La última escala del Nautilus separatista tripulado por el capitán Mas y su cuadrilla ha atracado -no busquen la polisemia fácil- en la India, con las mismas intenciones que sus travesías anteriores, esto es, jugar a encabezar un Estat propi -como si existiesen estados impropios- ilusorio y que, encima, según las últimas declaraciones del propio presidente autonómico, va para rato.
En esta ocasión, y como ya ha ocurrido en pasadas avanzadillas por el ancho y largo de este mundo, las comparaciones de Cataluña con los territorios visitados empiezan a ser, no sólo atentados contra la historia de esos países, sino una apología del ridículo sin precedente en la política exterior española. Y digo española, porque es precisamente la embajada de España en la India la que está tutelando la visita de Mas y los suyos. Ya saben, por eso de las competencias exclusivas que precisamente el propio presidente autonómico pretende convertir en propias. ¿Nadie del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación se da cuenta de que está organizando expediciones para precisamente romper el país para el que trabaja este Ministerio? Supongo que sí, ya Aznar en su día fue el mejor amigo de los nacionalistas, y ahora, su heredero va por el mismo camino rechazando pactos por la unión que vienen desde Cataluña y recibiendo en palacio, día sí y otro también, a los que se ríen de la Constitución y de los catalanes.
Ya lo decía San Agustín: "Una vez al año es lícito hacer locuras". El problema es cuando éstas se repiten a menudo
Si este verano se nos atragantó el agosto después de que Artur Mas desenterrara a Martin Luther King, comparando su cruzada ideológica con la lucha contra la segregación racial y por los derechos sociales de todos los americanos, esta vez, el siguiente elegido para su elenco de símiles ha sido Gandhi. Quiero pensar que estas comparaciones no son iluminaciones del presidente de la Generalidad, sino que son consejos de su equipo. En cualquier caso, lo que más me preocupa no es que Mas se iguale a los principales líderes políticos y sociales de la historia de la humanidad, sino que compare la situación de Cataluña con la de territorios que estuvieron oprimidos, sin derechos humanos garantizados y en estado de guerra. No me preocupan tanto los ataques de ego histórico, como que el presidente de mi Comunidad Autónoma se dedique a hablar en mi nombre y en el del resto de catalanes, igualando un Estado democrático y constitucional como el nuestro, con las vergüenzas sociales y antidemocráticas más grandes de la historia contemporánea.
Pensándolo bien, ya no le pido al señor Mas que expanda la marca España que, precisamente, tanto han vejado ellos mismos, el Gobierno central y su principal oposición con los escándalos de corrupción, pero, por lo menos, exijo que no se dedique a predicar la ruptura de la convivencia de los ciudadanos disfrazándola de democracia y de derechos. Parece paradójico, pero últimamente en Cataluña, exigir la normalidad y el sentido común a nuestros dirigentes políticos se está convirtiendo en un ejercicio revolucionario. Espero que, por lo menos, después de estas vacaciones de una semana por la India vuelvan con los bolsillos llenos de financiación para Cataluña y que los servicios de su agencia de diplomados amateurs, ahora Diplocat, de la que desconocemos sus costes, se dedique menos a la reformulación histórica y más a amortizar sus desplazamientos con inversiones que beneficien a los ciudadanos que representan y que pagan sus honorarios.
¿Cuál será la siguiente parada de la expedición separatista? Quién sabe. Aunque estudiando la hoja de ruta, parece ser que todos los territorios elegidos han coqueteado con la ruptura social y con la separación -véase Israel, su anterior escala-, así que no me extrañaría una visita a Kosovo. Aunque no descarto, tampoco, Québec o Escocia, ya saben, panaceas territoriales a invocar cuando los argumentos empiezan a hacer aguas. Como si tuviera algo que ver el Reino Unido y Canadá con España. Aunque después de lo visto en materia de comparaciones, el nacionalismo no tiene límites. Ya lo decía San Agustín: "Una vez al año es lícito hacer locuras". El problema es cuando éstas se repiten a menudo.