Estos días leo en algunos medios una historia del PSC que no se corresponde, a mi entender, con la realidad. En mi opinión, dos hitos marcan la subordinación ideológica del PSC al nacionalismo. El primero la cesión por Joan Reventós de la presidencia de la Generalidad provisional a Josep Tarradellas sacrificando la legitimidad democrática en el altar de una supuesta legitimidad histórica. Desde luego Jordi Pujol, sin complejos nacionalistas, no hubiera cedido ante Tarradellas. Esa fue la causa del descalabro de 1980 , origen de más de veinticinco años de pujolismo. La otra el congreso de Castelldefels en 1982.
Esta alternativa representaba una catalanidad no nacionalista desacomplejada y fue derrotada en 1982 por una alianza integrada por los ahora críticos, por miembros de la actual mayoría de Navarro, y por una parte de los cuadros del cinturón de Barcelona
Nadie recuerda estos hechos y en cambio se nos dice que en el PSC han convivido dos almas, una españolista y otra catalanista que tendrían su origen, simplificando, una en la federación catalana del PSOE y la otra en el PSC-congrés y en los socialistas provenientes del PSC-Reagrupament. Según esta versión los segundos dominaron el partido hasta el Congreso de Sitges, en que los capitanes habrían tomado el mando y alejado al PSC del nacionalismo ideológico dominante. Si eso fuera así, ¿cómo se explican los candidatos socialistas a presidir la Generalidad, la reforma del Estatuto o los pactos con ERC?
Permítanme algunas puntualizaciones, derivadas de vivencias en primera persona, lo que implica subjetividad, pero también un relato no alterado por la versión dominante. Yo milité en convergencia socialista y después en el PSC-congrés. De esta rama del socialismo surgieron los líderes de la denominada "Nueva mayoría" encabezada por Ernest LLuch, denostado por los obiolistas en aquel entonces por anteponer salvar la democracia a determinadas recortes de competencias autonómicas, que sin democracia hubieran sido eliminadas de tajo, Eduardo Martin Toval y Joan Prats Catalá. Esta alternativa representaba una catalanidad no nacionalista desacomplejada y fue derrotada, bueno es recordarlo, en 1982 (III Congreso socialista) por una alianza integrada por los ahora críticos, por miembros de la actual mayoría de Navarro, y por una parte de los cuadros del cinturón de Barcelona, que después se denominaron capitanes, sin los cuales el obiolismo no hubiera ganado. Al parecer con el apoyo de Felipe González interesado en un PSC subordinado al nacionalismo, entonces no independentista, que le permitiera pactar con CiU en Madrid cuando fuese necesario. Este es el congreso decisivo del PSC. En Sitges en 1994 sólo se rehizo la relación de fuerzas, una vez absorbidos los restos de la Nueva mayoria por los capitanes. El pacto de 1994 fue claro: poder orgánico y municipal para unos, ideología y Generalidad para los otros. La llegada al poder de Montilla no rompió este equilibrio. De hecho fue la culminación de la alianza. Los consejeros socialistas de Montilla son los paladines de la revuelta. Montilla no despertó del síndrome de Estocolmo hasta que tuvo que salir escoltado de una manifestación que él quería liderar.
Como muestra de que el debate viene de muy lejos reproduzco un artículo publicado en El País en 1985 firmado por mí y miembros, entonces, del Consejo Nacional que nos valió los mismos calificativos que ahora recibe Navarro, sólo que provenientes no sólo de los ahora críticos, Obiols, los hermanos Font, Castells, entre otros, sino también de algún que otro integrante de la actual mayoría navarrista.
Treinta años de subordinación ideológica no se cambian fácilmente. Ni en la sociedad, ni en el propio partido. Sus bases no reciben un discurso combativo contra el independentismo. Todavía es hora que alguien explique en las agrupaciones socialistas los argumentos de por qué la independencia no es buena para los catalanes
Así pues hemos llegado hasta aquí después de más de treinta años de control nacionalista del PSC, o si no les gusta que se les denomine así, de independentistas sentimentales. De los que les gustaría que Cataluña fuera independiente si fuera tan sencillo como apretar un botón, pero que entienden las dificultades de sus deseos. Ello les hace vivir en una constante frustración. Los capitanes no eran nacionalistas pero asumían un discurso que les hacía disfrutar de un poder jamás soñado. Los votantes, mayoritariamente, tampoco, pero los que mandaban de verdad, con la permisividad del PSOE, siempre lo han sido y sufrían verdaderos traumas cada vez que surgía un conflicto y se les acusaba de botiflers. Sólo el disfrute del poder los calmaba. Ahora, acabado el poder, vuelven a su redil natural. Es coherente. Al fin y al cabo la única manera de volver a tocar poder, Sobrequés, Nadal, Mascarell, es pasarse al antiguo enemigo. Y si no tocan poder por lo menos no sufren anímicamente. Lo que no me parece tan legítimo es querer convertir al PSC en un apéndice del independentismo, en contra de la mayoría de sus militantes, del interés real, no romántico, de los catalanes y de la construcción europea.
Ahora parece que Navarro quiere retomar el camino perdido. Pero treinta años de subordinación ideológica no se cambian fácilmente. Ni en la sociedad, ni en el propio partido. Muchos de los que no sucumbieron al nacionalismo ya se fueron del PSC. Sus bases no reciben un discurso combativo contra el independentismo. Todavía es hora que alguien explique en las agrupaciones socialistas los argumentos de por qué la independencia no es buena para los catalanes. Y sin convicciones profundas la lucha política es muy difícil. El PSC puede ser moderado, puede encabezar una tercera vía. Pero no puede vivir acomplejado, sin autoestima, errático. Navarro lo tiene difícil. Debe optar entre el riesgo de una intervención de alto riesgo que puede matarle, pero también salvarlo, o morir lentamente, no demasiado, sino extirpa el tumor. Porque el "proceso independentista", no se acaba el 9 de noviembre. Va a condicionar mucho tiempo la política catalana. Y los críticos acabarán dejando el PSC, salvo, claro está, que consiguieran derrotar a Navarro en las primarias.
Le deseo suerte.