Hace unas semanas y como una maestra de escuela autoritaria y despectiva con los alumnos que le caen mal, la presidenta del Parlamento autonómico negó la palabra al político Jordi Cañas para replicar unas alusiones previas. Las escenas que se sucedieron luego han sido muy divulgadas y son conocidas de todos. Yo quisiera destacar algo que no he visto observado en ningún lugar.
Es cierto que en aquellos detonadores 30 segundos, el diputado autonómico David Fernàndez difamó con ahínco y mintió a conciencia porque le interesa remachar el entontecimiento cultivado; ese es su discurso. Hay una mística conexión entre la tontería y la mentira. Pero lo que quiero destacar es que el señor de la CUP proclamara como referente a Juan García Oliver, uno de los dirigentes más extremistas de la poderosa y legendaria CNT.
La organización de Fernàndez se declara asamblearia y es independentista; postula la separación de los Países Catalanes del conjunto de España, una España detestada. ¿Qué pensaba de ello García Oliver, anarco-sindicalista de Reus? No qué pensaría hoy, sino ¿qué pensaba al respecto entonces?
Al poco de llegar a México como exiliado, donde murió en 1980, pronunció este deseo cargado de proyecto: "¡Viva España, libre y social y humanamente edificada!"
En sus memorias El eco de los pasos (Ruedo Ibérico), publicadas en 1978, citadas aquel día bronco en el Parlamento autonómico, pueden leerse en sus más de 600 páginas cosas como las siguientes: "No compartimos el concepto político del nacionalismo" o "la CNT no consentirá nunca que España sea partida en dos". El autor argüía que la Confederación Nacional del Trabajo no representaba sólo a sus trabajadores de la España liberada, sino también a los de la otra media. Como anarquista era enemigo del Estado, pero se mostraba plenamente adherido a España; dos realidades distintas. Esta es la cuestión.
Denunciaba García Oliver que se achacara a "la abstracción España" la responsabilidad de las destrucciones producidas en Cataluña y el País Vasco por causa de la Guerra Civil. Ese arreglo de la historia falsea lo que pasó y promueve el error y el delirio. Pero, "no, amigos autonomistas de ayer, separatistas de hoy": apartadas de España, ambas comunidades "serían dos piedrecitas más, fáciles de ser aplastadas por cualquier imperialismo europeo".
Y cogiendo ímpetu, proclamaba enardecido: "¡Ni uno de los catalanes o vascos que murieron dio su vida por la esclavización de Cataluña y del País Vasco que proclamáis! ¡Ni uno solo de los republicanos españoles que murieron dio su vida por la esclavización de Cataluña y del País Vasco que pretendéis! ¡Cuantos murieron, dieron sus vidas por la República, por la libertad de España y por la realización de una profunda justicia social!". Al poco de llegar a México como exiliado, donde murió en 1980, pronunció este deseo cargado de proyecto: "¡Viva España, libre y social y humanamente edificada!".
¿Son conocidas estas palabras de García Oliver? Parece que no. A muchos, que sólo captan ritornelos embaucadores todas estas frases les sorprenderán y escandalizarán. Si alguien las emitiera hoy, cualquiera de ustedes, amables lectores, sabe que ecos torpes y mecánicos las tildarían de nacionalistas y derechistas. Más delirio. Es el efecto de los autómatas adiestrados. La verdad es que se trata de todo lo contrario: eran palabras vivas, en absoluto fachendosas; ni empalago ni empacho. Simplemente portaban en sí una raíz de españolía asumida, un carácter genuino del que no se hacía ostentación ni ridícula vanagloria.
Juan García Oliver es, por tanto, un falso referente para quien hace unas semanas lo reivindicó en el Parlamento autonómico exhibiendo el viejo eco de los engaños y los enredos.