El hecho de encontrarse en cabeza de intención de voto (24%) en las próximas elecciones europeas no convierte al Frente Nacional (FN) en el primer partido de Francia, sino más bien en el partido de extrema derecha mejor situado para recomponer el tablero político.
No hace falta estudiar las encuestas para conocer las razones de este crecimiento anunciado. La tentación ultra ha existido siempre en Francia, en cierto grado. El problema es que ahora se dan todas las condiciones para pasar del coqueteo y la fantasía a los actos. La crisis económica, por supuesto, pero no solo. Es posible incluso que ésta acabe por retener, en el último momento, a aquellos reacios a jugar a hacer que nuestro país, Francia, se descuelgue en un momento tan delicado. No, lo que empuja a los electores a desahogarse introduciendo una papeleta del FN en las urnas está en otro sitio... y sabemos bien dónde. Allí donde Jean-Marie Le Pen derrapaba por completo a propósito de los peligros de la inmigración, el partido de Marine Le Pen ha conseguido hacer creer que ella defiende la laicidad frente al integrismo musulmán. Allí donde Jean-Marie Le Pen apoyaba a Reagan y a su capitalismo salvaje, Marine Le Pen ha conseguido hacer creer a los obreros que ella los protegerá de la globalización. Pero sobre todo, allí donde Jean-Marie Le Pen se había convertido en un paria del escenario político, Marine Le Pen avanza sobre una alfombra de terciopelo.
Por un lado, la izquierda está en el poder, de modo que la decepción está servida. Por otro, la derecha ha demolido el dique republicano, tanto de palabra como en las mentes, que contenía a su electorado. Las ideas del Frente Nacional progresan entre los electores de la UMP. Entre ellos, los que apuestan por una alianza con el partido de Marine Le Pen se han duplicado desde 2002. Este balance histórico se puede poner en la cuenta de Nicolas Sarkozy, pero también, más recientemente, en la de Jean-François Copé y François Fillon, principales dirigentes de la UMP tras Sarkozy.
Los periodistas políticos también tienen su responsabilidad
La llamada izquierda angélica, esa que prefiere no abordar jamás las cuestiones delicadas, cree haber encontrado una solución a la cuestión del Frente Nacional: dejar de defender la laicidad y pretender que en este país no hay ningún problema, ni de integrismo ni de vecindad entre modos de vida nómada y sedentaria. Sin embargo, esta actitud de negación solo hace el juego de lo peor. Lo que no quiere decir en absoluto que haya que ceder a la demagogia y caer en la terminología del Frente Nacional. En un mundo ideal, la izquierda debe hacer frente a los temas delicados sin ambigüedades, sin ceder nunca a un vocabulario esencializante que sugiera la existencia de respuestas xenófobas y no republicanas. Haciendo pedagogía de la complejidad: combatiendo a la vez el integrismo y el racismo, tanto el que se dirige contra los musulmanes como el que se dirige contra los romaníes. Mientras tanto, en ese mundo ideal, la derecha se abstendría de avivar las brasas de los temas que pueden degenerar. Pero eso sería en un mundo ideal. Y vivimos en otro bien real, donde la izquierda angélica cree que lo mejor es callar, la izquierda realista no siempre vigila su lenguaje, y la derecha ha puesto todos los temas predilectos del FN en el centro del debate.
Los periodistas políticos también tienen su responsabilidad. A fuerza de privilegiar el análisis de las anécdotas y la discusión sobre las declaraciones polémicas, acaban por dar una visión mezquina de la política, que hace el juego de los más demagogos. Sobre todo, cuando éstos ofrecen un precioso cuento de hadas y amenazan con procesar judicialmente a aquellos que no se lo crean. La amenaza agitada por Marine Le Pen -a saber, atacar en la justicia a todo aquel que asocie el nombre de su partido con la etiqueta de extrema derecha- no es nueva. Pero tiene la virtud de hacer caer las máscaras para un mayor número de personas.
Así pues, un cierto Frente Nacional puede proclamarse el campeón de la libertad de expresión cuando se trata de apoyar declaraciones racistas o negacionistas contra las leyes antiracistas, pero no tiene ningún problema en enterrar esa misma libertad de expresión cuando se trata de opinar o de decir algunas verdades.
