Ha llegado el momento de asumir ciertas responsabilidades. Es de todos conocidos que la realidad del imaginario español se caracteriza, entre un ingente número de trazos, por su constante y acuciante difusión de la responsabilidad. En la mayor parte de las circunstancias, para el ciudadano español, la competencia de los errores siempre recae en manos forasteras. No obstante, debe alcanzarse cuanto antes el instante en que las miradas y señales ya no se dirijan al entorno, y se asuma parte de la complicidad que intelectuales, medios de comunicación y demás instancias, que configuran la superestructura cultural española, tienen para con el discurso capitalista imperante.
Para no materializar un análisis prolijo de las distintas instancias culturales, que proliferan por nuestro país, que aburra al lector, únicamente se centrará la atención en un rasgo contemporáneo de la casta (pseudo)intelectualoide que campa por doquier en la realidad española. Al abrigo de todas las propuestas posmodernas acerca del intelectual irónico, cínico, que debe tomar una distancia para con la realidad ya que adolecemos de criterios universales, parece haberse desarrollado, en nuestro país, todo un estrato de intelectuales (así es como exigen velada y explícitamente que se les identifique) que defienden unos ideales presuntamente radicales, y de izquierda, pero que, con su actuación diaria, el resultado que alcanzan es legitimar y perpetuar la desigualdad que tan acerbadamente están denostando.
Los presuntos defensores de lo común, son aquellos que, mediante sus quehaceres diarios, derrumban aquello que constituye su panegírico
Este gremio intelectual se encarga de anunciar a los cuatro vientos su progresismo social, apuntándose al carro de las demandas de igualdad, solidaridad y lo común. Defensa a ultranza de lo público, justicia social y demás conceptos que, si bien son necesarios predicar, también deben ser defendidos en la praxis. Y es en ese punto donde se establece el principal nudo gordiano puesto que, los presuntos defensores de lo común, son aquellos que, mediante sus quehaceres diarios, derrumban aquello que constituye su panegírico. Lucha por defender sus acomodadas condiciones, o bien para obtenerlos si todavía no se han alcanzado puestos de poder, batallas más que discutibles para perpetuar sus privilegios o conseguirlos, por no hablar acerca según que actitudes personales egoístas, narcisistas, e inclusive irrespetuosas, para con la alteridad que tan acaloradamente defienden a través de su pluma.
Es en este enclave donde se fermenta y disemina un cinismo que invalida cualesquier intento de crítica emancipadora y radical para con las actuales desigualdades españolas. Su crítica para con la lógica del sistema se queda en mera producción en serie de clichés, adoleciendo de toda carga revolucionaria al extraerse un beneficio de esta situación presuntamente alternativa. Ser progresista o de izquierdas es un valor añadido para estos (pseudo)intelectuales.
Hasta que los presuntos críticos para con el sistema no sean capaces, por un lado, de reconocer, en términos lacanianos, que tienen un determinado lugar de enunciación, y que este los privilegia, así como, por el otro, de predicar con el ejemplo, respetando, en beneficio de lo común y la solidaridad, a la alteridad que tan efusivamente protegen en sus artículos, redes sociales o libros, su crítica, sirviéndonos de las palabras del célebre replicante Roy Batty, se perderá en el tiempo como una lágrima en la lluvia.