Pensamiento
Una comparación desafortunada
La tentación era grande: el espejo de una independencia exitosa y el precedente de la construcción de un Estado de la nada; además de la búsqueda de una complicidad, después del frío que se pasa en la adusta Europa.
El presidente autonómico Artur Mas, en la visita oficial a Israel, no se ha privado de decir que "nos podemos comparar en muchos aspectos con un país tan viable como Israel". Y menciona tres dominios en los cuales Cataluña e Israel serían homologables: superficie del territorio, población y PIB. En el aire quedan comparaciones más comprometidas, no explicitadas públicamente, pero sobreentendidas, pues figuran en la tradición ideológica del nacionalismo catalán conservador: la voluntad férrea de un pueblo (como el israelita) puede vencer enemigos y dificultades contextuales.
La comparación resulta desafortunada. Entre Cataluña e Israel no hay prácticamente nada en común salvo compartir el mismo mar desde riberas opuestas.
La singularidad del Estado de Israel no es comparable con ninguna otra singularidad. E, incluso, el intento de comparación resulta pretencioso y al mismo tiempo ofensivo
La formación del Estado de Israel no se explica sin el holocausto, sin la reparación histórica y humanitaria debida no por agravios y represiones de corta o larga duración, sino por pogromos durante siglos, por el más monstruoso genocidio de la historia contemporánea, por las estigmatizaciones perpetuas y casi universales de la condición de judío.
La viabilidad del Estado de Israel se explica -es cierto- por la voluntad del pueblo judío, convertido finalmente en nación, pero también por la ayuda incalculable y constante que ha recibido de los Estados Unidos, donde el poderoso lobby judío se afana día y noche por la causa de Israel; por las indemnizaciones cuantiosas de la República Federal de Alemania; por la buena disposición de otros estados y sociedades occidentales.
Los dominios homologables tienen mucho que ver con las guerras de conquista -el territorio-, el regreso de una parte de la diáspora -la población- y las aportaciones del exterior -el PIB-.
La singularidad del Estado de Israel no es comparable con ninguna otra singularidad. E, incluso, el intento de comparación resulta pretencioso y al mismo tiempo ofensivo para quienes tuvieron que pagar con tanta sangre y sufrimientos el tener un hogar patrio, todavía hoy en día amenazado. Al pueblo de Israel no le sabría nada mal que su desgracia pasada y presente fuera solo comparable a la de Cataluña.
La relación con Israel será por mucho tiempo delicada, y exige una diplomacia y un trato especialmente cuidadosos, al menos hasta que el Estado y la sociedad israelitas no alcancen la plena normalidad, que no llegará sino por la paz con los palestinos y con los vecinos de la región. El pasado, que pesa como una losa sobre la consciencia de la humanidad, difícilmente se podrá olvidar y obliga a evitar impertinentes comparaciones.