Me lo han preguntado últimamente unos cuantos, en plan retador o incluso un poco macarra; sobre todo desde que aparecí en la presentación de Movimiento Ciudadano en Barcelona, algún que otro troll del fundamentalismo independentista me ha escrito para preguntarme insistentemente si estoy a favor o en contra de la consulta. Tanta insistencia supongo que era por pensar que insistiendo así me ponían en un compromiso o en un aprieto.
Pues la verdad es que no, not at all, my dear. Veamos, ahora que no nos oye nadie, ¿saben lo que a mí, de verdad, me pide el cuerpo? ¿Lo que a mí de verdad me pondría? Pues hacer la consulta no el año que viene ni el mes que viene ni la semana que viene ni el día que viene. Qué va, hacerla el minuto que viene. Mejor ayer que mañana. Eso sí: con el compromiso firme de todas las partes de atenerse al resultado con todas las consecuencias. Que si pierden los que yo creo que van a perder, que se aguanten, que callen para siempre y sobre todo, sobre todo, que dejen de pretender quitar puntos, o incluso todo el carnet de catalanidad, a los que no pensamos lo mismo. Mira que os lo digo hace rato, chicos, no estáis librando ninguna yihad sagrada contra España. Estáis convirtiendo Cataluña en Afganistán. Esto es una guerra civil entre catalanes y catalanes.
¿De qué se iban a quedar quietos, de qué iban a aprender a respetar a los que no les reímos la gracia, a los mal llamados unionistas?
Por supuesto estando así las cosas es muy tentador pasar lista. Sobre todo cuando sabes bastante seguro que aquí hay mucho vivales viviendo, valga la redundancia, de que la dichosa consulta no se la dejen hacer. Todo lo prohibido parece que tiene como mayor dignidad así sea una pura pájara. Para atajar cuanto antes esta epidemia de lluíscompanyitis yo pondría a todo el mundo a picar piedra y a votar pero a la voz de ya. Y que se acabe de una vez el bròquil.
Ah, pero eso es lo que me pide el cuerpo, no la mente. Ni la razón. Primero porque demasiado sé lo utópico que sería pretender que ningún independentista se conforme nunca con el resultado de una consulta que le es desfavorable. Si se hiciera y la perdieran, ¿de qué se iban a quedar quietos, de qué iban a aprender a respetar a los que no les reímos la gracia, a los mal llamados unionistas? Oye, panoli, unionista en el sentido en que tú lo dices (o para ser más exacto, lo escupes), lo será tu madre. Aquí no hay botiflers ni colaboracionistas con el enemigo. Aquí hay gente tanto o más catalana que tú que puede haber estado contra el franquismo o contra determinado gobierno español pero que nunca en la vida se ha sentido colonizada por España. No és això, companys, no és això. Que hay muchas maneras de ser catalán, la mayoría más interesantes y más divertidas que la vuestra.
En resumen, que si se hiciera la consulta sería como la cançó enfadosa, que habría que repetirla a cada rato, siempre bajo pena de lesa democracia como les digas que no. Con lo cual se entiende que haya quien no la quiera. Pero ojo que las razones para no quererla pueden estar en las antípodas del fascismo. Atención, pregunta: ¿qué pasa si ante la decisión unilateral de los catalanes de votar si quieren seguir o no dentro de España, a alguien se le ocurre que en el resto de España se pongan también unilateralmente a votación cuestiones que afecten a Cataluña? Por ejemplo, ¿qué pasa si sale un listo que pide convocar un referéndum para decidir si se siguen pagando o no las pensiones españolas en Cataluña, si a Cataluña se la hace partícipe o no de los PGE o de los fondos de cohesión territorial, mientras no se aclare la cosa? Que esto sería una ilegalidad como la copa de un pino, por supuesto. Pero, ¿qué pasa si alguien lo defiende y lo argumenta amparándose en que el pueblo español está hasta las pelotas de ciertos discursos y de ciertas cosas, y que ya va siendo hora de darle la palabra? Reducción al absurdo por reducción al absurdo, ¿marica el último?
Aún nos desayunaríamos cualquier día con referéndums a favor de la pena de muerte o de la ley de fugas
La verdad es que la manera más seria de abordar estas cosas sería abrir el melón consultivo en la totalidad del territorio. Decir, por ejemplo: señores, hace equis años que aquí aprobamos una determinada Constitución y un determinado modelo territorial, y parece que a día de hoy se plantean, por decirlo amablemente, algunas objeciones a ese modelo. ¿Y si ha llegado el momento de volver a ponernos de acuerdo entre todos para revisarlo? ¿Qué le parecería a usted, ciudadano de Bilbao y de Barcelona, de Sevilla y de Valencia, de Cáceres y de Zaragoza, votar en una consulta a favor o en contra de seguir tal cual o todo lo contrario, de revisar todo el andamiaje del Estado? Y si sale que sí a esto, pues entonces sí, que cada cual consulte en su territorio lo que quiera y lo volvemos a hablar entre todos, a ver cómo lo hacemos. A ver cómo lo arreglamos.
Claro que cualquiera se atreve a poner sobre la mesa esta consulta, ni ninguna otra, mientras impere el clima político actual. Con tanta estridencia y tanta bilis en el ambiente, cualquiera propone tocar nada. Aún nos desayunaríamos cualquier día con referéndums a favor de la pena de muerte o de la ley de fugas.
Con lo cual, mira por donde, los que más chillan son los que más inviable hacen que al pueblo se le consulte de verdad nada. Porque reducen la ciudadanía a histeria colectiva y la democracia a olla de grills. A hacer política ocupando sedes de otros partidos, imponiendo el pensamiento único y elaborando listas negras. Si esos son, estoy segura, los que en realidad menos quieren la consulta. ¿Y si fuera hacerla y acabárseles el chollo?