Hay diferentes formas de hacer política. Estamos acostumbrados a la política de palabras vacías. A la política que tergiversa el lenguaje hasta hacerlo incomprensible. A la que se refugia simplemente en la mentira. A la política de trinchera que se dedica a tirarse los platos con los de enfrente. Pero poco acostumbrados estamos a la política en estado puro. Esa que está personificada en personas trabajadoras, que asumen su trabajo como un servicio público y que asumen los errores de su gestión. En los últimos días, hemos tenido ejemplos varios de todas y cada una de ellas.
Palabras vacías. Si alguien entiende al ministro José Manuel Soria tiene derecho a un sillón de letra mayúscula en la Real Academia. El ministro nos ha explicado el recibo de la luz y ha conseguido un parangón sin igual: que la mayoría de españoles entendamos mejor las explicaciones de las compañías eléctricas. Habla mucho y dice poco. Ha afirmado, sin ruborizarse, que la subasta eléctrica ha sido manipulada. Competencia ha dicho que eso no es cierto. No se conoce que el ministro haya dado un paso reconociendo su error y su ineficacia.
La política pierde una persona honrada. El periodismo recupera un gran periodista
Tergiversar el lenguaje. La cavernaria propuesta de Ley del Aborto propuesta por Gallardón nos ha dado grandes momentos de interpretación de las palabras. Con la que está cayendo, en el Ministerio dicen que están abiertos a cambios que no serán sustanciales. En fin, Gallardón parece que tendrá trabajo para explicárselo a los barones populares. Ayer Feijoó habló clarito. Pidió un cambio de ley consensuado. Gallardón nos cuenta que la ley mejor es la que nos hace volver a la ley de 1985. No debe recordar que el PP votó en contra y presentó un recurso de inconstitucionalidad. O simplemente nos miente. El eterno aspirante a relevo en el PP ha sufrido un revés importante y Rajoy, muy gallego él, lo ha dejado a los pies de los caballos. Me temo que le van a pasar por encima.
La mentira. Rajoy es el gran artista de la mentira, pero últimamente Montoro se ha esmerado. El PP lleva dos años diciéndonos que no va a subir impuestos. Lleva dos años subiéndolos. En los últimos días, los españoles hemos tenido una sesión doble de mentiras arriesgadas. La primera, en plenas fiestas navideñas, un decreto del Gobierno que permitirá recaudar 1.400 millones al año, gracias a que trabajadores y pequeñas empresas tendrán que cotizar más. Subida por la puerta de atrás. La siguiente, subida del IVA sanitario en un 21%. Y eso que Montoro juró y perjuró en diciembre que el IVA no se iba a tocar. Menos mal, señor ministro.
La trinchera. El PSOE no está haciendo política de oposición. Simplemente ha copiado el modelo PP y a todo movimiento del Gobierno, palo y tentetieso. Poco más. De alternativa, nada de nada. Y menos con un Rubalcaba que sigue ahí, inasequible al desaliento de las encuestas que son para llorar.
Política en estado puro. En estos días, esta forma de actuar tiene nombre y apellidos. Albert Gimeno, director de comunicación del ministro Jorge Fernández. Albert accedió al ministerio porque quería cambiar de aires. Un periodista de raza que ha tenido diferentes responsabilidades en La Vanguardia, El Periódico o en el fenecido Diario de Barcelona. Trabajador y austero ha presentado su dimisión al ministro del Interior y éste se la ha aceptado. El motivo: anunciar la redada contra la red de apoyo a los presos de ETA. En lugar de marear la perdiz, refugiarse en la mentira, tergiversar el lenguaje, meterse en la trinchera o esconderse tras palabras vacías, Albert Gimeno actuó como un profesional. Admitió su error, dio la cara ante los medios de comunicación y puso su cargo a disposición. Ha dimitido un rara avis de la política. Quizás porque no es un político. Ha cometido un error, cierto, pero quién no lo ha cometido. Sin embargo, no ha utilizado cortinas de humo para disimularlo. Le honra. La política pierde una persona honrada. El periodismo recupera un gran periodista.