En efecto, calificar al FN como partido de extrema derecha se sitúa en el ámbito del comentario político y de la libertad de opinión. Por mucho que le pese a su presidenta, los hechos demuestran que el calificativo sigue siendo de lo más apropiado.
No solo porque Jean-Marie Le Pen, que fue condenado por declaraciones racistas, sea presidente de honor, sino también porque su hija asume enteramente su herencia. No solo porque Bruno Gollnisch, miembro del comité central del FN, apoya a los negacionistas y a los integristas católicos, sino porque sigue liderando una de las corrientes del Frente Nacional. No solo porque el FN colabore con otros partidos europeos de extrema derecha, como la Liga Norte en Italia, sino porque Marine Le Pen va personalmente a Viena, a bailar el vals en compañía con la extrema derecha austríaca más antisemita. Y su sobrina, Marion Maréchal Le Pen, diputada del FN en la Asamblea Nacional, acaba de visitar a sus amigos del Vlaams Belang, un partido flamenco de extrema derecha que cultiva el racismo contra los valones, es decir, con los belgas que hablan francés; no deja de ser osado para una diputada francesa.
Si un día fuera elegida presidenta de la República, Marine Le Pen haría en Francia lo que Viktor Orban está intentando hacer en Hungría: control de periodistas, terror de minorías y de oponentes
Hay que reconocer que Marine Le Pen ha promovido a toda una generación de candidatos tan jóvenes y tan poco experimentados que necesariamente tienen que tener menos cadáveres en el armario que sus mayores. Pero quedan de todas formas dirigentes en el partido con perfiles y trayectorias bien particulares. Estoy pensando en Marie-Christine Arnautu, una mujer muy cercana a Marine Le Pen que desfiló contra el "matrimonio para todos" con las tropas de CIVITAS y los neofascistas de las Juventudes Nacionalistas. O en Wallerand de Saint Just, tesorero del FN pero, sobre todo, el hombre en quien la presidenta delega la intimidación judicial... un católico tradicionalista de la tendencia Chrétienté Solidarité, una organización que aspira a organizar cruzadas contra el aborto.
Está también Marie d'Herbais, una de las mejores amigas de la presidenta, responsable de prensa del FN, que no esconde su admiración por la sanguinaria dictadura de Bachar El Asad, en Siria. En Nantes, el FN de Marine Le Pen presenta sobre todo a Christian Bouchet. Se trata de uno de los teóricos de la corriente más dura de la extrema derecha: un nacionalismo revolucionario a la vez fascinado por el régimen de los mulás iraníes, la dictadura de Bachar El Asad y el autoritarismo de Putin. Su hijo, Gauthier Bouchet, responsable de redes sociales de Marine Le Pen y miembro de la lista del Reagrupamiento Azul Marino, coalición de partidos nacionalistas en torno al FN y a su presidenta, en Saint-Nazaire, ha contribuido a organizar la persecución de la que fui objeto en Nantes por parte de los contrarios al "matrimonio para todos". Otros de los que respaldaron la violencia física contra mí durante aquel debate siguen siendo miembros del FN e incluso candidatos.
Marine Le Pen es bastante más cercana que su padre a antiguos miembros del GUD, Grupo Unión Defensa, organización estudiantil universitaria de extrema derecha, que aspiran a aplicar la llamada "Tercera Vía", que inevitablemente evoca a la de los años treinta. Y ha rendido un vibrante homenaje al gesto del historiador de los fascistas franceses, Dominique Venner, cuando se suicidó en el interior de la catedral de Notre-Dame. Un gesto con el que Venner quiso hacer un llamamiento al despertar "de la raza y de la civilización".
En fin, si un día fuera elegida presidenta de la República, Marine Le Pen haría en Francia lo que Viktor Orban está intentando hacer en Hungría, en medio, por cierto, de una indiferencia alucinante: control de periodistas, terror de minorías y de oponentes, y el ridículo internacional disfrazado de orgullo nacional. Si hay que ir a los tribunales para decirlo, qué se le va a hacer. Siempre será menos grave que dejar de hacer nuestro trabajo.
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en la versión francesa de The Huffington Post y reproducido en CRÓNICA GLOBAL con autorización]