Una pretensión muy querida por los nacionalistas es creerse únicos. Cuando la realidad es que todos los nacionalismos se parecen mucho. Trataré de explicarlo apelando a tres frases de pensadores europeos.
Historia. "Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado. Se pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas ocurren como deberían y transferirá fragmentos de este mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que pueda. Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos y manipuladas para cambiar su significado".
¿Les suena? No lo digo yo, lo dijo George Orwell, en 1945, en Notas sobre el nacionalismo, y evidentemente no estaba pensando en Cataluña. La obsesión por la historia no solo permite transformar la Guerra de Sucesión en Guerra de Secesión sino que ya empiezan a teorizar que la Guerra Civil española fue, en realidad, una guerra de España contra Cataluña. Y eso que quedan vivos muchos protagonistas. El día que mueran, ya no habrá testigos de la manipulación histórica. La historia da para mucho, incluso para que Al Qaeda reivindique Al Andalús.
Anulación del individuo. "El orgullo más barato es el orgullo nacional, que delata en quien lo siente la ausencia de cualidades individuales". Palabras de Johann Wolfgang von Goethe.
El crecimiento del nacionalismo es directamente proporcional al grado de frustación individual. La desorientación producto de la crisis económica, la falta de respuestas del sistema y la falta de autoestima es un caldo de cultivo magnífico para trasladar todas las culpas a los demás.
Según las circunstancias, son los inmigrantes o los vecinos. Da igual. Lo importante es tener alguien a quien culpar y odiar. Todo ello unido a la necesidad de sentirse parte de un colectivo, especialmente necesaria en una sociedad cada vez más desarticulada. La incapacidad para asumir las frustraciones individuales y afrontar las incertidumbres y dificultades de la vida actual hace que las personas abracen a políticos populistas que les prometen el paraiso y la felicidad sin coste y sin riesgos. El ciudadano se transforma en hooligan y es feliz insultando al árbitro y al rival. Pero el partido siempre acaba y la realidad reaparece.
Ni libertad, ni prosperidad. "El nacionalismo no aspira ni a la libertad ni a la prosperidad, sino que, si le es necesario, no duda en sacrificar ambas a las necesidades imperativas de la construcción nacional". Lord Acton.
La cita nos muestra que los nacionalistas hablan de libertad y prosperidad pero que ambas les tienen sin cuidado. Lo importante es alcanzar el poder y mantenerse en él. Y la mejor manera es tener un enemigo real o inventado. La libertad y el bienestar individual son accesorios, ante la grandeza de la patria. Cuba, Corea del Norte son buenos ejemplos de lo útil que es tener enemigos exteriores para los detentadores del poder.
Prefiero estar al lado de quien defiende al individuo que de quienes lo transforman en una pieza prescindible en nombre de un interés superior, que no es otro que el de la casta gobernante
Aquí y ahora pasa lo mismo. Se esconden los problemas y, si se alcanzase la independencia, estos continuarían y se agravarían; y los políticos agitarían todavía más su cruzada contra el enemigo exterior e interior. Es una vieja cantinela que puede durar mucho tiempo y que implica que el Estado, propiedad de los políticos, acapare cada día más poder en detrimento de la libertad individual y de mercado.
Cuando se recuerdan estas evidencias, basadas no en la experiencia catalana sino en la historia, se dice por gente de buena fe que los que hablamos estas cosas exageramos, que aquí no pasa lo que decimos. No pasa todavía y no existe ningún fatalismo para que pase. Así debería quererlo cualquier persona sensata. Pero el virus ya infecta a la sociedad y la enfermedad puede declararase en cualquier momento. El nacionalismo cuando alcanza el poder, ahora en Cataluña es un poder limitado, es cuando muestra su verdadero yo. Piensen en la historia. ¿Por qué no va a pasar aquí, si ha pasado en otros muchos lugares?
Lo dicho no es óbice para que no haya reivindicaciones sociales, económicas, políticas o culturales y se busquen soluciones a los múltiples problemas que afectan a la sociedad. Es lo que deberían hacer los políticos en lugar de crearlos o aprovecharse de ellos para esconder su incapacidad de resolverlos. Ninguna sociedad está libre de este virus. No es un problema catalán. Solo que a nosotros nos ha tocado ahora afrontar el problema por la profundidad de la crisis y el afán de poder de algunos políticos. A pesar de los riesgos, prefiero estar al lado de quien defiende al individuo que de quienes lo transforman en una pieza prescindible en nombre de un interés superior, que no es otro que el de la casta gobernante.
Si Europa, en guerra hace 70 años, ha aparcado sus diferencias y naciones muy potentes han cedido su soberanía, ¿cómo quieren que vean con agrado el resurgir del nacionalismo? Europa está amenazada por el resurgir del nacionalismo y la extrema derecha, muchas veces, como en Francia, muy entrelazados. Y si Cataluña colabora en destruir Europa, sin duda será de las más perjudicadas. Si se vuelve a la ley de la selva, los más fuertes siempre tendrán las de ganar. Y Cataluña, siete millones de habitantes no está entre ellos, por mucho que algunos chuleen.
El nacionalismo catalán alimenta el renacimiento del nacionalismo español
Para hacer frente a la situación no basta con denunciar los peligros del nacionalismo. Es imprescindible afrontar una amplia reforma de un sistema político agotado. Si los partidos políticos tradicionales son incapaces de ponerse de acuerdo para encabezar los cambios imprescindibles, aun a costa de sus intereses más mezquinos, el futuro no será nada halagueño. Porque el nacionalismo es una enfermedad que ataca un organismo débil y sin defensas, como es España hoy. Es una enfermedad muy contagiosa.
El nacionalismo catalán alimenta el renacimiento del nacionalismo español. Si no se pone un poco de racionalidad al debate, el cacareado choque de trenes está servido. Todos perderamos, salvo los más aventureros y amorales. Los que así pensamos debemos alzar la voz, aunque pueda parecer que predicamos en el desierto. Tenemos a nuestro favor lo mejor de la historia. La humanidad sólo avanza con diálogo y colaboración. Querer hacer creer que cambiar fronteras y reivindicar territorios es algo inocuo, que puede hacerse sin grandes consensos nacionales e internacionales es una mentira que sólo nos llevara a la destrucción como país. Y los culpables serán los que dicen quererlo tanto.
Dicen que los que ponemos de manifiesto los peligros de la actual situación queremos crear miedo. Quieren que les sigamos sin pensar. Como autómatas. Que nos tomemos la medicina sin leer el prospecto de contraindicaciones. La deontología no es muy apreciada por los políticos.