Pensamiento
Federar España
Cuando los federalistas planteamos la reforma constitucional a menudo nos encontramos con tres argumentos -relativamente popularizados- que se esgrimen en contra. Los dos primeros se escuchan sobre todo en el resto de España y el tercero particularmente en Cataluña. En primer lugar, la afirmación de que el modelo autonómico ya es en la práctica federal o que las comunidades autónomas españolas tienen un nivel de competencias superior al de algunos estados federados como, por ejemplo, en Alemania. En definitiva, bastantes personas, sobre todo en la derecha, no ven la necesidad práctica de hacer esta reforma. Y a renglón seguido añaden que, aunque se hiciera, no serviría para contentar a los independentistas, por lo que es mejor no hacer nada. En Cataluña, en cambio, el reproche consiste en decir que la vía federal ya se intentó con la reforma del Estatuto y que fracasó estrepitosamente, porque en España, claro está, "no hay federalistas". Pues bien, todas estas afirmaciones son a mi juicio erróneas. Primero, no es cierto que España sea un Estado federal, ni en financiación, ni en claridad competencial legislativa entre gobiernos, ni ante la clamorosa inexistencia de instituciones federales, etc. Otra cosa es que el modelo autonómico, como ya dijo en su día Jordi Solé Tura, tenga textura federal, pero también añadió otra cosa importante, que carecía de cultura federal. El federalismo es un concepto polisémico, pero que se rige por tres principios: cooperación, lealtad institucional y solidaridad. Existe un claro déficit de los dos primeros en nuestro desarrollo autonómico. Por tanto, nada más lógico y necesario que una clarificación federal del mismo. No estamos tan lejos. Produce perplejidad, visto desde fuera, la incapacidad política para dar este salto.
Más que el federalismo como técnica organizativa del Estado, a los federalistas lo que nos interesa es la federación, que es el deseo de querer seguir compartiendo un proyecto en común desde el principio de igualdad y de respeto a la diversidad de los diferentes pueblos de España
Lo que ocurre con el federalismo en España encierra muchas paradojas. Parece que hay un foso infranqueable que impide que acabe de serlo de forma coherente y nominal. Las resistencias que suscita en la derecha española se sitúan en el terreno de la cultura política. España debe ser el único país del mundo donde el federalismo se asocia a disgregación cuando en realidad es unión en la diversidad. El nacionalismo de la derecha le impide ser federal, por razones en el fondo parecidas a la de los nacionalistas periféricos, que tampoco han querido prestar nunca su apoyo al federalismo, ya que significaría cerrar el modelo territorial. Como su sueño ha sido siempre la secesión, han preferido hasta hace muy poco la indefinición del modelo autonómico, que permite alimentar la tensión política y acumular agravios. Por su parte, la derecha nacionalista española siempre le ha tentando aprovechar la ambigüedad del modelo autonómico para centralizar, como en buena medida está haciendo ahora el PP, ayudándose también con la excusa de la crisis.
Cuando desde fuera de Cataluña se argumenta que no vale la pena hacer una reforma federal de la Constitución, porque no resolvería el problema de fondo, se incurre en otro grave error. Es cierto que eso no daría satisfacción a los independentistas por razones obvias, pero sí a una mayoría de la sociedad catalana, parte de la cual, si se ha hecho secesionista o no hace ascos hoy a esta idea, es porque cree que no hay otro camino, aunque extrañamente cierra los ojos al hecho de que la independencia es una posibilidad aún más complicada e incierta desde todos los puntos de vista. Pero se deja seducir por el componente emocional y épico del “proceso”. La reiterada incapacidad de los dos grandes partidos para ponerse de acuerdo en cosas básicas, la lucha cainita que han librado y la falta de sentido de Estado que han exhibido en muchas ocasiones, si bien las culpas no pueden repartir en porcentajes iguales, ha permitido a los independentistas cargarse de argumentos formales.
El tercer argumento contra el federalismo lo escuchamos dentro de Cataluña cuando se dice que ya se intentó con el Estatuto, que esa fue su última oportunidad. Ciertamente, esta experiencia dejó un amargo sabor en la sociedad catalana, aunque ahora el soberanismo solo quiere recordar el tramo final, la sentencia del Tribunal Constitucional, cuando en realidad fue todo su trámite el que resultó desgraciado y tortuoso. "Los catalanes no nos gustamos entonces", dijo acertadamente Jordi Pujol. Sin embargo, ahora solo nos recuerdan machaconamente la grave humillación que nos hizo el TC. La afrenta del Estatuto se convierte así en un argumento mayor para afirmar que el pacto constitucional se ha roto, razón por la cual las fuerzas soberanistas se consideran libres para intentar ahora una vía unilateral. Todo esto es muy matizable, por supuesto, pero lo que me interesa destacar es que ese intento demostró que sin reforma de la Constitución es imposible cambiar el modelo territorial español, y solucionar todas sus disfunciones y arbitrariedades. Con el Estatuto hasta cierto punto se intentó, por la puerta de atrás, como reprochó duramente el PP, pero es que en muchos aspectos el texto que salió del Parlamento catalán en 2005 tenía un corte confederal y bilateral. Por lo tanto, no es cierto que se probara entonces el federalismo, si no acaso un mejor encaje de Cataluña en el modelo autonómico, cuando de lo que se trata es de federar España. Y esto todavía no se ha intentado.
En definitiva, España no es un Estado federal, pero está más cerca que lejos. La incapacidad para llegar a serlo de forma consecuente y nominal solo se explica por la influencia pésima de los nacionalismos, de uno y otro lado del Ebro. Más que el federalismo como técnica organizativa del Estado, a los federalistas lo que nos interesa es la federación, que es el deseo de querer seguir compartiendo un proyecto en común desde el principio de igualdad y de respeto a la diversidad de los diferentes pueblos de España.