Este país tiene una especial obsesión por lo nuevo. Compulsivamente destruimos lo que nos parece antiguo en pro de la novedad. ¿Tiene sentido que el mercado de los Encantes de Barcelona, dedicado a la compra y venta de artículos de segunda mano, antigüedades y algún que otro objeto de baja cuna, tenga su sede en un millonario edificio de tecnovanguardia? ¿Por qué el mercado Des Pouces de París es un rastro antiguo y destartalado y por ello lleno de charme? ¿Por qué el paso del tiempo del underground londinense nos parecen tan sumamente cool y en cambio nuestras marchitas estaciones nos parecen cutres, tercermundistas e inseguras?
Nuestra obsesión por lo nuevo tiene algo que ver con nuestros complejos. Un español suele ir por el mundo cabizbajo intentando que se evapore todo rastro de su pasado. En muy pocas ocasiones sacamos pecho por nuestros éxitos patrios (¡que haberlos haylos!) y especialmente por nuestra historia. Cuando a un español de a pie se le pregunta por su historia no sabe si decir que lo de Colón fue un descubrimiento o una invasión. Titubea al pensar que nuestra cultura que ha hecho de nuestro país y lengua cuna universal queda reducida al folklore y olé. Eso sí, lo de la Roja a todos nos ha quedado claro. Gol de Iniesta.
Sí, en España lo antiguo es carca. Y si es antiguo y político entonces es caspa. Esto ha llegado a un nivel tal de papanatismo que algún dirigente político ha llegado incluso a decir esta semana que lo de la Constitución alienta las bajas pasiones. A cada cual con sus pasiones, sólo faltaría, pero tampoco creo que alguien se nos ponga más verde que Hulk por la Carta Magna. Creo yo, vaya.
Los padres constituyentes querían abandonar una etapa oscura de nuestra historia. Un largo periodo sin Constitución: sin libertad, sin derechos, sin pluralismo, sin democracia
Lo que yo creo es que poner en valor lo que fue escrito hace más de 30 no le hace a uno parecer enrollado en los tiempos actuales. Supongo que tiene algo que ver con el pasado que dejamos atrás y como lo interpretamos ahora. "Eh, oiga, pero que la Constitución garantiza nuestros derechos y libertades". "Bajas pasiones". Lo dicho, país de acomplejados. Porque algunos podrán pensar, muy legítimamente que, a pesar del modelo territorial diseñado en la Constitución, España sigue invertebrada (quizás es que lo sea). Lo creyeron también los artífices de la LOAPA y así les fue. Pero, ¿y de lo positivo del texto constitucional nadie se acuerda? Españolito de a pie, saca pecho que lo bueno también debe reivindicarse e incluso celebrarse. ¡Y por qué no!
De hecho, se dice a repetición que la Constitución española actual nos-ha proporcionado-los-mayores-años-de-estabilidad-política-de-nuestra-historia. Sin embargo, para los de mi generación y las que vinieron después, el apunte de historiografía, con perdón, poco nos aporta, porque la estabilidad la damos por hecha, como si nadie ni nada pudiera ya quitárnosla. Nos cuentan que España no siempre fue así de templada y nos enseñaron que en el pasado lo habitual fueron los cambios abruptos y las divisiones. Esa España de luto fratricida, que luchó entre ella y que perdió en cada batalla parte de su presente y parte de su futuro.
La Carta Magna escrita en el gélido pueblecito de Gredos (googleen sobre su Parador, un gran desconocido) nace fruto de los principios liberales que inspiraron la Transición política: consenso, diálogo, voluntad de llegar a acuerdos y mucho empeño por encontrar puntos de unión. Los padres constituyentes querían abandonar una etapa oscura de nuestra historia. Un largo periodo sin Constitución: sin libertad, sin derechos, sin pluralismo, sin democracia. Deseaban dejar atrás esas dos Españas y componer una España ex novo que cerrase sus grietas y se mostrase orgullosa ante el nuevo futuro que se presentaba en color, moderno y europeizante.
Debíamos demostrar al mundo esa nueva España radicalmente democrática que dejaba atrás la larga dictadura que no tan solo había minado derechos y libertades sino que había encorsetado a una sociedad que ahora ansiaba aspirar profundo y desvanecer la espesa bruma de la opresión. Y lo hizo. La trasformación de España es quizás una de las más espectaculares que se han vivido en la historia contemporánea. Fue un verdadero destape económico, social, cultural y, por supuesto, político. La España de la apertura internacional y del desarrollo nacional. Del divorcio y del derecho de huelga. Del euro y de las Olimpiadas. De los Erasmus y del plurilingüismo. La España de las urnas y la libertad de expresión. Esta es la España de la Constitución. La España que en referéndum decidieron los españoles. Los españoles se mostraron al mundo tal como eran: libres, demócratas y mirando al futuro con orgullosa ilusión.
Pacificó cuestiones nucleares como la monarquía, la religión, democratizó el Ejército y nuestras instituciones públicas y de forma muy voluntariosa reconcilió divisiones
Hoy, de la mayoría de los hitos del texto constitucional parece que nos hemos olvidado. Quizás esa es la mayor virtud del éxito. Lograr que se convierta en normalidad y que forme parte de nuestras vidas sin que lo notemos. Pero ¿cómo serían éstas hoy sin muchas de las cuestiones que la Constitución consagra? Dejar atrás el pasado no quiere decir dejar huérfano el recuerdo. Estamos hechos de la misma materia que los sueños, decía Shakespeare, pero debemos ser conscientes siempre de los pasos andados. Ellos reivindican lo que somos.
La Constitución fue sin duda un gran logro de todos. Inculcó derechos y separación de poderes, pacificó cuestiones nucleares como la monarquía, la religión, democratizó el Ejército y nuestras instituciones públicas y de forma muy voluntariosa reconcilió divisiones. La Transición, para los que no la vivimos, es una mezcla de gris y de reconciliación. Es lo que se dejó atrás y lo que siguió adelante. Fue un ejercicio de generosidad en pro de lo que todos deseaban. Se demostró coraje y valentía, quizás osadía, pero el recuerdo de demasiados errores en el pasado empujaba a escribir un texto del que todos formaran parte.
Yo soy nieta e hija de esa Transición. No voté la Constitución pero mi vida va ligada sin duda a ella. Mis derechos son los suyos y mis libertades están en ella. No es simplemente un negro sobre blanco de palabras si no que sus líneas forman los pilares maestros sobre los que todos hemos crecido. Hoy, si no tuviera esta Constitución yo también seguiría el ejemplo de Malala y de las #womantodrive. Sin esta Constitución lucharía como lo hiciera Oswaldo Payá y dejaría mi silla vacía como Liu Xiaobo. Como ellos y tantos otros que reivindican para su país derechos y libertades que cualquier democracia moderna debería garantizar.
Creer en la Constitución no es ser inmovilista ni defender el statu quo. Es reivindicar lo conseguido y defender que ésta ha hecho de nuestro país un lugar mejor. Podremos abrirnos a los tiempos y adaptarnos a los cambios, introducir mejoras o modificar el sentido de las palabras, pero la Constitución da sentido a lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Sin duda, mi generación ha sobrepasado los sueños de sus padres. Y gran parte es gracias a ella. Así que, por todos y por ella, celebremos el Día de la Constitución.
Por cierto, Séneca dijo que el hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella.