La cosa tiene mucho que ver con aquello que nos contaba el sardo Antonio Gramsci acerca de la hegemonía cultural. El tema lo retoma lúcidamente Pau Marí-Klose cuando nos habla en sus artículos de cierta hegemonía epistémica. Me explicaré. Cuando en el año 2005 el Parlamento autonómico de Cataluña aprobó casi por unanimidad una ley de comunicación audiovisual de Cataluña, algunos lanzamos las campanas al vuelo pensando, ingenuamente, que el el control pujolista de los medios de comunicación tocaba su fin.
Durante el mandato del tripartito las manipulaciones de carácter partidista disminuyeron notablemente pero persistió en los medios públicos el universo simbólico que había creado el nacionalismo conservador a lo largo de sus 23 años en el poder
El texto aprobado otorgaba al Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) plena competencia en la adjudicación de licencias, en la tutela de los principios básicos que debían regir los contenidos audiovisuales y poder sancionador en caso de incumplimiento de los sacrosantos principios de veracidad, pluralidad… La ley también reclamaba a la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA) una línea de actuación basada en la profesionalidad y el rigor informativo. Nos sumergimos entonces en un periodo imperfecto pero ciertamente mucho más plural, libre y democrático que el vivido con anterioridad bajo gobiernos convergentes. El espejismo duró poco. Los intentos de emulación de la BBC, o de los órganos reguladores franceses y germanos, se diluyeron bajo la presión de la realpolitik.
Durante el mandato del tripartito las manipulaciones de carácter partidista disminuyeron notablemente pero persistió en los medios públicos el universo simbólico que había creado el nacionalismo conservador a lo largo de sus 23 años en el poder. ¿Por qué? Tanto en los gobiernos de Maragall como de Montilla ERC exigió gestionar áreas estratégicas para la configuración de determinado concepto de país [por Cataluña]. El PSC, heredero y practicante de una probada cultura de gobierno, optó por la gestión de piedra y de la economía. ¡Pensar en Gramsci hubiera sido demasiado marxista! Así, tras el discurso formal de unos medios de comunicación con vocación de servicio público subsistía e imperaba un universo simbólico que polinizaba transversalmente toda la programación de la radio y televisión pública.
Desde los informativos a los programas de ficción, desde los humorísticos a los de entretenimiento se detectaba un hilo conductor nacionalista tanto en los conceptos como en el lenguaje. A pesar del cambio gubernamental subyacían una práctica y una inercia nacionalista en los medios de comunicación públicos en detrimento de un modelo, llamémosle, nacional. Ahí la izquierda no identitaria falló. Permitió que todo siguiera igual alimentando una sola forma de sentir y vivir el país: la de sus antecesores en el gobierno, la del viejo pujolismo. Atrás, en la exposición de motivos de la ley del 2005, quedó para el recuerdo la vocación de servicio público y la imparcialidad que todos reclamaban para los medios de comunicación catalanes. La promoción activa de la conciencia cívica, el respeto a todo tipo de opciones y manifestaciones políticas, sociales, lingüísticas, culturales y religiosas… De todo ello apenas quedó nada por más que algunos profesionales nos lo repitan hoy como un mantra hecho deseo.
La CCMA no sólo no ha sido capaz de ensanchar su universo descriptivo sino que se ha prestado a las exigencias del guion soberanista que han marcado Junqueras y la ANC
La vuelta al poder de CiU trajo consigo una nueva modificación de la ley. La vuelta al pasado de la legislación audiovisual catalana quedaba así garantizada. El Ejecutivo autonómico se empeñó en la recuperación gubernamental de los organismos gestores y reguladores de los medios – hasta entonces imperfectos pero razonables- y su repolitización extrema. El paradigma de este fenómeno fue, y sigue siendo, la designación de Roger Loppacher -un perfecto comisario político a las órdenes de Presidencia- como presidente del CAC y de Duart al frente de la CCMA. Así el control y la reestructuración de la radio y televisión públicas vuelve a depender de los caprichos del consejero Homs que juega a exigir a sus 'medios' un mayor 'cuidado' subliminal en la inoculación del viejo paradigma nacionalista, hoy en su variante independentista.
La presencia en los medios de planteamientos y visiones ajenos al nacionalismo, o al independentismo, son proporcionalmente infinitamente inferiores a su representación electoral y arraigo social. La CCMA no sólo no ha sido capaz de ensanchar su universo descriptivo sino que se ha prestado a las exigencias del guion soberanista que han marcado Junqueras y la ANC. Que quede claro, la labor y la profesionalidad de los trabajadores de la CCMA no está en duda, pero sí está en tela de juicio la instrumentalización nacionalista de los medios de comunicación públicos. Esa instrumentalización roza el esperpento cuando el consejero Homs fuerza al CAC, a pesar de los votos particulares de algunos de sus miembros, a observar la paja en el ojo ajeno obviando la viga en el propio soslayando casos evidentes de manipulación. Aquel pequeño avance de la ley de 2005 fue languideciendo con el tiempo, cierto, pero el descabello ha llegado de la mano de un gobierno manipulador, monotemático, regresivo y recortador de prestaciones sociales.
De Antonio Gramsi a Rosa Luxemburg. La espartaquista germano polaca nos dejó dicho que la libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros del partido, por numerosos que sean, no es libertad; la libertad es siempre la libertad del que piensa diferente. Ergo…la masiva utilización de los medios de comunicación, como brazo propagandístico del Gobierno autonómico, nos permite argumentar que nuestras cadenas públicas, tanto de radio como de televisión, están tristemente encadenadas.