Mis discusiones en Facebook con mis amigos independentistas son fatigosas cuando no decididamente irritantes. Imagino que lo son también para ellos. Sin embargo, a pesar de lo que creen algunos, no se trata de los "puntos de vista" y de las "legítimas opiniones" de cada uno, que también. La cuestión es que la razón no la podemos tener todos a la vez y que alguien la tendrá más que el otro. Por ejemplo: cuando les decíamos que una Cataluña independiente nos haría salir de Europa, que sacar a la calle a medio millón de personas (o los que fueran) en la Diada del 2012 bajo el suicida lema "por un nuevo estado europeo" era un engaño, te respondían que lo tuyo era "política del miedo". Ahora, tras insistentes manifestaciones de altos representantes europeos, ya han visto que la razón estaba de nuestra parte. Hasta Sala-Martín lo sabe pues por algo acudió como novia despechada a enfrentarse con Barroso a Davos y hacerle reproches del tipo "¿cómo puedes preferirla a ella, si yo soy más alta, más rubia y más moderna?".
Los "valores sagrados" ignoran las expectativas de éxito, sin reparar ni en razones ni en sacrificios. Y esto es a lo que nos enfrentamos. Cuando se trata de sacralidad, no hay nada que discutir. Ley y paciencia. Y hará falta mucho de lo segundo
Pero, claro, otra cosa es que, en la defensa de lo que el antropólogo Scott Attran llamaría "valores sagrados", la verdad objetiva importe cero o se soslaye. Ahora hay muchos que, repitiendo el esquema zorra/uvas, afirman que estaríamos mejor fuera de Europa y del euro. Que para qué. Estoy segura de que, si se les llegase a convencer de que en una Cataluña independiente se declararía de inmediato una epidemia de lepra, le empezarían a encontrar ventajas. No cabe duda de que una enfermedad une mucho, cohesiona. Y más si es de las que deja huellas, marcas o mutilaciones. Eso sí que nos iba a conferir carácter, identidad, "fet diferencial". En todo caso, cualquier precio sería bienvenido si nos independizaba de los españoles.
Ahora estoy enzarzada en una discusión con mi amigo de Esquerra, defensor entusiasta de nuestro tarannà inconfundible. Y eso que dice que no es nacionalista, sólo independentista (ya saben, ese invento del que Rubert de Ventós fue un adelantado). Según él, los de UPyD queremos que los catalanes nos convirtamos en una región sin lengua ni cultura "propias" como León o Extremadura. Eso de que sólo tenemos cultura y lengua "propias" (o sea, de verdad) quienes hablamos una lengua vernácula es una idea muy interiorizada en tierras nacionalistas. Recuerdo como le gustaba eso a Maragall. Yo le pregunto que, si ni la cultura ni la lengua de esas comunidades es "propia", en qué régimen la tienen, ¿alquiler? ¿préstamo? ¿leasing? Qué vida tan precaria, la de un leonés, que no tiene nada suyo, ni el hablar. Le recuerdo que si se refiere a que en León se habló una lengua que no prosperó al lado del castellano, las antiguas lenguas de su tierra fueron cruelmente sustituidas por las derivadas del latín, como el catalán, y que de este drama no se duele nadie. ¡La de idiomas que habrán muerto para que mi amigo Porta goze de su catalán! Le digo que es una idea romántica y sin esperanza que las lenguas o las costumbres permanezcan inmutables en el tiempo. Y, ¿qué me responde? Que yo quiero que "desaparezca" el catalán y que diga claramente que para mí y para mi partido el catalán no tiene la menor importancia.
Eso querría él; qué manera de enredar. No hay nada que hacer. Los "valores sagrados", a diferencia de los valores materiales o instrumentales, ignoran las expectativas de éxito, sin reparar ni en razones ni en sacrificios. Y esto es a lo que nos enfrentamos. Ya pueden los Felipe González o las Susana Díaz apelar al diálogo una vez más, como a un cansino bucle melancólico que se desarrolla hasta el infinito. El amigo Attran tiene razón: cuando se trata de sacralidad, no hay nada que discutir. Ley y paciencia. Y hará falta mucho de lo segundo.