria garantiza los depósitos de hasta 100.000 euros. Vemos su consternación ante la subida de precios de cualquier producto no catalán en el supermercado y que su hijo y otros cuatro mil alumnos universitarios no se marcharán ya este año de Erasmus además del cierre de sus oportunidades de trabajo en el extranjero al no reconocerles los diplomas. No están tampoco muy contentos los docentes: muchos proyectos han sido paralizados y muchos investigadores que estaban en proyectos de la UE se han quedado sin subvención. El propio protagonista debe hacer un viaje a Italia y ve que requiere de un visado y el comprobante de un seguro médico internacional. Vamos, una delicia.
En Cataluña, los independentistas auguran un escenario idílico para el día después. La vida continuaría igual y, como máximo, sonrientes nacionalistas saldrían a la calle a ponerles florecillas en el tricornio a los guardia civiles que lograsen encontrar
¿Fantasía? ¿Exageración? ¿Cómo sería en verdad el "día después"? Nos puede dar una pista basada en la realidad algo que sucedió hace unos años. Un experimento auténtico, un simulacro real de independencia que vivieron unos estupefactos ciudadanos en el corazón de Europa. Hace poco más de 7 años, en Bélgica, se montó una de muy buena. El 13 de diciembre del 2006, la televisión pública francófona emitió un telediario que anunciaba la independencia de Flandes. Philippe Dutilleul, veterano presentador y autor de Bye, bye Belgique, un libro sobre el conflicto entre flamencos y valones, declaró ante los patidifusos espectadores con rostro de circunstancias: "Bélgica ha dejado de existir".
En Cataluña, los independentistas auguran un escenario idílico para el día después. La vida continuaría igual y, como máximo, sonrientes nacionalistas saldrían a la calle a ponerles florecillas en el tricornio a los guardia civiles que lograsen encontrar. Pero esta broma propia de un "Día de los inocentes" hispano, con su parodia televisiva tipo La guerra de los mundos a la belga, fue una minúscula pero nada desdeñable prueba piloto de lo que les podría pasar a los ciudadanos de un país determinado cuando se levantan un día y están en otro. Es curioso que no nos acordemos de la anécdota, porque fue espectacular. Sí señores, sí: pasaron cosas. Y gordas.
La broma duró tan sólo media hora. Se interrumpió la emisión para dar paso a lo que aparentaba ser un telediario de última hora, con conexiones en directo con la "nueva frontera", el palacio real y el Parlamento flamenco. Para que digan que aquí tenemos un humor algo bestia, durante la emisión, se anunció, por ejemplo, la abdicación del rey, Alberto II, que huía a África ante la imposibilidad de reinar en un país que había dejado de existir. A ver quién tendría aquí narices. Jordi Évole con mucho menos nos parece un guerrillero.
El 89% los telespectadores lo creyó y el nerviosismo se propagó por el país. Los militares se acuartelaron, hubo gente que corrió al banco a sacar su dinero y otros se resignaron y lloraron. La mayoría de los telespectadores consideró tan creíble lo que veía, que simplemente actuó en consecuencia. Por suerte, como digo, lo alargaron sólo media hora. El atrevido experimento le costó a Philippe Dutilleul un alud de críticas, sobre todo de la clase política, que le acusó de "irresponsable". El primer ministro belga, Guy Verhofstadt, lo tildó de "una broma de muy mal gusto".
Los nacionalistas están socavando los cimientos de una Unión que es una esperanza de paz y progreso en un mundo globalizado. Las "identidades" que se deben cultivar son las capaces de integrar al mayor número posible de personas, no menos
Pero a nosotros nos viene bien. El periodista lo hizo porque, en su opinión, flamencos y valones se dan cada vez más la espalda y una especie de "simulacro de incendio" que sirviera de "ensayo general" para la población para el caso de que un día Flandes acabase por escindirse sería muy profiláctica. Se quejaba el presentador: "Hoy la gente habla menos el idioma del otro. Cada uno ve su propia televisión. Son dos mundos" y, añadió que en España la gente probablemente no lo creería pero que en Bélgica sí porque saben "que puede suceder".
Bien, pasados 8 años la gente de aquí ya se lo creería. En 8 años han tenido los nacionalistas la oportunidad de dar la definitiva vuelta de tuerca a lo que seguía siendo la fantasía de un 20%. La entrada de ERC en los anteriores tripartitos, la irresponsabilidad del PSOE/PSC y el milenarismo suicida de CiU nos hacen ya temer lo peor. Decía el atrevido Dutilleul que los nacionalistas flamencos que quieren la independencia minimizan las consecuencias que la escisión podría causar. ¿Les suena esto? "Bélgica no es como Checoslovaquia… Está Bruselas y una mezcla de población bastante importante… Hay mayorías francófonas que viven en Flandes". Pero también estaba preocupado por el exterior, POR EUROPA. "La implosión de Bélgica repercutiría por ejemplo en España, en concreto en Cataluña, en Córcega, en Italia".
Sus temores son los nuestros. Los nacionalistas están socavando los cimientos de una Unión que es una esperanza de paz y progreso en un mundo globalizado. Las "identidades" que se deben cultivar son las capaces de integrar al mayor número posible de personas, no menos. La media hora de pánico y de aflicción afectó a los belgas francófonos, pero también asustó a muchos flamencos que simplemente se lo pasaban bien. Dice el refrán que hay que tener cuidado con los sueños pues a veces se cumplen.
Como detalle a observar, en esta reedición televisada de una pesadilla wellesiana nuestra guinda particular la tuvo que poner el inefable Bernat Joan, entonces eurodiputado de Esquerra Republicana, compinchado para la ocasión y manifestando su alegría ante lo que consideraba una solución óptima para "los pueblos sin Estado de Europa". Qué esperpento.